Conocer y recordar
Aunque no ha abandonado la ficción (en Cannes-2019 presentó Family Romance, LLC, coproducción estadounidense-japonesa sobre un hombre contratado para fingir ser el padre de una joven, y como actor puede vérsele en tres episodios de la serie The Mandalorian), Werner Herzog continúa ahondando en su manera de entender el documental. Conociendo a Gorbachov (2018), disponible estos días en Movistar+, y Nomad: In the Footsteps of Bruce Chatwin (2019), vista en Filmin en el marco del D’A Film Festival online, son sus dos últimas propuestas, a las que seguirá en breve Fordlandia (2020), sobre la ciudad en el Amazonas que quiso construir Henry Ford.
No me parece exagerado decir que en las últimas décadas Herzog se ha convertido en uno de los mejores o más personales documentalistas. El concepto de no ficción está presente desde los inicios de su filmografía, y no solo porque alternara constantemente los dos formatos, el documental y la ficción, sino, sobre todo, porque en sus relatos de ficción anidaba constantemente la visión documental, mientras que en sus documentales eran evidente las licencias que se tomaba con la “verdad”. Documentales o reconstrucciones (La Soufrière y Fitzcarraldo, pongamos por caso) aparecen ungidos por la misma determinación, y si el segundo puede verse como un documental de sí mismo, el primero puede entenderse como una aventura imaginada ubicada en un marco tal real como el de un volcán a punto de entrar en erupción.
De todo ello se ha escrito extensamente a lo largo de los años, pero en la última década y media, a raíz de pequeños éxitos como el de Grizzly Man, un film perfecto para entender el ecosistema documental de Herzog y sus rasgos más característicos (el trabajo sobre las imágenes ajenas, la métrica impuesta por la voz narrativa con su particular acento en inglés, la sutil frontera entre ficción, no ficción y falso documental…), ha emergido con fuerza inusual esta idea ya extendida de Herzog como uno de los cineastas más personales en el registro documental, sea cual sea la historia, el acontecimiento o el personaje retratados. En este sentido, tanto el film sobre Mijaíl Gorbachov, uno de los políticos más importantes de la historia moderna, como el dedicado a Bruce Chatwin, amigo personal de Herzog y algo así como su alma gemela, se adecuan a estructuras más clásicas si los comparamos con la citada Grizzly Man, Encuentros en el fin del mundo, La cueva de los sueños olvidados o, sobre todo, Lessons of Darkness y The Wild Blue Yonder, imágenes documentales que se convierten en relatos de ciencia ficción. Desprovistos ambos de esa carga de ironía o de metalenguaje, o de relato aventurero en el caso de Conociendo a Gorbachov, fijan el concepto del Herzog más documentalista en el sentido tradicional, y en esa acepción, lejos de la redefinición malabar del género, el director alemán brilla también con luz propia.
MÍJAIL GORBACHOV
Lo primero que le dice Herzog al artífice en la antigua Unión Soviética de la perestroika (transformación de la sociedad y recuperación del socialismo) y la glasnost (la política de la transparencia) es lo siguiente: “Yo soy alemán, e imagino que el primer alemán que vio en su vida quiso matarle”. Gorbachov, nacido en 1931, contesta que de pequeño conoció a unos granjeros alemanes establecidos en la URSS que hacían unas ricas galletas de jengibre, “y alguien que hace esas galletas solo puede ser bueno”. Ignoro si ese fue o no el primer comentario que le hizo Herzog a Gorbachov en la serie de tres largas conversaciones que tuvieron durante seis meses, conducidas por el cineasta y filmadas por André Singer, quien aparece acreditado como codirector. Pero, en la ordenación de todo ese material realizado en la sala de edición, Herzog utiliza la pregunta y la respuesta como eje vertebrador. Viendo el film en el orden en el que está montado, la sensación es la de que Herzog se gana inmediatamente la confianza de Gorbachov con este breve comentario. Porque indagando muy bien en la vertiente política del personaje, el director no deja de preocuparse por el lado humano, y esa es una cualidad de toda buena entrevista, de todo buen documental planteado de esta manera tan precisa: plano / contraplano de entrevistador y entrevistado y abundantes imágenes de archivo que sintetizan el tránsito de Gorbachov hasta convertirse en secretario general del Partido Comunista y regir el destino de la nación soviética y su transformación, las relaciones con Ronald Reagan y Margaret Thatcher, una aclaratoria entrevista con George P. Schultz (secretario de Estado durante el mandato Reagan), el desastre de Chernobyl, los primeros signos que conducirían al final de la era soviética y la caída del muro de Berlín o la reunión en Islandia entre Gorbachov y Reagan para terminar con las armas nucleares. Tras recuperar imágenes de la reunión, Herzog filma hoy a unos turistas en la casa de Reikiavik donde se celebró aquel encuentro: una casa-símbolo de lo que pudo ser antes de lo que ha sido dada la escalada nuclear de los últimos tiempos; una fijación del momento por encima de su trascendencia.
