La ofensa

en Clásicos/El film reencontrado por

Tan turbia como brillante

La ofensa es un tratado cruento sobre el crimen, la desesperación, el deber social y el agotamiento vital. Película extraordinaria que supo adelantarse a ciertas encrucijadas policiales, con Lumet y Connery en estado de gracia.


El primer adiós de Sean Connery a James Bond tuvo lugar tras la irregular ―pese a la colaboración en el guión de Roald Dahl― Solo se vive dos veces (1967).  La saga del agente del MI6 pasó por un bache tras 007 al servicio secreto de Su Majestad (1969), que hizo que se tambalease esa máquina de hacer dinero. Para superarlo fue necesario recuperar al “verdadero Bond”, Connery, con Diamantes para la eternidad (1971), y el actor escocés se convirtió en la estrella mejor pagada. Era tal el estado de ansiedad por mantenerle en la piel de 007 que Sean Connery aprovechó la oportunidad y supo jugar muy bien sus bazas en la negociación del contrato. Consiguió que United Artists le diese carta libre para realizar dos proyectos que el propio actor elegiría.

El primero era La ofensa (1973). El texto está basado en la obra teatral de John Hopkins titulada “This Story of Yours”, que él mismo adaptó a la gran pantalla. Connery no buscaba el camino fácil, quería riesgo, y nada mejor que una trama tan oscura, plagada de inquietud, odio, y tristeza. Para guiar el proyecto eligió a Sidney Lumet, que realizó una de sus películas más particulares y arriesgadas. Fue un gran año para el director, que también llevó a cabo Sérpico (1973).

El guión es sólido y ciertamente complejo para un público que quizá no estaba preparado para una historia narrada de un modo tan brillante y particular. Sin lugar a dudas, la apuesta es valiente desde el libreto. La solidez del texto permitió a Lumet imprimir un ritmo nebuloso en su exposición fílmica, pero bien construido. Su principio ya marca las directrices que seguirá la película. Es importante destacar la partitura, creada por Harrison Birtwistle, que se realizó por medio de lo que antes se denominaba computadora. Eso genera un desconcierto hipnótico. Su efecto es inmediato. ¿Por qué no volvería a firmar ninguna banda sonora? Otro misterio sin descubrir. La película es brillante en su concepción. Su planificación es osada, pero ya tenían todo para comenzar. La fuerza de Bond y su respaldo en taquilla les otorgaban plena libertad para poder trabajar.




UN ASESINO ANDA SUELTO

¿Qué ha sucedido? Un principio lleno de interrogantes. Algo grave ha acontecido en la comisaría. La cámara lenta y esas extrañas notas musicales generan tensión. La historia se reconduce. No es tan importante comenzar por lo que ha pasado en el cuarto de interrogatorios. El espectador tarda en situarse. La trama comienza a desentrañarse. Existe un primer zarpazo para el espectador que fuese al cine por la zanahoria que podía suponer Connery. Se encuentra con un hombre que recuerda muy poco al que venía viéndose en pantalla. Su bigote, su peinado y sus trajes no evocan a 007, tampoco sus modales ni su forma de hablar. Esa rudeza no era nueva, el propio Connery dejó pistas en Diamantes para la eternidad de lo que podía ser ese rol de policía. El Bond que interpretó en la película dirigida por Guy Hamilton ya esbozaba matices de rudeza que posteriormente desarrolló en la cinta de Lumet. En La ofensa encarna a un policía envuelto en una oscuridad que le ha llevado a la bebida y a no querer mirar atrás. Son ya demasiados años investigando violaciones, abusos y asesinatos de niños. Esa crudeza se ha instalado en todas las rutinas de su vida.

Un texto tan sólido y sin grietas permitió a Lumet apostar por el naturalismo y descartar cualquier tipo de distracción estilística que pudiese tener lugar. La historia y las interpretaciones son la clave para que Lumet mostrase una habilidad especial a la hora de ir desenredando una historia per se sin recurrir a la vistosa estética.

En primer lugar, se percibe la rutina de una investigación que persigue al asesino cruento de niños. Las pistas no son claras y la tensión va en aumento. Nadie sabe nada. Una niña desaparece, pero no muere. La denuncia llega tarde y es un tiempo valioso que se pierde. Se detiene a una persona y llevan a comisaría al presunto pedófilo. Es en ese momento el turno para el sargento Johnson. Ya se le ha visto en un colegio en busca de señales o tomando una cerveza. Muestran estas escenas para que el espectador se haga una idea de cómo es el sargento y la rabia acumulada que lleva consigo.

