El director de “Casablanca”… ¿y nada más?
Entre las muchas curiosidades que depara la plataforma Netflix se encuentra Curtiz (ídem, 2018), una rareza de nacionalidad húngara que glosa, precisamente, una parte de la vida del más famoso realizador surgido nunca de Hungría: Manó Kaminer, también conocido como Mihaly Kertesz, en arte Michael Curtiz. No es un biopic hagiográfico, dado que tampoco pretende, ni mucho menos, narrar toda la vida de Curtiz, sino que se centra alrededor de la producción y el rodaje de la película más mítica de su carrera, por más que no sea, ni mucho menos, la mejor: Casablanca (ídem, 1942). Rodado en un vistoso blanco y negro, que se “rompe” esporádicamente con determinadas “fugas” de color –el chorro de luz azulada de los proyectores, la luz de la bombilla roja en la puerta del plató que indica que no se puede entrar porque se está filmando–, el film rinde pleitesía a todo lo que, más o menos, se sabe a nivel estrictamente popular, sobre Curtiz en general y sobre Casablanca en particular: que el director, interpretado por Ferenc Lengyel, era un mujeriego, amigo de follarse a todas las mujeres (secretarias, aspirantes a actrices) que se le ponían a tiro; que, a pesar de los muchos años que llevaba viviendo en los Estados Unidos y trabajando en Hollywood, hablaba un inglés apestoso (véase la escena en la que Curtiz pide unos charcos de agua en el suelo del decorado, en ingles “puddles”, y su nuevo ayudante de dirección le malinterpreta y le trae unos caniches, “poodles”); su carácter dictatorial en el plató, que lo emparenta con otros míticos cineastas hollywoodienses bien conocidos por su explosivo temperamento, o dicho de otra manera, por su mala leche…, caso de Cecil B. DeMille, Henry Hathaway u Otto Preminger; o que el guión de Casablanca se escribió prácticamente sobre la marcha, sometido a cambios diarios que volvían locos a sus guionistas, los hermanos Julius y Philip Epstein (encarnados por los también hermanos Yan y Rafael Feldman), y por las prisas del productor Jack L. Warner (Andrew Hefler), quien incluso pronuncia aquello tan famoso de: “no la quiero buena, la quiero el martes” (sic).
Curtiz es poco más que un tebeo para cinéfilos, correctamente rodado y bien interpretado, que, a pesar de que a ratos intenta profundizar en el perfil psicológico de Curtiz como ser humano –véase todo lo relacionado con su hija Kitty (Evelin Dobos), a la que hace años que no ve, y que se presenta en el plató para trabajar como figurante en Casablanca, y, de este modo, conseguir hablar con su padre–, se limita a ilustrar toda la mítica existente alrededor de una película que, a pesar de su fama, no se encuentra entre lo mejor de Curtiz (de lo que conozco de su obra, me inclino preferentemente por El doctor X, 20.000 años en Sing Sing, El capitán Blood, Los muertos andan, La carga de la brigada ligera, Robín de los bosques, Dodge, ciudad sin ley, The Sea Hawk, El lobo de mar, The Unsuspected, Pasaje para Marsella, Alma en suplicio, El barrio contra mí o Los comancheros), por más que, viendo Curtiz, se diría que este director nunca hizo nada más –horror– “importante” que Casablanca. Se trata, en resumidas cuentas, de un film que prefiere detenerse en lo pintoresco –cf. la utilización de actores enanos para disimular que el avión de las escenas finales de Casablanca en realidad era una vetusta miniatura–, y recrearse en unos bellos encuadres blanquinegros que pretenden ser evocativos y no son nada más que esteticistas: el humo de los numerosos cigarrillos que fuman los personajes forma parte del mismo atrezo visual.
Tomás Fernández Valentí
Hungría, 2018. T.O.: “Curtiz”. Director: Tamas Yvan Topolanszky. Intérpretes: Ferenc Lengyel, Evelin Dobos, Declan Hannigan, Scott Alexader Young, József Gyabronka. DISPONIBLE EN NETFLIX