SCARFACE, EL TERROR DEL HAMPA (1932) Howard Hawks |
EN EL INICIO DE LOS AÑOS TREINTA, ASÍ COMO LOS monstruos de la Universal nacían a la popularidad iniciando una franquicia de increíble éxito, las películas de gángsteres también cobraban una inusitada repercusión, generando en el público una extraña empatía con estos personajes marginales y con la criminalidad, asimilada a una suerte de romanticismo heroico, cuanto menos, cuestionable. Pero el filón daba sus frutos en taquilla, y cuanto más violenta era la propuesta, mejor, como lo atestiguan títulos de la Warner icónicos del género como El enemigo público (William A. Wellman) y Hampa dorada (Mervyn LeRoy), ambas de 1931.
Howard Hughes, multimillonario, aviador, aficionado al cine y gran hombre de negocios en lo que a olfato comercial se refiere, no perdió un minuto en subirse a la ola cuando se propuso producir Scarface, el terror del hampa, que pretendía fuera la película de gángsteres más realista y violenta de las que se conocían. Había transcurrido tan solo un año desde aquellos dos films, pero las cosas habían cambiado. El código Hays, que en 1931 existía pero no se respetaba demasiado, había ajustado la severidad de su censura en 1932.
Hughes no se amilanó, contrató al célebre Ben Hecht para escribir el guion, y al ascendente Howard Hawks para ponerse detrás de cámaras.
Basado en la popular figura de Al Capone, Scarface cuenta la historia del ascenso y caída de Tony Camonte, un matón italoamericano que trabaja para el gángster Johnny Lovo (Osgood Perkins), para quien elimina toda la competencia y termina asesinándolo, con la complicidad de su adlátere Guino Rinaldo (George Raft), convirtiéndose en el amo de la ciudad.
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