EL INCENDIO

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La forma sobre la narración

Filmin acaba de estrenar en su plataforma El incendio, una miniserie británica que, bajo parámetros genéricos habituales, se convierte en una propuesta visual donde la forma cinematográfica es mucho más interesante que una intriga necesariamente impostada.


Un automóvil transita por una carretera secundaria repleta de curvas. Durante los primeros segundos del primer episodio nada sabemos de quién es su conductor ni hacia donde se dirige. El camino parece pausado. Mientras aparecen los créditos la cámara recoge la panorámica de un lugar en el campo, solo sesgado por ese camino asfaltado. Al final de la secuencia inicial el coche toma a destiempo la curva, intenta frenar y sale del camino. Tras el accidente un fundido en negro. Empieza la función.



La historia se presenta como una intriga al uso. La vida idílica de un pueblecito escocés se ve sacudida por un trágico suceso, la de un pavoroso incendio nocturno que acaba con las vidas de Kate, la profesora de la escuela, y la de sus tres hijas. Solo Tom, el padre de la familia y médico del pueblo, consigue sobrevivir después de que Steve, su amigo y policía local, consiga salvarlo inconsciente de entre las llamas. Antes de ese momento no han faltado los temas habituales del género, ni tampoco faltarán a lo largo del metraje. Una pequeña comunidad bien avenida, dos familias de fachada impoluta, una escuela repleta de niños, unas misteriosas muertes, un secreto inconfesable, unos asesinatos… el espectador sabe que bajo el barniz aparecen las grietas. Lo importante es saber de qué modo y qué mensaje o metáfora llevan con ellas, y esta miniserie consigue responder a esas preguntas, aunque con ello desdeñe (casi) del todo el apoyo narrativo que un buen thriller necesita.

Sí que es cierto que tras la autopsia de los cuerpos existen indicios de un crimen porque las cuatro fallecidas tienen extraños pinchazos en los brazos. En un primer momento todo apunta a que Kate mató a las niñas y después se suicidó a causa de su larga depresión. El incendio no busca el giro argumental porque en el fondo no busca tampoco el descubrimiento del culpable, sino más bien ofrecer un retrato de dos posibilidades, el castigo del culpable o la redención de la víctima. Cuando descubrimos el trato vejatorio que Tom dedica a su esposa, no importa tanto el autor del crimen. De un modo u otro la situación de la pareja llevaba implícito ese luctuoso final.



LA IMAGEN EMOTIVA

Dos mujeres, Daisy Coulam y Lynsey Miller, firman el guión y la dirección de este relato. Y también es la mirada de dos mujeres la que lo articula. Tras las muertes será Joss, amiga de Kate y esposa de Steve, la que interprete un pasado mucho más tenebroso de lo que parecía en un principio. La masculinidad tóxica, el narcisismo y la psicopatía se entrevén gracias a la sutileza de unos planos que se intercalan en la cotidianidad. Son recuerdos recientes, pequeños gestos que intentan descubrir el horror. En ocasiones esos breves planos no tienen emisor, no se justifican en la memoria de ninguno de los personajes pero tienen la capacidad de crear un interesante collage emotivo, una propuesta atemporal sin que con ello la forma devenga formalismo.

El accidente de coche inicial es uno de esos planos sacados de contexto, pero no es el único. La evocación más interesante es la de Joss, cuando se da cuenta que ha sido manipulada por Tom. Una fugaz escena de sexo que acaba con Joss palpándose la mejilla, la mano de Tom que se escurre entre sus muslos justo cuando viene de enterrar a su mujer, la certeza de saber que algo no es correcto sin poderse confirmar. La dirección de Miller es visual y acertadamente intuitiva. Bajo comportamientos habituales se esconde una oscuridad moral que se traduce en primeros planos o brevísimos planos de detalle que buscan más la emoción que la narración.


“El incendio” no busca el giro argumental porque en el fondo no busca

tampoco el descubrimiento del culpable, sino más bien ofrecer un retrato

de dos posibilidades, el castigo del culpable o la redención de la víctima



En esos planos fugaces Joss recuerda un momento especialmente extraño compartido con Kate. Una noche se emborrachan y pasan horas charlando y riendo. Cuando Kate decide ir a la cama y Joss le ayuda a desvestirse aparece Tom para acabar de acostarla. El trato de Tom es condescendiente y desdeñoso, le hace tragar las pastillas antidepresivas y sale de la habitación tras apagar la luz. Joss recuerda aquella escena porque estaba a los pies de la cama y para el espectador suya es la interpretación. No obstante con el plano de Kate llorando no sabemos si Joss ha salido también de la habitación. El contraplano no existe. Esa extraña imagen, casi irreal y descontextualizada, más que un recuerdo es el propio sentimiento de culpa de Joss por haber traicionado a su amiga, es una suposición más que un hecho demostrable, es la emoción de Joss por no haber entendido lo que sucedía. El resultado es sencillo y brillante. La imagen de Kate llorando define la intencionalidad de su directora y le da mayor vuelo a un guión que plantea un thriller sin intrigas.

En realidad El incendio es un drama moral. La investigación policial es una excusa que se disgrega muy pronto. En episodios posteriores sabemos de la depresión de Kate después del nacimiento de su tercera hija. Y también sabemos de la infructuosa realidad de Joss, incapaz de quedarse embarazada y darle un hijo a Steve. Los apuntes visuales indagan definir en la relación entre feminidad y maternidad, uno de los ejes dramáticos que mueven la narración y que le dan sentido. La lástima es que esa indagación no confíe en el mismo género fílmico para darle mayor enjundia. Define claramente la actitud de un psicópata, su banalidad, con la obsesión de los pequeños gestos, hasta el punto del ridículo. Lo convierte en metáfora de la incomprensión masculina hacia la mujer.



Si volvemos la vista atrás recordaremos el coche que se estrella. Al avanzar la narración sabemos más cosas de ese suceso. Mediante esa interpretación El incendio cobra su pleno sentido, porque las consecuencias de ese accidente son del todo relevantes aunque no lo parezca. Y es una pena que no lo parezca. Esa marcada intencionalidad de separarse de los arquetipos del thriller acaba pasando factura, toda esa interesante propuesta visual de la emoción y la sensibilidad se convierte en anticlimática porque su solución es demasiado discursiva. Quién sabe. Quizás un simple arquetipo hubiera dado con la solución adecuada. Al fin y al cabo, si los arquetipos se siguen usando es porque funcionan. Con ellos se puede hablar de cualquier cosa. Mejor no despreciarlos de antemano.

Jordi Ardid


Reino Unido, 2020. T.O.: “Deadwater Fell”. Directora: Lynsey Miller. Intérpretes: David Tennant, Cush Jumbo, Maureen Beattie, Stuart Bowman, Laurie Brett, Gordon Brown, Grace Calder, Lewis Gribben, Seline Hizli, Lorn Macdonald. DISPONIBLE EN FILMIN