Surgida en el ámbito de la segunda etapa del terror Universal, después de que George Waggner (aquí, productor) se encargara de espolear el género dentro de la productora con El hombre lobo (The Wolf Man, 1941), El fantasma de la ópera es, por un lado, la constatación de los nuevos derroteros emprendidos por el estudio de cara al cine de terror, los cuales mantendría más o menos vigentes hasta 1946. Pero, por otro, también es la negación del género en base a una personalidad híbrida que termina colocando el resultado en unos terrenos ciertamente inéditos dentro del campo cinematográfico al que pertenece.
Los cuatro años en los que la Universal impuso y definió la identidad (o, mejor dicho, una de las identidades) del cine de terror se vieron drásticamente interrumpidos tras una de las cimas del género: La novia de Frankenstein (The Bride of Frankenstein), dirigida por James Whale en 1935. Quizá debido a la deslumbrante brillantez de la pieza, dicha cima no admitía descensos y el terror Universal se vería inmerso en una profunda crisis que se extendería hasta la década siguiente. La sombra de Frankenstein (Son of Frankenstein, Rowland V. Lee, 1939) resultaría un incómodo espejismo que, esta vez sí, rompía en mil pedazos la continuidad de los estándares previos. Y es aquí donde hace su aparición George Waggner. El género, literalmente, enloquece. Reconstruye los restos de las piezas de Whale, Browning o Freund con el fin de ofrecer una vertiente que sitúa el relato en los límites de los seriales cinematográficos al tiempo que asfixia sus rasgos poéticos. El objetivo no es otro que dar un golpe sobre la mesa con el fin de recuperar la fuerza de la taquilla, pero, aún de manera inconsciente, Waggner consigue que la locura reinante en los años de la Segunda Guerra Mundial quede impregnada en una serie de películas cuyas estampas expulsan a los dioses para acumular monstruos.
Es en esta coyuntura en la que surge El fantasma de la ópera reafirmando, a través de su condición híbrida, la naturaleza desquiciada del periodo. De entrada, la fusión entre los derroteros del horror concebidos por la productora desde comienzos de la década anterior con la inclusión de los números musicales para el lucimiento de su pareja protagonista se revela tan imposible que, por fuerza, el resultado termina siendo un ejercicio de sincretismo estilístico que intenta forjar una identidad propia sin que, en el fondo, pueda lograrlo. Básicamente, porque hay excesivos condicionantes para que El fantasma de la ópera pueda erigirse en una obra que integre ambas líneas, comenzando por los forzados momentos humorísticos, la nula relevancia de las secuencias operísticas (adaptadas a los gustos populares de los estadounidenses del momento) o la superficialidad de los dispositivos terroríficos. El resultado intenta encajar piezas de difícil conexión mostrando, con ello, la flaqueza de su contenido.
Ahora bien, El fantasma de la ópera adquiere un poderoso interés, precisamente, en ello. Tanto en su delirante identidad como, sobre todo, en la negación de la tradición genérica, no únicamente de la surgida en 1931 y que inauguraría el periodo más brillante del cine de terror, sino en su directa colisión con la versión dirigida por Rupert Julian en 1925. La película de Arthur Lubin borra de un plumazo cualquier nexo de unión con todo ello. No solo lo niega, sino que, incluso, lo desintegra. Lo hace desaparecer sin la menor consideración. Algo que, en parte, también efectuará con las piezas de las que George Waggner se responsabilizará como productor y como cineasta. El gran valor de esta película se halla en lo coyuntural. En que la expresión del género en plena Segunda Guerra Mundial y con la eclosión de las piezas musicales en vistoso Technicolor tiene que ser, necesariamente, de escaso impacto. Adecuada a una audiencia necesitada de una perspectiva del cine de terror completamente distinta. George Waggner, a diferencia de, por ejemplo, Val Lewton, se responsabilizaría de ello tanto en El fantasma de la ópera como en la directa consecuencia de esta: Misterio en la ópera (The Climax, 1944).
Joaquín Vallet Rodrigo
USA, 1943. T.O.: “THE PHANTOM OF THE OPERA”. DIRECTOR: ARTHUR LUBIN. INTÉRPRETES: NELSON EDDY, SUSANNA FOSTER, CLAUDE RAINS, EDGAR BARRIIER, LEO CARRILLO, JANE FARRAR. EDITADO POR DIVISA |