Un mago en su laboratorio
En las conversaciones, artículos o estudios sobre cine se suele considerar una película en base a la autoría o participación de un director o intérprete afamado, de un guionista respetado, o de un productor con temperamento, pero tiende a obviarse a todos los técnicos, siempre fuera de foco o cámara, que la hacen posible. El olvido es injusto y arbitrario: muchos de ellos, como Phil Tippett, han hecho avanzar más el cine que numerosos cineastas o actores.
A Tippett se le ha dedicado recientemente un documental bastante ortodoxo, Un genio llamado Phil Tippett, que glosa sus aportaciones a la industria. La película transcurre casi exclusivamente en la intimidad de sus estudios, que parecen grandes almacenes. Tippett se muestra tímido ante la cámara, aunque como todos los tímidos, también con grandes deseos de expresarse. El documental capta su comodidad ante la soledad de las sombras. Doble ganador de Oscars, amigable y de ideas claras que brillan en el fondo de su mirada, se retrata durante el metraje al valorar más el trabajo que la notoriedad. Consciente de que es parte de un engranaje, al final realiza una reflexión que deberían apuntar todos los charlatanes pagados de sí mismos: “No veo cómo será la vida cuando acabe la mía. O te olvidarán o te estudiarán en los libros de historia”.
Un genio llamado Phil Tippett tiene mucho de culto a la persona, pero sin alardes megalómanos: reivindica, con justicia, a un personaje fundamental para la historia del cine. No en vano, Tippett ha contribuido a que el séptimo arte sea también magia, como imaginó Méliès. Cabeza visible de un estudio propio que actualmente sirve además como universidad para animadores, el palmarés de este artesano de aspecto bonachón y retraído es apabullante. Tippett es único en su campo: cuando un realizador necesita dotar de dinamismo a una criatura, de manera que se mueva “naturalmente”, su teléfono es siempre el primero en sonar. El visionario Spielberg se decantó por la animación digital para el modelado de sus dinosaurios de Parque Jurásico (1993), intuyendo las posibilidades de la técnica, pero tuvo la corazonada también de que para que estos fuesen creíbles tenía que contar con Tippett. Así, su estudio ideó una herramienta de captura de movimiento, Digital Input Device, que supuso un punto de inflexión para todos los animadores venideros: a partir de unas cámaras puestas en la articulación de las maquetas de sus lagartos gigantes, captaron cada movimiento y lo enviaron a los animadores digitales para su procesado.
Antes de llegar al gran parque temático jurásico, Tippett dio vida a las monstruosidades del ajedrez de La guerra de las galaxias (1977), e ideó los rostros de los parroquianos de la cantina de Mos Eisley. George Lucas le puso al frente del taller de criaturas de El retorno del Jedi (1983): entre él y Stuart Freeborn legaron para la posteridad a Jabba el Hutt, basándose en Sydney Greenstreet. Creó las máquinas asesinas de la saga RoboCop, que son también un icono del cine, y renovó el stop-motion a partir de la técnica de su propia creación, el go-motion, que anteponía la planificación sobre la imaginación.
Un genio llamado Phil Tippett supura devoción. Es una película sobre las tramoyas, sobre los “cómo se hizo” que acompañan los extras de los dvds, aunque rodada con bastante más oficio que cualquiera de estos añadidos. Sobre todo, es el film de dos curiosos que saben transmitir su pasión sin ser superados por el entusiasmo. El producto final induce a la maravilla, y por eso es un homenaje estupendo a uno de los grandes magos del cine.
Joaquín Torán
Francia, 2018. T.O.: “Phil Tippett: Mad Dreams and Monsters”. Directores: Alexandre Poncet y Gilles Penso. Con los testimonios de: Phil Tippett, Joe Dante, Paul Verhoeven, Dennis Muren, Jon Davison. DISPONIBLE EN FILMIN