HOLLYWOOD

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Ace Studios, 1947: una historia alternativa

La propuesta de esta nueva serie de Ryan Murphy (con Ian Brennan) es sencilla, imbuida del espíritu ucrónico de los últimos tiempos televisivos (The Man in the Hight Castle, La conjura contra América): ¿qué hubiera pasado si en el Hollywood de finales de los años cuarenta un estudio de los más poderosos se hubiera arriesgado a financiar una película escrita por un guionista homosexual y de raza negra, realizada por un director de origen filipino, interpretada en su papel principal por una actriz negra y con el beneplácito de un director de producción homosexual que acaba asumiendo su condición?


ENTRE LA FICCIÓN Y LA REESCRITURA DE LA REALIDAD

La compañía se llama Ace Studios, y su portón de entrada podría ser perfectamente el de la Paramount. Su actual propietaria, Avis Amberg, es quien asume los riesgos del proyecto al tomar las riendas del estudio después de que su marido tenga un infarto en plena faena sexual con su amante; el personaje está basado, con todas las modificaciones pertinentes, en Irene Mayer Selznick, hija de Louis B. Mayer, uno de los productores de hierro del viejo Hollywood, y primera esposa de David. O. Selznick, el anfetamínico primer productor independiente dentro del ecosistema de la gran era de los estudios. El director medio filipino –el único que puede disimular sus orígenes– es un personaje de ficción, Raymond Ainsley, así como su compañera y protagonista del polémico film, Camille Washington, el protagonista masculino, Jack Castello –el único de los personajes principales que es blanco caucásico y heterosexual–, y el guionista del mismo, Archie Coleman. Pero el amante de este es muy real, un aspirante a actor, ciertamente torpe, llamado Roy Fitzgerald, a quien su mánager le obliga a cambiar de nombre. A partir de ahora, para triunfar en el mundo del cine, será conocido como Rock Hudson (el protagonista de tantos films de Douglas Sirk se llamaba en realidad Roy Scherer). El agente, encarnado muy bien por Jim Parsons en una clara demostración de que ya ha dejado atrás su papel de científico inmaduro en Big Bang Theory, es Henry Willson, un personaje real, también homosexual, que se dedicó a promocionar con más o menos éxito a jóvenes guapos de dudosas cualidades interpretativas como el primer Hudson, Rory Calhoun –que aparece en una secuencia de sexo triangular–, Chad Everett, Troy Donahue, Tab Hunter, Robert Wagner, John Derek y John Saxon. Lo mejor y lo peor de Hollywood como fábrica de ilusiones y comercio de muñecos rotos aparece en este personaje, no el principal de la serie, pero sí uno de los más determinantes.



