Martin Scorsese. Retratos de un cineasta americano

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Pau Gómez (ed.). Libros Cúpula-Planeta, Barcelona, 2020. 195 páginas.

Tras el comentario que le hizo Cesc Gay de que todos eran hijos de una forma u otra del cine de Martin Scorsese, Pau Gómez decidió que el libro que se disponía a escribir sobre el director de Malas calles iba a tener un planteamiento bien distinto: él firma un ensayo introductorio y cada película es analizada por un cineasta español. La aseveración de Gay podría sorprender, ya que en principio es difícil detectar influencias del director de Taxi Driver en el de Truman, pero responde a la lógica de que cualquier autor puede tener gustos –e incluso estar influenciado– por autores de estilos y universos bien distintos al suyo.

De un modo u otro, la tesis del libro termina siendo la de argumentar esa idea de que todos son, de una forma u otra, hijos, directos o indirectos, vástagos en deuda o en conflicto, del cine de Scorsese, el más influyente, en este sentido, de los directores estadounidense de su rompedora generación, por encima de Coppola y Spielberg, muy por encima de Lucas, Schrader y De Palma.

Rodrigo Cortés, a quien le costaría decidir su película preferida, escribe el prólogo, en el que explica cómo descubrió a Scorsese con El color del dinero. Después entran en escena, entre otras y otros, Inés París (Boxcar Bertha), Gay (Malas calles), María Ripoll (Alicia ya no vive aquí), Mariano Barroso (Taxi Driver), Juanma Bajo Ulloa (El último vals), Daniel Calparsoro (Toro salvaje), Javier Ruiz Caldera (El rey de la comedia), Gracia Querejeta (El color del dinero), Manuel Martín Cuenca (La última tentación de Cristo), Paco Cabezas (El cabo del miedo), Gabe Ibáñez (Casino), Óscar Aibar (El aviador), Agustín Díaz Yanes (Infiltrados), Oriol Paulo (Shutter Island), Manuel Huerga (La invención de Hugo), Jonás Trueba (El lobo de Wall Street), Rodrigo Sorogoyen (Silencio) y Paula Ortiz (que escribe sobre El irlandés aunque descubrió a Scorsese con Toro salvaje).

Las relaciones son en algunos casos muy claras: el espíritu rock en Bajo Ulloa, la tensión de la violencia en Calparsoro, el uso de la comedia en Ruiz Caldera o el evidente encuentro entre Huerga y el espíritu maravillado de Georges Méliès según Hugo. En otros podría sorprender la elección solo si volviéramos a esa idea absurda de que un cineasta de un estilo determinado únicamente puede tener como referentes o preferencias directores similares: el minimalista Jonás Trueba explica muy bien porqué le gusta una película tan expansiva y espasmódica como El lobo de Wall Street, del mismo modo que el siempre tenso Sorogoyen analiza el eje de miradas de un film entre violento y recogido como es Silencio.

Quim Casas