Vicente Monroy. Clave intelectual, Madrid, 2020. 149 páginas
Buena parte de las discusiones en torno a la cinefilia se fundan en una contradicción: cómo se puede reivindicar una mirada heterodoxa sobre el cine a partir de un aparato (teórico o no) más bien ortodoxo. O, mejor dicho, dogmático. No hace falta exhumar los huesos de los antiguos «Cahiers» para percibir hasta qué punto esa palabra, cinefilia, se ha exagerado hasta convertirse en un callejón sin salida. Por suerte, Vicente Monroy sabe cómo tratar cada asunto con la dosis justa de curiosidad e ironía, de reverencia y, también, de escepticismo. Su relato no busca tanto reconstruir una historia de la cinefilia y sus cine-fils, de Éric Rohmer a Serge Daney pasando por Philip Lopate, sino poner todo eso en relación con su propia experiencia. Reclamar, quizá, la importancia de que un concepto como ese deje de esconderse tras las faldas de lo viejo y se emancipe de una vez por todas, adaptándose plenamente a un momento, histórico y estético, diferente. A otras palabras y otras necesidades. Frente a esa interminable sensación de eterno retorno, de culto o de política que se convierte en la homilía del domingo, Monroy contrapone los recuerdos juveniles, las tentativas, la forma, casi plástica, de expresar la curiosidad por el cine y articular a través de ella una experiencia. Otra historia, quizá no de amor ni romance, en la que las imágenes disparadas sobre cualquier pantalla o superficie nos inviten a cuestionar nuestra manera de ver el mundo.
Óscar Brox