Nostalgia de la “soap opera”
Aunque hace tiempo que se encuentra disponible en España en la plataforma Amazon Prime Video, por regla general, y salvo excepciones, se ha hablado poco, y “mal”, de Crisis en seis escenas, miniserie de Woody Allen víctima de un menosprecio a todas luces exagerado e, incluso, injustificado.
No es por espíritu de contradicción (y si alguien lo cree, peor para él), pero, una vez vista esta miniserie creada, dirigida, escrita y protagonizada por Woody Allen para Amazon Prime Video, no puedo menos que preguntarme de dónde procede, exactamente, su “mala prensa”, o si lo prefieren, su “mala fama”. Doy por sentado que, a menos que uno se deje arrastrar por la pereza (cosa fácil en estos días de confinamiento durante los cuales escribo estas líneas), nunca hay que hacer el menor caso de las declaraciones de un realizador como las desafortunadas que, cierto, pronunció el propio Allen en contra de su serie en el Festival de Cannes, calificando su labor en la misma como “un error catastrófico” (reproducido por “Los Angeles Times” el 18 de junio de 2015), ¡antes, incluso, de su puesta a disposición en la mencionada plataforma, que tuvo lugar por primera vez en los Estados Unidos el 30 de septiembre de 2016! Evidentemente que cualquier realizador tiene todo el derecho del mundo a declarar lo que le dé la gana sobre su propia obra, faltaría más; de hecho, resulta de agradecer semejante carácter autocrítico viniendo de un cineasta de su prestigio (el día que el arrogante Quentin Tarantino hable así de alguno de sus films tendré que pellizcarme); pero, cuando prácticamente todo el mundo se pone a repetir como loros las palabras del director, y, sobre todo, se juzga la obra en cuestión con anteojeras y sin pretender otra cosa salvo corroborar lo que ha afirmado (por aquello de que, si lo ha dicho Allen, por-algo-será…), la cosa empieza a ser bastante más preocupante. Lo digo porque, si bien es verdad que Crisis en seis escenas (Crisis In Six Scenes, 2016) no es de lo mejor de su autor de esta última década –particularmente, me inclino por Conocerás al hombre de tus sueños, Midnight in Paris, Blue Jasmine, Magia a la luz de la luna, Irrational Man y Café Society–, está por encima de A Roma con amor, Wonder Wheel y Día de lluvia en Nueva York.
UNA COMEDIA REFERENCIAL
A pesar de su título, y de que la serie está dividida en seis episodios de alrededor de 20 minutos de duración cada uno –esta es la película más larga realizada hasta la fecha por Allen: 138 minutos, aproximadamente–, la trama del film –sí: del film; la televisión no es sino cine hecho para televisión– no se divide exactamente en seis escenas, a una por episodio. Allen desarrolla con plena libertad, sin sentirse constreñido por el formato televisivo y la duración más o menos estándar de cada episodio, un argumento que, de entrada, ofrece algunas interesantes variaciones en torno a sus temas y su estilo de siempre. En primer lugar, y si no me equivoco por primera vez en muchos años en su filmografía, Crisis en seis escenas arranca con una serie de imágenes documentales, las cuales nos sitúan en la convulsa Norteamérica de los años 60 del pasado siglo: la América de la guerra del Vietnam, la lucha por los derechos civiles, los Panteras Negras, Nixon, Fidel Castro, el Ché Guevara y tantos otros acontecimientos y figuras que marcaron, y marcan, buena parte de la idiosincrasia actual de la nación norteamericana. Pero, al contrario que en Zelig, esas imágenes documentales no forman parte de la entraña visual y narrativa del relato, sino que se erigen, más bien, en un irónico contrapunto destinado a presentarnos, con el apoyo de una voz en off, al personaje de Sidney J. Munsinger, interpretado por el propio Allen.
