LA AUDICIÓN

en Más información/Streaming/TV por

Las consecuencias del mal

La directora y actriz Ina Weisse ha tardado más de diez años en volver a dirigir tras Der Architekt. Lo ha hecho con la magnífica La audición, una película que de gran rigor formal y discursivo con una espléndida Nina Hoss, que compone un personaje tan inquietante como fascinante que acaba representando algunas cuestiones de nuestra realidad.


I

La audición (Dar Vorspiel, Ina Weisee, 2019) y La profesora de piano (Lara, Jan Ole Gerster, 2019), dos producciones alemanas, han coincidido en el tiempo para, de manera muy cercana, exponer temas similares alrededor en un mismo, o similar, contexto: la enseñanza musical como excusa para abordar otros temas más amplios y llevar a cabo sendos retratos de dos mujeres que, a pesar de sus diferencias, se alzan como gemelas de unas problemáticas parecidas. La película de Ole Gerster sigue durante el día de su sesenta cumpleaños a Lara (Corinna Harfouch), quien, tras trabajar durante años en labores burocráticas, también celebra ese día que su hijo dará el concierto de piano más importante de su vida dado que puede suponer su despegue como artista. Sin embargo, ambos llevan tiempo distanciados debido a que Lara sometió a su hijo a una dura rutina para conseguir que destacase. Durante ese día, recorre la ciudad para prepararse para la noche poniendo en evidencia algunos problemas internos, enfrentada a su realidad y a una soledad que hace que la idea del suicidio planee sobre ella. Ole Gester pone en escena una serie de problemáticas en su película que son coincidentes con La audición, tanto que podría jugarse a pensar que Lara es el futuro que, quizá, pueda esperar a Anna (una excelente Nina Hoss), la protagonista de la película de Weisse.

Ambas películas también comparten cierta adhesión a un cine europeo de contornos gélidos, de distanciamiento emocional –al menos desde un punto de vista abrupto– y que busca el trabajo visual como herramienta de incisión en el interior de sus personajes y de sus situaciones. En los dos casos, estamos ante relatos sobre una relación maternofilial en el que los sentimientos aparecen desdibujados bajo unos deseos de perfección que tienen más que ver con ambas madres que con el verdadero deseo de ver a sus hijos triunfar: son el reflejo de lo que ellas habrían deseado ser. La diferencia oscila en que Lara podrá ser testigo de si lo ha conseguido o no, mientras que Anna tendrá que esperar, aunque a modo de experimento logra que un alumno tan talentoso como retraído consiga mostrar no solo sus capacidades con el violín, también dar la razón a Anna acerca de su rigurosidad y de sus formas autoritarias. Unas maneras que Weisse muestra de manera progresiva y siempre con cautela, sin incidir, con una frialdad expositiva que consigue trascender –en enorme medida, gracias a la interpretación de Hoss– gracias a una gran fuerza interna en cada plano.



II

La audición parece asentarse en una puesta en escena sencilla y simple, pero en verdad estamos ante un trabajo de un enorme rigor formal y un trabajo estilístico de gran elaboración. Cada secuencia termina justo en el momento en el que pensamos que algo va a suceder, que se producirá un estallido emocional, mostrando una contención narrativa elíptica muy elaborada. No es necesario, en ocasiones, saber qué ha pasado o conocer qué sucederá después, porque cada imagen, cada secuencia, lo revela de una manera u otra. El uso de la música, por ejemplo, resulta ejemplar dado que Weisse pone al servicio cada pieza, cada ensayo, en el interior de una realidad, de una cotidianidad. La música es parte de Anna y de quienes la rodean, pero apenas posee épica más allá del mundo elitista que muestra Weisse de manera puntual. Es simple vehículo para buscar esa perfección que tanto ansía, mientras que, por ejemplo, para su marido –un luthier– es algo más personal, artesanal y cercano; o, para su amante, también profesor de música, una manera de expresarse más allá de su trabajo diario. Las piezas musicales no sirven para aportar a la narración de un acompañamiento narrativo o para potenciar las imágenes; la música está ahí, como lo están los personajes, pero para Weisse su relevancia radica en cuanto a lo que representa para Anna: una pasión que tiene más que ver con sus aspiraciones personales que por aquello que representa en verdad como arte, como forma de expresión íntima.

Weisse retrata a su personaje mostrando una feliz postura anti-explicativa acerca de dónde procede esa inestabilidad, ese carácter obsesivo rallante en una patología paranoica. Tan solo tres secuencias con su padre y el breve recuerdo de su madre son suficientes para entender que es una víctima de un proceso educativo, quizá tanto familiar como escolar, que han convertido en Anna en una brillante profesora y en una frustrada intérprete de violín debido a sus inseguridades. Moviéndose entre un marido y un amante, ninguno de los cuales parece capaz de discernir la complejidad de Anna a pesar de ser ambos pacientes y comprensivos, Anna tan solo es capaz de abrirse emocionalmente de manera puntual, reculando constantemente. La búsqueda de perfección de Anna es, en verdad, una salida hacia sus inseguridades.



