Paris vu par… 20 ans après

en Clásicos/En busca del cine perdido por

A finales de mayo de 1965 comienza a exhibirse en Francia el largometraje de episodios París visto por… (Paris vu par…). Pensado y producido por Barbet Schroeder, el film propone un  recorrido por seis barrios de la ciudad tutelado por un ilustre grupo de cineastas ligado de una u otra forma a la Nouvelle Vague: Jean-Luc Godard, Éric Rohmer, Claude Chabrol, Jean-Daniel Pollet, Jean Douchet y Jean Rouch. La pieza se proyecta en las salas de cine en un momento importante para el ciclo de la Modernidad gala: Godard está trabajando en Pierrot el loco (Pierrot le Fou), la obra con la que cierra su primera etapa (en realidad, un periodo concreto de un ciclo colectivo, habida cuenta de la profunda significación de sus propuestas), después de volar con dinamita a la estrella Belmondo en los últimos planos. Además, por esos días, mientras el fenómeno de la Nueva Ola se desvanece definitivamente, se muestran en espacios alternativos las primeras creaciones de nuevos autores, como Philippe Garrel.



París visto por… es a la vez un compendio de una década de marcha artística y personal  y el manifiesto visionario de un determinado cine del futuro. No es casual la utilización del 16 mm, la vuelta a las calles en las que durante la década de los cincuenta los jóvenes turcos ruedan sus cortometrajes, o la recuperación de letras del pasado, como ese texto de Giraudoux narrado por precisamente Belmondo en Una mujer es una mujer (Une femme est une femme, 1961), para recapacitar y empezar a precisar el temperamento de las modernas escrituras. Tampoco lo es, desde luego, la reunión de seis escrituras diferenciadas y entregadas a sustanciales procesos de metamorfosis y avance. La voluntad de regresar al pasado para a continuación imaginar el futuro posibilita la puntualización de  una suerte de estructura circular al itinerario de cierta modernidad cinematográfica francesa. El genio del viaje múltiple por París se define del todo con la sugestiva personalidad acertadamente proporcionada a unas fotografías de apariencia tosca, vinculadas a cierto amateurismo, y que aprisa facilitan la evocación de algunas miradas primigenias. La utilización de Paris visto por… del plano de la urbe como guía dramatúrgica y escenario formidable de las aventuras de un grupo de personajes antagónicos, la conjugación e investigación crítica y cómplice de formas y sensibilidades de diferentes artes, y la extraordinaria habilidad de unir tiempos, la emparentan, ubicándola como autónomo prólogo, con la monumental pieza Out 1, noli me tangere (1971). El largometraje colectivo lanzado por el imprevisible Schroeder en 1965 resume y clausura definitivamente el ciclo de la Nouvelle Vague, y, solo seis años más tarde, Jacques Rivette reproduce la operación, empero alcanzando a una parte considerable y variada de la Modernidad. De alguna manera, todo cambia otra vez con Out 1, pocos son los films que realmente intentan o pueden seguir su camino; quizá el único que lo consigue es La maman et la putain (Jean Eustache, 1973), tras conducir la escritura de los cineastas de la Nueva Ola hacia el existencialismo lastimado y desesperado. En menos de una década, París se transforma en un contenedor de escombros y sueños rotos.

Veinte años después del rodaje de París visto por… se estrena una prolongación, también estructurada alrededor de la división por capítulos independientes situados en barrios de la ciudad, y firmados por distintos autores. El nuevo film conquista, sin embargo, una repercusión mucho menor que la de su predecesor, acaso por la pérdida de popularidad de los largometrajes de episodios en la nueva coyuntura, la clara irregularidad del conjunto, o quizá a causa de la reunión de un grupo de cineastas de desigual peso: Chantal Akerman, Bernard Dubois, Philippe Garrel, Fréderic Mitterrand, Vincent Nordon y Philippe Venault. Solo un año antes, el cineasta Paul Vecchiali estructura en los márgenes, con el concurso de algunos de los Diagonale (Guiguet, Treilhou o Biette), Archiplel des amours (1983), una cinta no menos voluble y con ciertas aspiraciones de sincera proclama artística, en la que tal vez se procura, puede que inconscientemente, restablecer parte del carácter testimonial y moral del París visto por… de los años sesenta. Al contrario que en el ejercicio de la escuela de Biette (quien por cierto organiza con la actriz de Eustache Françoise Lebrun un cortometraje conmovedor y sobresaliente, Pornoscopie), la segunda ruta por la capital seguramente carece de una auténtica ligazón. Es una recopilación hábil de un material algo desordenado y en apariencia análogo, conformado en torno a la inspección de barrios y la enumeración de pesadumbres sentimentales.



Muchas de las imágenes de Paris vu par… 20 ans après parecen recordar siempre que son registradas a partir de dos ausencias, la del padre y la del hermano, François Truffaut y Jean Eustache. Esto se aprecia sobre todo en el capítulo de Philippe Garrel Rue Fontaine, indiscutiblemente la pieza maestra de una selección que por momentos no parece tener otro cometido que el de alojar uno de los trabajos más desgarrados y hermosos del cineasta, tal y como sucede años atrás con el felliniano Toby Dammit y el conglomerado Historias extraordinarias (co. Louis Malle y Roger Vadim, 1968). En efecto, el cuento de Garrel, interpretado por Jean-Pierre Léaud y describiendo una efímera crónica de amor condenada, logra restablecer casi milagrosamente parte de la naturaleza desesperada de La maman et la putain y explorar una década más tarde el devenir de un puñado de figuras mucho más extraviadas y golpeadas. De algún modo, el cineasta, no lo olvidemos, reestructura parte de su escritura a finales de la década de los setenta con la personalización de precisas particularidades del malogrado autor de Pessac. No obstante, y casi por encima de cualquier otra cuestión, Rue Fontaine acaba resultado un emocionante documental sobre el extraviado y lastimado Léaud de mediados de los años ochenta. Garrel acompaña al amigo, detrás y delante de las cámaras (recordemos la conversación de los dos en la terraza de un café) en un momento de grave incertidumbre profesional y personal. Truffaut fallece en octubre de 1984 y deja huérfano al intérprete. Poco importa que para entonces el segundo París visto por… ya se haya exhibido, inevitablemente las fotografías con Léaud tras la muerte del padre cambian su significado y alcance. Así, se convierten en un documento estremecedor y de singular belleza rudimentaria acerca de un niño perdido avejentado.

Ramón Alfonso


Francia, 1984. T.O.: “Paris vu par… 20 ans après”. Directores y guiones: Chantal Akerman, Bernard Dubois, Philippe Garrel, Frédéric Mitterrand, Vincent Nordon y Philippe Venault. Fotografía: Luc Benhamou, Anne Khripounoff, Pascal Laperrousaz, Martin Schäfer y Romain Winding, en blanco y negro y color. Música: Jorge Arriaga, Michel Bernholc, Faton Cahen, Jean-Claude Deblais, Jean-Marie Hausser, Roger Pouly y Sylvano Santorio. Intérpretes: Maria de Medeiros, Jean-Pierre Léaud, Christine Boisson, Katrine Boorman, Philippe Garrel, Tonie Marshall.