Resulta curioso, aunque también significativo, que Allen asuma aquí un personaje que, si bien hace gala de todos los tics reconocibles de la personalidad que se ha ido forjando a lo largo de tantos años (hipocondría incluida), interprete en esta ocasión a alguien de un talante más conservador de lo habitual en él. Sidney es un escritor con ínfulas a lo J.D. Salinger que, a imitación de este último, firma sus obras como “S.J.” Munsinger para darse más importancia. En realidad, la “J.” entre su nombre de pila y su apellido es meramente decorativa, como la “L.” de Jack L. Warner o la “O.” de David O. Selznick; y la realidad es que Sidney se gana la vida escribiendo eslóganes publicitarios, incapaz de crear una segunda novela que le haga revivir la (efímera) repercusión de su ya lejano primer libro. La primera –y mordaz– secuencia de Crisis en seis escenas tras el mencionado prólogo documental consiste, precisamente, en una conversación entre Sidney y su barbero (Max Casella), quien le confiesa al primero que ha necesitado todo el invierno para leerse las 200 páginas de la novela de Sidney porque su lectura le producía, dice, “narcolepsia”, además de parecerle una obra “incoherente” y protagonizada por un personaje “de escasa inteligencia”. En cambio, cuando Sidney le confiesa que está escribiendo el guión de un culebrón familiar para televisión –en lo que puede verse, claro está, un irónico auto-guiño de Allen hacia su miniserie–, el barbero, siguiendo con su implacable actitud de crítico literario, le advierte de que eso es “un cliché”, pero que, gracias a eso mismo, probablemente tendrá éxito…
Allen desarrolla con plena libertad, sin sentirse constreñido por elformato televisivo y la duración más o menos estándar de cada episodio,un argumento que, de entrada, ofrece algunas interesantesvariaciones en torno a sus temas y su estilo de siempre |
En cierto sentido, Crisis en seis escenas viene a ser, efectivamente, una divertida parodia de las soap operas televisivas en torno a “familias disfuncionales”, habida cuenta de que Sidney y los personajes de su entorno acaban protagonizando un auténtico culebrón en tono de comedia de enredo donde se mezclan los lazos familiares con el contexto de la América de los años 60 como telón de fondo. La parodia de las soap operas que Allen propone en Crisis en seis escenas, no apta para los listillos que, desde sus torres de marfil en Internet, proclaman que la televisión norteamericana “nació” a partir de Perdidos, pongamos por caso, ignorando o, peor aún, despreciando todo lo que se hizo con anterioridad a esa efeméride, hace pensar en determinados instantes en una vieja e hilarante serie de los años 70 que, asimismo, parodiaba ese subgénero televisivo y que se titulaba, precisamente, Enredo (Soap, 1977-1981). Allen narra, con sencillez estilística pero notable eficacia cómica, un “enredo familiar” que, como suele ser habitual en su cine (sea para el formato de pantalla que sea), arroja en el fondo una mirada disolvente sobre las debilidades del ser humano.
Sidney vive no en Nueva York, como parece que resulta obligado en el cine de Allen para que parezca, realmente, el cine de Allen, sino en las afueras; estúpido tópico en torno al “carácter neoyorquino” de su cine del cual Allen se ríe mediante otro divertido auto-guiño: la escena en la que un patrullero que le para en la carretera (David Rapaport) pregunta a Sidney si no vive “en Manhattan”, ¡y a continuación le confunde con Salinger! Dicho juego de autorreferencias prosigue en el hecho de que el personaje de la esposa de Sidney, Kay, corra a cargo de la actriz y realizadora Elaine May, no por casualidad una de las figuras más relevantes de la comedia norteamericana cinematográfica y televisiva de los años 70. O que el personaje de Lennie Dale esté interpretado por la inefable Miley Cyrus –cuya sola presencia en el reparto, sospecho, habrá sido suficiente para alimentar la “mala fama” de esta serie (la misma idiotez se argumentó para criticar la tercera temporada de Black Mirror)–, siendo así que la actriz y cantante forjó su fama gracias a otra soap opera cómica, si bien de carácter y tono infantil-juvenil: Hannah Montana. Allen arroja sobre Cyrus una mirada tan maliciosa como la que lanzó en su momento sobre la Scarlett Johansson de Match Point, mostrando a Cyrus como una estrella que ha hecho de la provocación la base del éxito de su carrera en estos últimos años y que, tampoco por casualidad, interpreta aquí a una activista promiscua, radical y contestataria (ergo, provocativa) que acaba de huir de la cárcel tras haberle pegado un tiro a un guardia, y además –como afirma Kay–, es una chica con “sobrepeso”: Cyrus aparece en muchas de sus escenas zampando como una posesa.