El proyecto en cuestión se titula “Peg”, aunque al final gira el título a “Meg”, y es la historia de un caso real, el de la actriz Peg Entwistle, quien solo intervino en una película, Trece mujeres (George Archainbaud, 1932), y tras saber que su personaje había sido cortado en el montaje definitivo, subió a lo alto de la letra H del famoso letrero gigante en el Monte Lee, cuando aún era Hollywoodland, y se arrojó al vacío. Hay otras historias y personajes verídicos en la serie. Por ejemplo, las cenas en casa de George Cukor, con presencia de estrellas femeninas como Vivien Leigh y Tallulah Bankhead, y que a partir de la medianoche se convertían en fiestas clandestinas con presencia de jóvenes prostitutos retozando en la piscina y el jardín, no muy distintas a las organizadas por W. Somerset Maugham en Villa Mauresque (la cena-fiesta en cuestión es el núcleo central del tercero de los siete episodios). Y la gasolinera regentada por Ernie West, personaje inspirado en Scotty Bowers, proxeneta al servicio de las grandes estrellas cinematográficas del que da cuenta Kenneth Anger en su “Hollywood Babilona”, biblia negra del Hollywood amarillento de la que la serie de Murphy puede verse como un despiece más ligero. Los empleados de esta gasolinera que existió en realidad, entre ellos Jack, Archie y esporádicamente Rock, satisfacen a las ricas y ricos clientes que aspiran a una buena ración de sexo antes que unos litros de gasolina para los depósitos de sus automóviles, entre ellos, según la serie, el músico Cole Porter. También son muy reales Anna May Wong y Hattie McDaniel, interpretadas por Michelle Krusiec y Queen Latifah. De la actriz angelina de origen chino se evoca en el segundo episodio la más triste de sus historias, cuando tras hacerse un hueco en el cine, siempre en personajes “exóticos”, entre villanas asiáticas, adictas al sexo o fumadoras de opio (El ladrón de Bagdad, Pasiones de Oriente, La hija del dragón, El expreso de Shanghai), pasó de forma excelente la prueba de casting para La buena tierra (1937) pero su papel, el de la campesina china O-Lan, recayó finalmente en la actriz alemana Luise Rainer, quien además ganó el Oscar. De McDaniel se nos recuerda cómo fue obligada a sentarse en las últimas filas en la ceremonia en la que le fue concedida la estatuilla por su trabajo de dócil sirvienta negra en Lo que el viento se llevó. Las secuencias entre Wong y Raymond, y entre Camille y McDaniel, contienen los dardos más envenados contra la reaccionaria industria del cine (y la sociedad en general) que se permite Murphy en toda la serie.


La estructura flexible permite el desplazamiento entre personajes distintos,

hasta lograr un mosaico amplio sobre los entresijos de la creación y

la condición humana en este Hollywood de una realidad alternativa



La estructura flexible permite el desplazamiento entre personajes distintos, de una relación a otra igual de intensa o más secundaria, hasta lograr un mosaico amplio sobre los entresijos de la creación y la condición humana en este Hollywood de una realidad alternativa. Jack es quien asume un mayor protagonismo hasta convertirse en una pieza más del engranaje. Podría ser perfectamente el alter ego de Rock Hudson, aunque sin el condicionante gay en la época. Igual de pardillo, igual de mal actor, se presenta cada mañana en la puerta de los estudios Ace junto a decenas de pretendientes a actor o extra. No lo escogen por su talento, aunque luego lo demuestre, sino por acostarse con una de las ejecutivas del estudio y, después, por su relación con Avis. Pero hay una persona que confía en él. Se trata de la veterana Ellen Kincaid, veterana del estudio y auténtica cazatalentos; es uno de los personajes más interesantes y trabajados, junto al del director de producción Dick Samuels, y sobre ellos recae el peso, también real, de las decisiones fundamentales que se tomaban en las productoras durante el sistema de los estudios.

Ellen confía en Jack, tiene “it” (algo, como la “it girl” Clara Bow en la época muda). Pese al desastre de la prueba que realiza Jack, y al revés de lo que le ocurrió a Anna May Wong, el aspirante a actor que se gana la vida como prostituto de lujo en una gasolinera es contratado por el estudio. Es entonces cuando la historia se desplaza al personaje de Raymond, quien desea rodar con Wong el film El ángel de Shanghai, y a su novia Camille, actriz de reparto a la que un director le dice en pleno rodaje que intente ser graciosa como Hattie McDaniel. Todo esto ocurre en el segundo episodio, un tratado simple sobre los clichés raciales. Después, los hechos determinantes se desencadenan. El estudio no quiere producir El ángel de Shanghai, pero Samuels le pasa a Raymond el guión de Archie sobre Peg Entwistle. Poco a poco, a través de situaciones más tragicómicas que dramáticas o ligeras, este proyecto se convierte en una cruzada por la normalidad y en un desafío a la ortodoxia y racismo de una industria del cine que Murphy contempla, como también hiciera en Feud –sobre la rivalidad entre Bette Davis y Joan Crawford durante el rodaje de ¿Qué fue de Baby Jane?–, con afecto pese a sus lacras. El exceso de bonhomía de Murphy queda demostrado en el papel decisivo que juega Eleanor Roosevelt en la elección de una actriz negra como principal protagonista de “Meg”: lo que no consigue el gobierno en relación a la segregación racial lo puede lograr el cine. Sin duda, la praxis de la serie es muy, muy, alternativa.