La audición parece asentarse en una puesta en escena sencilla y simple,

pero en verdad estamos ante un trabajo de un enorme rigor formal y

un trabajo estilístico de gran elaboración



III

Pero La audición también se reserva, y aquí, por ejemplo, se aleja de La profesora de piano, una mirada bastante lúcida, pero a su vez, y por ello mismo, inquietante y llena de interés, hacia Anna y su forma de ser. Tanto por lo que es como personaje como por aquello que, desde cierta abstracción, podría alzarse a representar. Gracias al trabajo visual de Weisse, que deja respirar cada plano y cada secuencia, pero también, como decíamos, cortar cuando es necesario, el personaje de Anna encuentra un espacio para desarrollarse a modo dialéctico con su entorno y conferir un espacio íntimo y personal. Pero a su vez, esas rupturas narrativas y rítmicas aportan una cierta irrealidad que otorgan a Anna de un carácter más especulativo y, por tanto, abstracto. Esto sirve a Weisse para ofrecer una profunda reflexión sobre qué significa el talento, tanto propio como ajeno en cuanto a la gestión que se hace de él. Retomando el uso de la música en la película, Weisse trabaja el contexto del conservatorio y de sus duras reglas de aceptación para mostrar cómo el talento, en el fondo, puede serlo tanto todo como, en el fondo, acabar siendo nada. Se intuye que Anna lo tiene, que tuvo aspiraciones, pero su compleja personalidad evitó que pudiese desarrollar sus cualidades. La imposición hacia su hijo para que estudie música esconde el deseo de paliar su frustración. Una postura que también extrapola a su estudiante, a quien somete a un rígido estudio que lleva, finalmente, a una secuencia de gran crueldad que Weisse muestra con una naturalidad escénica que resulta ejemplar en su capacidad para sumar contención con explosión dramática.

Anna quiere que su hijo alcance una excelencia que, sin embargo, él parece rehuir, desarrollando una suerte de violencia interna –que le guste más el hockey sobre hielo que la música es un apunte interesante a este respecto– que, finalmente, tendrá su manifestación de la manera más cruel. Su figura resulta en todo momento inquietante: a este respecto, Anna ha logrado que su hijo sea una verdadera extensión de ella. El magnífico plano que cierra La audición, resumen y ejemplo perfecto del gran trabajo de Weisse en toda la película, lo certifica. Vemos a Anna mirando a su hijo ensayar a pesar de haberle ofrecido la posibilidad de abandonar la música, una suerte de concesión por su parte que, en verdad, responde más a lo que ella cree que debe hacer por influencia externa que porque realmente lo desee. Su rostro queda mediado en dos: una parte visible; la otra en sombras, fuera de campo. Anna es una persona que se mueve en una constante dualidad ante la vida. Intenta ser de una manera, pero en el fondo, es quién es. Y, lo más importante, ha descubierto que la cierta monstruosidad que esconden sus formas son una vía exitosa para poder conseguir sus propósitos.



Anna acaba aceptando lo que es, de ahí que esa otra mitad permanezca en la sombra, quizá ya para siempre, y, sobre todo, aceptando las consecuencias de aquello que ha hecho. Su mirada satisfactoria ante la visión de su hijo sentado tocando el violín no se refiere a la de una madre, o una profesora si se quiere, feliz por el camino emprendido por el hijo. Es la mirada satisfecha de quien ha comprendido que, aunque posible víctima ella también de una educación restrictiva y dura, sus formas tienen resultados. De esta manera, Weisse no solo define al personaje, también crea una figura que remite a un monstruo contemporáneo, actual, aquel que aun sabiendo que aquello que hace es pernicioso para con los demás, incluso para quienes tiene más cerca, opta por ese comportamiento, sin necesidad de dualidades internas ni patologías mentales, como vehículo para la consecución de aquello que desea. Sin importar en absoluto las consecuencias. Es más, comprendiéndolas y aceptándolas abiertamente. Algo inquietante, pero innegablemente funcional en nuestra realidad.

Israel Paredes Badía


Alemania-Francia, 2019. T.O.: «Das Vorspiel». Directora: Ina Weisse. Productores: Pierre-Olivier Bardet y Felix von Boehm. Guion: Daphne Vharizani e Ina Weisse.  Fotografía: Judith Kaufmann, en color. Intérpretes: Nina Hoss, Simon Abkarian, Jens Albinus, Ilja Monti, Serafin Mishiev. DISPONIBLE EN FILMIN