En “Conociendo a Gorbachov”, Herzog indaga muy bien en la vertientepolítica del personaje, pero no deja de preocuparse por el lado humano |
El film tiene tres momentos brillantes dentro de su concepción ortodoxa. El primero, cuando Herzog hace hincapié en la explosión de la central nuclear de Chernobyl y el posterior secretismo e incompetencia del Kremlin como origen del cambio en la cultura política. En este tipo de documentales en los que Herzog se convierte en entrevistador, acostumbra a decir las cosas más significantes como de pasada, con enorme sencillez. El segundo es el sostenido primer plano de Gorbachov cuando el estadista soviético queda un rato en silencio tras decir que la guerra fría la ganamos todos, aunque los norteamericanos creyeron que la habían ganado ellos. El tercero describe muy bien la forma de la primera persona en todos los documentales de su autor. Herzog le recuerda la frase: “quien llegue tarde en política será castigado por la vida” en el bloque en el que le agradece a Gorbachov, personalmente, su papel determinante en la reunificación alemana, antes de entrar de lleno en las dificultades para materializar la perestroika, el intento de golpe de estado, los buques de guerra apuntando contra la residencia de Gorbachov en Crimea, el rechazo de la insurrección militar por parte del pueblo y el ascenso letal de Boris Yeltsin. Este hizo que fuera abolido el Partido Comunista. “Hasta el centro se volvió centrífugo”, sentencia con claridad meridiana el propio Herzog. Gorbachov asegura que aún siente un dolor muy adentro cuando el director le pregunta si contempla el final de la URSS como su tragedia personal. En ese momento, Gorbachov deja de mirar a Herzog para mirar a cámara –ahora es él quien controla la puesta en escena–, totalmente consciente de la situación: esa mirada al objetivo de la cámara está dirigida a todo el pueblo ruso.
BRUCE CHATWIN
Herzog respeta mucho a Gorbachov, y esa sensación está presente a lo largo de todo el documental. También respeta mucho a Bruce Chatwin, pero la relación de amistad que les unió y los proyectos en los que se embarcaron juntos conllevan un respeto distinto y, por lo tanto, una película diferente (un recuerdo o evocación frente al carácter de conocimiento didáctico que propone en el otro film). También es mucho más autobiográfica ya que, casi siempre, Herzog habla de sí mismo cuando en sus documentales habla de los demás.
