LA MALDAD DE FRANKENSTEIN

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Freddie Francis

La maldad de Frankenstein (The Evil of Frankenstein, 1964) surge en un momento muy concreto de la historia de la Hammer. La productora se hallaba en pleno proceso de transformación interna y algunos de los profesionales trascendentales para la línea conceptual de los estudios, como Jack Asher, ya no trabajaban en ella. De igual manera, los cambios en el departamento ejecutivo provocarían una mayor profundidad en el punto de inflexión de la Hammer. El anteriormente todopoderoso Anthony Hinds ya no poseía ninguna capacidad de decisión sobre el destino de la productora, siendo Michael Carreras quien controlaría plenamente los mecanismos internos de la compañía, originando una severa política de reducción de costes perdiendo, con ello, gran parte de la solidez formal de los años anteriores. Aunque más allá de los aspectos internos, también se acentuaría una variación genérica que tendría su base en la recuperación de los monstruos tradicionales casi completamente dejados de lado debido al fracaso de El fantasma de la ópera (1962) y al éxito de El sabor del miedo (1961), que originaría una inmediata corriente ceñida a los thrillers psicológicos que coparían una parte muy importante de la oferta de los estudios a lo largo del primer lustro de los años sesenta.



La maldad de Frankenstein es un extraño punto y aparte en la serie de la Hammer,

ya que ningún otro aspecto planteado en ella tendría continuidad en

las siguientes aproximaciones al personaje por parte de Terence Fisher


Concebida en base a estos preceptos, La maldad de Frankenstein recuperaría al personaje después de, nada menos, seis años desde The Revenge of Frankenstein (1958), cuya radicalidad conceptual la había abocado a un serio traspié comercial provocando que se abandonara cualquier proyecto de secuela. La puesta en marcha del film, empero, no resultaría nada fácil debido, especialmente, a que dos de los nombres capitales de la productora, Jimmy Sangster y Terence Fisher, se desmarcarían de él por diversos motivos, aunque, esencialmente, debido a lo poco sugestiva que les resultaba la producción. De esta manera, Anthony Hinds (con su habitual pseudónimo de John Elder) y Freddie Francis tomarían el relevo de ambos proponiendo una pieza que, estéticamente, seguiría ciertas directrices de las obras de la Universal sobre el monstruo producidas en los años treinta y cuarenta. Una circunstancia reveladora del peso comercial de la Hammer ya que, en 1957, los estudios estadounidenses no habían permitido recrear o variar el maquillaje concebido por Jack Pierce obligando a que la caracterización de Christopher Lee fuera radicalmente opuesta a la que dominaba el imaginario colectivo. Sea como fuere, La maldad de Frankenstein sería un extraño punto y aparte en la serie ya que, salvo el posterior detalle de la incapacidad de Frankenstein a la hora de usar sus manos, probablemente basado en la secuencia final de esta película en la que el laboratorio es consumido por las llamas con el barón en su interior, ningún otro aspecto planteado en La maldad de Frankenstein tendría continuidad en las siguientes aproximaciones al personaje por parte de Terence Fisher.

Otro rasgo de excepcionalidad en esta película es su evidente vinculación al citado periodo de la Universal cuyos vínculos van mucho más allá del citado maquillaje. La criatura es hallada en una cueva en estado de hibernación, situación muy similar a la de Frankenstein y el hombre lobo. De igual manera, tanto su obsesión final con el alcohol como el hecho de que únicamente se salve la pareja protagonista mientras el laboratorio estalla remiten, poderosamente, a La novia de Frankenstein (1935). De esta manera, La maldad de Frankenstein se ve poseída por una serie de rasgos totalmente infrecuentes en la productora ya que, incluso en sus más obvias reescrituras de las piezas de la Universal (La momia, por ejemplo), siempre había tomado unos derroteros propios en los que en muy escasas ocasiones se podían observar nexos de unión con los estudios norteamericanos. Amén de ello, un rasgo igualmente disímil se encuentra en la construcción de su personaje principal, un barón Frankenstein tremendamente vulnerable y muy alejado del egocentrismo que mostraría en los demás títulos de la serie. Quizá siguiendo algunos de los rasgos mostrados por Colin Clive en el díptico de James Whale, el trabajo de Peter Cushing revela agotamiento, en ocasiones incluso desesperación en base a una humanización del barón que, a pesar de mantener todavía su orgullo de clase (apenas presta atención a la muchacha sordomuda cuando esta les refugia en la cueva y les ofrece un trozo de pan), reconoce haber trabajado de peón y ahorrar hasta el último centavo para seguir con sus experimentos. Algo totalmente inimaginable en el barón descrito por Terence Fisher en su pentateuco sobre el personaje.



Probablemente, por toda esta serie de detalles, La maldad de Frankenstein siempre ha sido una pieza tremendamente maltratada y apenas tenida en cuenta cuando se abordan las películas de la Hammer dedicadas a la creación de Mary Shelley (junto a la posterior El horror de Frankenstein, de Jimmy Sangster, interesante pero muy inferior al film que nos ocupa). Cierto que, ocasionalmente, es una obra desestructurada pero sus peculiaridades estilísticas ya comentadas, unidas a un trabajo de dirección más que considerable por parte de Freddie Francis (quien deja de lado, conscientemente, cualquier nexo de unión con el cine de Fisher, como bien demuestra la secuencia del flashback), acaban convirtiéndola en una pieza de notable valía que no merece la escasa consideración que siempre se le ha profesado.

Joaquín Vallet Rodrigo


REINO UNIDO, 1964. T.O.: “THE EVIL OF FRANKENSTEIN”. DIRECTOR: FREDDIE FRANCIS. INTÉRPRETES: PETER CUSHING, PETER WOODTHORPE, DUNCAN LAMONT, SANDOR ELÈS, KATY WILD. EDITADO POR DIVISA