Decrepitud y ocaso
Quien haya querido introducirse en el mundo cultural italiano, bien como curioso, bien como sujeto activo, se habrá sentido desilusionado. Su entrada no es fácil, parece un coto selecto y cerrado, ni tampoco dinámico: para hacerse un nombre es preciso antes apolillarse, apestar a naftalina. Las momias, generalmente viejas glorias que viven de remotas rentas, aferran sus pequeñas parcelas de influencia con fuertes garras, complicando el paso a iniciativas o espíritus entusiastas o renovadores. Paolo Virzì abre una ventana a ese mundo en su última película, Noches mágicas, una suerte de “Gran belleza” sobre el ocaso de la industria del cine.
Es el verano de 1990, y tres jóvenes guionistas son convocados en Roma como finalistas del Premio Solinas, el más prestigioso en su ramo en Italia. Uno de ellos ganará, pero será lo de menos, porque los tres atravesarán particulares via crucis para intentar hacerse un hueco en el cine. Entre tanto, se verán envueltos en el asesinato de un productor arruinado. Como telón de fondo, Italia está pendiente del Mundial de 1990, en la que sería eliminada por Argentina. Virzì utiliza siempre las retransmisiones del Mundial de Fútbol como una metáfora, para resaltar la banalidad y vulgaridad del universo que retrata: un mundo de campanillas que sigue anclado y anquilosado en su glorioso pasado pero que ha caído en una abyección cómoda y consciente. Lo fácil, señala Virzì, es siempre quejarse, no actuar.
A pesar de no contarse entre sus mejores películas (es a ratos confusa de puro coral), presenta una galería de personajes muy destacable. Virzì es un guionista de primera, posiblemente el mejor de los italianos actuales: sus películas pueden ser mejores o peores, pero nunca fracasan en el retrato de tipos y escenas. Sus secundarios son tan esperpéticos que seguramente fueron reales: desde la abogada cínica y coja que es además representante cinematográfica hasta el pope que diserta interminablemente rodeado por su legión de jóvenes acólitos (sus negros literarios), todos los personajes de esta película parecen un fraude, una impostura, una estafa con tufo a corrupción. Son, cada uno a su modo, una manada de hienas que no dudan en sangrar o embaucar a los jóvenes aspirantes a guionistas (Virzì tampoco los pinta como unos santos: uno es un pedante insoportable; la otra una drogadicta amargada; el último, un inmaduro irresponsable). No hay redención para una gente así, que suspira por el viejo cine pero que son un lastre para el futuro por sus métodos, su inacción y su patético orgullo. Virzì reparte a todos: a los jóvenes, por ejemplo, les reprocha que no miren a su alrededor, que prefieran escenarios exóticos en lugar de “asomarse por la ventana”.
Quizás estas Noches mágicas sean lo más parecido a unas “Luces de bohemia”. Los tres protagonistas andan, están continuamente en movimiento, tanto en acto como de palabra, y flotan a la deriva entre todo el esperpento que les rodea. Se cruzan con unos crepusculares Mastroianni o Fellini, a los que Virzì desmitifica en apenas dos pinceladas, mientras los atosiga un patético maestro de ceremonias obsesionado por ser el perejil de todas las salsas, el imprescindible mecenas con una inagotable agenda de contactos e inabarcable (y suicida) soledad. Este Virgilio, que tampoco se queda quieto jamás –Noches mágicas apenas resuella–, aspira a ser Dante, pero su deambular entre sátiros, bacanales y mediocridad es el mejor ejemplo de tanta decadencia, podredumbre y miseria.
Joaquín Torán
Italia, 2018. T.O.: “Notti magiche”. Director: Paolo Virzì. Intérpretes: Mauro Lamantia, Giovanni Toscano, Irene Vetere, Giancarlo Giannini, Ornella Mutti,, Paolo Bonacelli, Marina Rocco, Paolo Sassanelli, Roberto Herlitzka. DISPONIBLE EN FILMIN Y MOVISTAR+