Como disquisición sobre los entresijos creativos, Hollywood tiene apuntes jugosos. Es Dick Samuels, repito, el personaje mejor trabajado de la serie, quien les hace ver a Archie y Raymond que el tropo dramático cambia al escoger a una actriz negra en vez de blanca y, consecuentemente con ello, el final de la película debería cambiar: si Meg se suicida, ¿qué mensaje están dando a la población negra del país? Archie y Raymond lo aceptan de inmediato, en otra clara demostración del papel fundamental del director del estudio en la época clásica del cine estadounidense. También queda reivindicada la figura del montador “al servicio del director, no de los productores”: el viejo editor de Ace Studios conserva una copia de “Meg” después de que el abogado del comatoso Ace Amberg queme la película, y le confiesa a Raymond que también ocultó una de El mago de Oz ya que un inepto ejecutivo de MGM decidió cortar el número de “Over the Rainbow” (otra anécdota real, nada alternativa). Y un tributo postrero a los magnates telúricos que, a pesar de sus modos dictatoriales, consolidaron aquella industria cinematográfica: Archie y Raymond recompensan a Ernie escribiendo el papel de un jefe de estudio expresamente para él; se llama Darryl B. Selzman, o la sombra alargada de David O. Selznick y Darryl F. Zanuck.

A HOLLYWOOD ENDING

  Este es el título del último episodio, un final de Hollywood. Todos los que han hecho posible “Meg” son nominados al Oscar. Estamos en 1947, así que compiten en las distintas categorías con La barrera invisible (el film de Kazan que se alzó con el premio a la mejor película), Doble vida, De ilusión también se vive, Cadenas rotas, Cuerpo y alma, Encrucijada de odios, El solterón y la menor o Mourning Becomes Electra; a pesar de ser una ucronía, Murphy es escrupuloso con el tiempo sobre el que fantasea. En la serie, las estatuillas recaen en la actriz principal, la secundaria, el guión, la dirección, el montaje, la película… pero en un guiño/ decisión coherente con las escasas cualidades interpretativas del imaginario Jack Castello, el único Oscar importante que no consigue “Meg” es el de mejor actor secundario, que lo obtiene quien lo ganó realmente, Edmund Gwenn, por su trabajo en De ilusión también se vive.



Aunque hay un poso acre en el plano en que Hattie McDaniel le explica a Camille que, tras ganar el Oscar, no le llegó jamás un papel importante y la ciudad le hizo sentir que no debía haberlo ganado, el Hollywood ending es absoluto, y no solo en los premios obtenidos por una película confeccionada por negros, blancos, asiáticos, homosexuales y heterosexuales: Archie cruza el último umbral, el de ir a la ceremonia cogido de la mano de su pareja, Rock Hudson, y aparecen al final como los instigadores de la futura liberación homosexual. Pese a proponer una historia alternativa –elegante, idealista, ilusa y siempre excesiva, como es habitual en Murphy–, utiliza el happy end clásico. Paradoja o ironía. Willson se regenera y, en homenaje al fallecido Samuels, quiere producir con todo el equipo de “Meg· el primer film sobre el amor entre dos hombres. Su título será “Dreamland”. Este podría haber sido el título alternativo de Hollywood.

Quim Casas


USA, 2020. T.O.: “Hollywood”. Creadores: Ryan Murphy e Ian Brennan. Intérpretes: David Corenswet, Darren Chriss, Laura Harrier, Jeremy Pope, Jake Picking. DISPONIBLE EN NETFLIX