En aquellas escenas a cámara lenta, ya se ha podido constatar el modo en el que es tratado Johnson por sus compañeros. Hay miedo en ellos y el trato se asemeja más al que se tiene con una bestia fuera de control. De ahí que en el instante del encuentro entre el supuesto pedófilo y el sargento ya existan pistas de lo que puede suceder.


Sidney Lumet sacó el máximo partido a un reparto que aguantó a la perfección

lo que suponía llevar a la imagen la deconstrucción del ser humano



TRAGEDIA EN TRES DIÁLOGOS

Su estructura férrea y dramática no es disimulada por Lumet. Es más, se aprovecha de la misma para generar mayor tensión. Los rostros y la crudeza de la situación van asfixiando en la propuesta. Es determinante que la película no siga un orden perfectamente secuencial, otra de sus grandes virtudes para remarcar el impacto de su buen hacer en la concepción global de la cinta. La culpa, el dolor, el odio, el asco y la falta de ilusión son rasgos definitorios del sargento, sobre los que se ahonda a la hora de mostrarle en tres largos diálogos.

La primera conversación es con su mujer, interpretada muy bien por Vivien Merchant. Se aprecia un matrimonio envuelto en una crisis que es el estado común. Son dos personas que ya apenas se conocen o se conocen muy bien y muestran su derrumbe como pareja. Ni tan siquiera añoran lo que fueron. Él bebe, pero aún no está borracho. Hace ruido, está herido y ella intenta ofrecer consuelo. Algo es diferente en la actitud de ese marido al que reconoce en su estado derruido. Esas brasas de un sentimiento pasado parecen renacer en unos instantes en los que Johnson acepta el consuelo que su mujer le ofrece, pero todo es demasiado amargo para ella y la cólera del sargento se enciende. La culpa también está instalada y no solo se intenta convencer él mismo de que no golpeó tan duro. Los diálogos persiguen dañar desde una honestidad insensata y demasiado gratuita. Todo se interrumpe por la llegada de la policía en busca de Johnson. Esta escena íntima está muy bien filmada.

La segunda conversación tiene lugar con un teniente un tanto particular, también perfectamente interpretado por Trevor Howard. Este diálogo está plagado de idas y venidas. Hay complicidad por momentos, pero también mucha distancia. Los modos hoscos salen a relucir y el sargento es herido con palabras amargas que le recuerdan su estancamiento profesional. A Johnson tampoco parece afectarle nada, está demasiado metido en todas esas rutinas salvajes de muertes y desapariciones. Ya no queda tiempo para la reflexión y, mucho menos si tiene que ver con él y su carrera.



El tercer enfrentamiento verbal es con el sospechoso al que da vida Ian Bannen, donde surge el terror psicológico a medida que  ambos personajes se desnudan. ¿Qué sucede? El instinto salvaje de años en el oficio le llevan a pensar que es culpable. ¿Por qué no puede serlo? Las preguntas, sus antecedentes vitales, su modo de reírse y el crimen no cometido. La paciencia de Johnson no existe, sus puños repletos de furia dan con el presunto o no tan presunto pedófilo en el suelo. ¿Ha sido golpeado tan fuerte para un funesto desenlace?

Otro acierto. Las preguntas son para el espectador. La dirección de fotografía de Gerry Fisher es altamente práctica y consigue sacar partido a esa angustia que reina a lo largo del metraje. La edición a cargo de John Victor Smith también es efectiva. Ningún departamento técnico busca la lucidez gratuita. Se tiene como objeto la recreación más fiel de esa bajada a los infiernos que termina siendo la investigación.

La ofensa es una película excepcional. La taquilla no la abrazó y United Artists ya no dejó a Connery realizar su segunda apuesta fílmica. Una pena.

Iván Cerdán Bermúdez


Reino Unido, 1973. T.O.: «The Offence». Director: Sidney Lumet. Productores: Denis O´Dell y Sean Connery. Guion: John Hopkins, basado en su obra de teatro.  Fotografía: Gerry Fisher, en color. Música: Harrison Birtwistle. Intérpretes: Sean Connery, Trevor Howard, Vivien Merchant, Ian Bannen, Derek Newark, John Hallam, Peter Bowles, Ronald Radd, Richard Moore, Anthony Sagar, Maxine Gordon, Hilda Fenemore, Rhoda Lewis, Cynthia Lund, Howar Goorney.