Chatwin, aventurero y escritor fallecido a causa del sida en 1989 a los cincuenta y nueve años de edad, colaboró con Herzog en la etapa final de su vida, lo que le permite al cineasta, con mucha naturalidad, exponerse en primera persona un poco en la línea de su documental sobre Klaus Kinski, Mi enemigo íntimo. A Chatwin le gustaba mucho el primer largometraje de Herzog, Signos de vida, especialmente lo que definió como el paisaje perturbado, aquel campo de molinos de viento en el que enloquece el soldado protagonista. Se conocieron en Australia en 1983, cuando el director preparaba Donde sueñan las verdes hormigas y el escritor investigaba las canciones aborígenes. En 1988, Herzog adaptó en Cobra verde la novela de Chatwin “El virrey de Ouidah”, cuyo rodaje en Ghana fue tan violento y sulfuroso como el de Fitzcarraldo, siempre con Kinski de por medio. Herzog se extiende en aquel rodaje, en los días en los que Chatwin, ya enfermo, estuvo presente y escribió cosas tan certeras como que “Herzog es un compendio de contradicciones, enormemente duro, aunque vulnerable, afectuoso y distante, austero y sensual, no muy adaptado a las preocupaciones del día a día, pero muy eficiente bajo condiciones extremas”. Las últimas imágenes que vio el escritor antes de entrar en coma fueron las del documental Woodabe, los pastores del sol, en el que Herzog filmó a los bellos jóvenes de una tribu africana maquillados y ornamentados para gustar a las muchachas en pleno desierto. La primera película de ficción que realizó Herzog tras la muerte de Chatwin fue Grito de piedra, de la que el director no solo destaca sus imágenes absolutamente documentales confirmando que uno de sus actores, Stefan Glowacz, máximo especialista en escalada libre, ataca en el film el temible Cerro Torre sin ninguna protección, sino que esta idea de filmar la verdad, ahora sí en estado puro, era lo que más le gustaba a Chatwin del cinematógrafo. Herzog desvela otra historia relacionada con su amigo fallecido: el protagonista de Grito de piedra lleva la mochila de Chatwin durante toda la película, ya que, para el director, el inaccesible pico de Cerro Torre tenía que ver con Chatwin y con su muerte. Herzog cuenta cómo, durante un reconocimiento del terreno, les sorprendió una tormenta a veinte grados bajo cero. Hicieron un hueco en el hielo para protegerse y pasaron allí cincuenta y cinco horas hasta que fueron rescatados. Quien tenía la mochila de Chatwin en ese momento era Herzog, y en esa mochila había llevado Bruce “Del caminar sobre hielo”, el libro en el que el director relató su experiencia andando en solitario de Munich a París. Para Chatwin, el acto de caminar era algo sacramental.
A la luz de Chatwin, de su experiencia vital, de su obray vida azarosa e independiente, emerge con más fuerza, si cabe,el Herzog curioso y aventurero de siempre |
A la luz de Chatwin, de su experiencia vital, de su obra y vida azarosa e independiente, emerge con más fuerza, si cabe, el Herzog curioso y aventurero de siempre. La música y arreglos corales de su habitual colaborador, el compositor y violonchelista Ernst Reijseger, grabados en el interior de una iglesia luterana, subrayan todos aquellos pasajes en los que se nos explica la fijación de Chatwin por los complejos neolíticos y monasterios galeses que convirtió en su lugar de origen mítico. El hecho de que Chatwin descubriera hechos reales y los adornara y modificara –lo que le enemistó con muchos antropólogos e historiadores, quienes consideraban que inventaba esos hechos–, nos sitúa en el terreno preferido de Herzog, el que mezcla ficción y realidad. Chatwin buscaba rarezas como las que encontraba Herzog: el esqueleto de una nave abandonada de La guerra de las galaxias en el corazón de Australia.
La película se divide en ocho capítulos. En el séptimo, centrado en Cobra verde, Herzog descubre por parte de Nicholas Shakespeare –autor de la biografía “Bruce Chatwin”, publicada en 1999– el guión de la película con anotaciones de puño y letra de Chatwin: este nunca se lo devolvió, de modo que el director no pudo utilizar esas notas que ahora, tres décadas después del rodaje del film, descubre con una mezcla de sorpresa, alegría, alivio y temor. En el capítulo octavo, titulado “El libro está cerrado”, Herzog cierra el cuaderno de notas de su amigo: el libro está cerrado y la aventura de esta película, terminada. “Cristo llevaba una túnica sin costuras”; fue lo último que escribió el alma gemela de Herzog.
Quim Casas