UN ENREDO APOTEÓSICO
El enredo planteado por el director de Manhattan es mayúsculo, y más teniendo en cuenta que, en esta ocasión, tiene más de dos horas de metraje –quizá algo excesivas, aunque perfectamente llevaderas– para desarrollarlo. Lennie se refugia en la casa de los Munsinger huyendo de la policía; Sidney se niega a acogerla, pero tiene que ceder ante la insistencia de Kay, porque los abuelos de Lennie fueron quienes acogieron a la propia Kay cuando, siendo esta niña, perdió a sus padres. Con los Munsinger vive, temporalmente, un chico, hijo de una familia de amigos suyos: Alan Brockman (John Magaro). Alan, a su vez, está prometido en matrimonio con su novia Ellie (Rachel Brosnahan), y ambos tienen ante sí “un futuro”, en el sentido más burgués de la expresión. Todo se va al traste a raíz de que Alan conoce a Lennie y se enamora de ella. No solo eso: la aguerrida muchacha contagia a Alan de sus ideas radicales, hasta el punto de que Alan empieza a cuestionarse ese “futuro” tradicional y apacible e incluso su amor hacia Ellie. Por otro lado, Lennie introduce a Kay en sus ideas mediante la lectura de una serie de libros con ideas revolucionarias que, a su vez, Kay transmite y contagia a las maduras damas que componen el club de lectura que se reúne semanalmente en su casa: la secuencia en la que las provectas señoras se ponen a discutir las ideas de Mao Tse Tung (“el único chino con sobrepeso”, como le define Sidney) es impagable.
Crisis en seis escenas vuelve a ser un juego con las convenciones de géneros codificados, no solo el de la soap opera, sino también –como ya ocurría en Misterioso asesinato en Manhattan– el policíaco. La planificación de la serie es sencilla, y al mismo tiempo sutilmente elaborada, sobre la base de unos diálogos chispeantes (algunos son de los más divertidos que ha escrito su autor en estos últimos años) y una excelente dirección de actores, todos magníficos (incluida la ínclita Miley), en la cual la limpieza de los encuadres, algunos de larga duración pero sin llegar a ser planos-secuencia, se apoya en la calidez de la fotografía del operador británico Eigil Brydl, cuyos colores hacen pensar, sobre todo, en los trabajos de iluminación de Carlo di Palma para Allen. El episodio final, apoteósico, culmina con una aparatosa reunión de todos los personajes de la trama y algunos más que se añaden a última hora a la fiesta, que Allen remata con un nuevo guiño: en un momento en el cual la vivienda de los Munsinger se encuentra, literalmente, abarrotada de gente, alguien llama a la puerta y Sidney exclama: “¡Deben ser los hermanos Marx!”. Crisis en seis escenas se presenta, por tanto, como un trabajo sólido, no particularmente creativo pero consciente de sus limitaciones, las cuales sabe explotar a fondo, y con resultados harto agradables de ver. Peores películas, o series, han recibido más parabienes por parte de los popes de Internet.
Tomás Fernández Valentí
USA, 2016. T.O.: “Crisis In Six Scenes”. Creador, director y guión: Woody Allen. Productora: Helen Robin. Fotografía: Eigil Brydl, en color. Intérpretes: Woody Allen, Miley Cyrus, Elaine May, Rachel Brosnahan, John Magaro. DISPONIBLE EN AMAZON PRIME VIDEO