La extraña cita

en Clásicos/En busca del cine perdido por

Terence Young (1948)

LA EXTRAÑA CITA (CORRIDOR OF MIRRORS, 1948) es una rareza de una cinematografía, la británica, muy propensa a ellas. Recordada, sobre todo, por haber sido el debut como director de Terence Young, quien en aquellos años se había labrado un notable prestigio como guionista, en particular a las órdenes del realizador Brian Desmond Hurst –suyos son los guiones de Mientras arde el fuego (On the Night of the Fire, 1939) y de la en su época muy popular, y hoy seguramente muy olvidada, Aquella noche en Varsovia (Dangerous Moonlight, 1941)–, y por ser la primera película, o una de las primeras (hay discusión al respecto), de Christopher Lee, si por algo destaca La extraña cita es por ser una muestra del talento de su coguionista y protagonista femenina: Edana Romney, actriz, escritora y luego productora y presentadora de televisión de nacionalidad sudafricana. De hecho, parece ser que si Eric Portman, protagonista masculino de La extraña cita y estrella del cine británico de la época, aceptó participar en este film fue, precisamente, por la posibilidad de trabajar con Romney. Otro aspecto singular de esta película es que se rodó íntegramente en los estudios Radio Cinéma de París. Por desgracia, el aceptable éxito de crítica y público de La extraña cita no impidió que la posterior carrera en el cine de Romney como actriz se frustrara, concentrando, como digo, sus posteriores esfuerzos profesionales como actriz y presentadora en la televisión.

Basada en una novela de Christopher Massie –el mismo autor de la novela que había dado pie a la magnífica película de William Dieterle Cartas a mi amada (Love Letters, 1945); por cierto: el proyecto que Romney quería protagonizar después de La extraña cita, y que nunca se llevó a cabo, iba a ser dirigido por Dieterle–, La extraña cita es un extraño e inclasificable producto, a medio camino entre el melodrama desaforado y el relato gótico y casi de terror, muy característico de buena parte del cine británico de su tiempo. A falta de conocer el libro de Massie en el que se inspira, la pelicula arranca mostrándonos a la protagonista femenina, Mifanwy (Romney), viviendo una existencia idílica en compañía de su esposo, Owen (Hugh Sinclair), y tres pequeños hijos. Pero, como nos indica la voz en off de Mifanwy, ese día tiene que viajar a Londres… «para encontrarme con mi amante». Primera sorpresa: dicho amante no es sino… una figura de cera levantada en el museo de Madame Toussaud dedicada a Paul Mangin (Portman), la cual forma parte de una exposición dedicada a célebres asesinos. Este arranque prende de inmediato el interés del espectador, el cual no va a decaer en ningún momento, antes al contrario. Empieza aquí un largo flashback que nos traslada diez años atrás a Londres en 1938. Mifanwy es una bella muchacha soltera que toma una copa con unos amigos en un club –entre ellos, el ya mencionado Christopher Lee, en su única aparición en todo el relato–, y allí queda prendada de Mangin. La atracción entre ambos, resuelta con un clásico plano/ contraplano, resulta, no obstante, ejemplar: el contraplano de Mangin aparece misteriosamente iluminado a sus espaldas, expresando así la inmediata fascinación que despierta en Mifanwy.

Mangin parece, efectivamente, un hombre de otra época (pasada, se entiende), y lo que viene a continuación no hace sino confirmárnoslo. Mangin sale del club con Mifanwy, la sube a su anacrónica calesa y la invita a visitar su casa, una antigua mansión palaciega donde destaca un pasillo cubierto de espejos (el corridor of mirrors del título original), los cuales ocultan detrás armarios empotrados donde se guardan hermosos vestidos antiguos de mujer. Subyugada por la atmósfera de la vivienda y por esa vestimenta, Mifanwy accede a participar en un juego fetichista con Mangin: ella se pondrá esos vestidos cada vez que venga a verle, pero sin que haya relaciones sexuales entre ellos, tan solo ese fetichismo que, como luego sabremos, tiene un origen necrófilo: Mangin le descubre a Mifanwy el retrato al óleo de una mujer, Venecia, fechado en 1485: la retratada es idéntica a la protagonista. Es entonces cuando Mangin le confiesa a Mifanwy que cree en la reencarnación, que siente que pertenece a la época en la que conoció, en otra vida, a la bella Venecia, y que, si bien es verdad que ha habido otras mujeres a lo largo de su existencia –una de ellas, su prematuramente envejecida sirvienta Veronica (Barbara Mullen)–, tan solo Mifanwy es la que encaja perfectamente con la Venecia del retrato… Todo esto contado con indudable solidez por el debutante Terence Young, haciendo gala aquí de un sentido de la iluminación y del encuadre que pocas veces volveríamos a ver en sus posteriores e irregulares trabajos tras las cámaras –entre ellos, sus celebradas películas de James Bond: Agente 007 contra el Dr. No, Desde Rusia con amor y Operación Trueno; por cierto, Lois Chiles, «Miss Moneypenny », también forma parte del reparto de La extraña cita–, consiguiendo, como digo, momentos tan bellos como el travelling que nos descubre a Mifanwy durmiendo en su cama al principio del relato; las atmosféricas escenas en el pasillo de los espejos, donde destacan momentos tan inquietantes como el descubrimiento de los maniquíes sin ojos que portan los vestidos, o los juegos con los espejos en las escenas en las que Mangin y Mifanwy bailan el vals; o la magnífica secuencia del baile de disfraces. Pero, por encima de esto, que roza lo soberbio, acaso lo más destacable de La extraña cita resida en la notable ambigüedad de los personajes, de tal manera que Mangin, a simple vista un loco fetichista y un criminal en potencia, acaba revelándose un enamorado romántico que vive en una época, la actual, que no comprende ni le comprende; asimismo, Mifanwy no es una muchacha ingenua, atrapada en las redes seductoras de un demente, sino una mujer experimentada –hay momentos en que da a entender que ha tenido numerosos pretendientes–, que, si al principio acepta el juego seductor de Mangin, es porque estimula su deseo y su imaginación, y solo al final acabará abandonándolo cuando se dé cuenta de que, en el fondo, no da la talla de lo que Mangin, con su altura de miras, ha creído ver en ella.

Tomás Fernández Valentí

Reino Unido, 1948. T.O.: «Corridor of Mirrors». Director: Terence Young. Productor: Rudolph Cartier. Guion: Rudolph Cartier y Edana Romney, basado en la novela de Christopher Massie. Fotografía: André Thomas, en blanco y negro. Música: Georges Auric. Intérpretes: Eric Portman, Edana Romney, Barbara Muller, Hugh Sinclair, Bruce Belfrage, Alan Wheatley, Joan Maude, Leslie Weston.