Transferencias y pliegues del tiempo
Meticulosa, distante y pausada, aunque con momentos muy emotivos, la serie creada por Nathaniel Halpern, a partir de la obra de Simon Stalenhag, reflexiona sobre los bucles temporales y la relación con las máquinas en un mundo donde la realidad y la ciencia ficción se contraen entre ellas antes que distanciarse.
El libro homónimo en el que se basa Historias del bucle (Tales from the Loop), publicado por Simon Stalenhag en 2014, surge de diversas influencias reconocidas (1): las del ilustrador ornitológico Lars Jonsson y el dibujante paisajista Gunnar Brusewitz; el cine de ciencia ficción estilo Terminator, con sus dualidades entre el hombre y la máquina; el juego de rol “Mutant”, sobre una Suecia postapocalíptica y mutada, y las novelas de autores como Stephen King y Tomas Tranströmer. En esta obra inclasificable, lo que los anglosajones denominan narrative art book, Stalenhag incluye sus relatos ambientados en la ciudad del Bucle e ilustraciones que le fascinan en su combinación de paisajes casi edénicos y máquinas extrañísimas, más allá de la condición clásica del robot o androide. Este es uno de los puntos fuertes de la miniserie de ocho episodios: el carácter casi pictórico del paisaje rural y las máquinas (robots de formas peculiares, tractores flotantes, maquinaría inerte en el horizonte, edificios altísimos en medio de la nada, agujeros y esferas insondables y oxidadas entre los árboles, guantes para activar los movimientos de los robots que lo pueblan y han sido aceptados por las personas como algo normal.
La acción se desplaza en el relato televisivo del lago sueco de Mälaren a una ciudad de Ohio, Mercer, en la que casi todo el mundo vive o depende del Bucle, como cualquier población cercana a una central nuclear, sin ir más lejos. El loop sirve para explorar los misterios del universo; es un acelerador de partículas que el gobierno costea para desarrollar experimentos físicos que, en algunos casos, van más allá de la razón de la materia, el espacio y el concepto de tiempo. En el mismo 2014 ya se barajó la posibilidad de adaptar el libro al formato televisivo de la mano de Matt Reeves. El proyecto quedó estancando, pero el director de Monstruoso ha seguido vinculado al mismo en calidad de productor ejecutivo, tarea que también comparte uno de los realizadores más “fantasmales” surgidos de la cultura del videoclip, Mark Romanek, encargado de dirigir el primer episodio y marcar así un patrón inalterable en cuanto al tono de la serie: la iluminación hopperiana en interiores (el bar con la mesa amarilla de billar, uno de los pocos espacios comunes en el que los personajes beben, celebran fiestas y funerales, o el otro bar donde se desarrolla la escena final del sexto episodio), pero también la influencia del pintor en otros conceptos (los edificios y naves industriales situados en pleno campo, vacíos de gente, omnipresentes y silenciosos); la cantidad de gestos sigilosos, miradas mantenidas y silencios de los personajes, lo que dota a la serie de una expresión corporal siempre pausada, aletargada; el estilo arty de la banda sonora compuesta por Philip Glass, más melódica que repetitiva; la idea de que quien aparece en la primera imagen de cada episodio es el protagonista principal del mismo y, especialmente, la proliferación de lentos travelling de aproximación rotos en una ocasión por una panorámica circular de 360 grados (en la isla del episodio séptimo) que ofrece otra gradación de la soledad o la indefensión. También es interesante la forma de humanizar a las máquinas a través del movimiento expresivo y el diseño de los ojos de muchos de los robots, en sintonía con los creados para Wall.E; casualmente o no, Andrew Stanton, director de esta producción de Pixar, filma el cuarto episodio de Historias del bucle, el de la esfera del eco.
Estos milimétricos movimientos de cámara, la manera de hablar y el ritmo del relato aumentan la sensación de fría inercia temporal en la que queda instalada la serie; Historias del bucle se toma su tiempo en todo lo que cuenta, muestra o sugiere. Tampoco acabamos de saber nunca en qué época nos encontramos, puede que sean los años setenta o los noventa del siglo pasado. Puede, solamente. La única “fuga” se produce en el séptimo episodio, desarrollado mayoritariamente en otro espacio –una isla abandonada que se ve desde la costa de Mercer– y trufado de elementos más propios del cine de terror. No es extraño que en una serie en la que cada episodio tiene un realizador distinto, y que sigue los patrones marcados por Romanek en el primero, este séptimo capítulo sea de Ti West, el director más vinculado al género terrorífico de todos los que participan en la serie.
El creador y guionista único de la serie, Nathaniel Halpern, cose sutilmentelos relatos individuales en aras de una experiencia de conjunto |
UNA FANTASÍA DE TRISTES ECOS Y REGRESOS
Cada episodio relata una historia autónoma, pero todas acontecen en Mercer –o en la isla cercana–, pueden percibirse en continuidad dentro de una historia más general y giran alrededor de un núcleo definido de personajes. En el primero, una niña llamada Loretta busca a su madre desaparecida. Lo hace con la ayuda de otro niño, Cole (Duncan Joiner), pero el tiempo se ha volatilizado: la madre del niño (encarnada por Rebecca Hall) es Loretta de adulta. Infancia y madurez conectan en el mismo lugar y momento en la primera experiencia con los pliegues del tiempo que provoca el Bucle, que describe la serie. Romanek imprime la habitual sensación de imagen detenida o ingrávida que ha procurado a sus pocos largometrajes. Vemos también a los otros personajes que conforman el grupo familiar: el marido de Loretta, George (Paul Schneider), y los padres de este, Russ y Klara (Jonathan Pryce y Jane Alexander), y sabemos que el Bucle pertenece al anciano Russ, él lo ha concebido, lo dirige y realiza los experimentos de los que siempre veremos los efectos, nunca las causas. Están Jakob (Daniel Zolghadri), el hermano mayor de Cole, y May (Nicole Law), la chica que le gusta en el instituto. La sala de cine de Mercer puede proporcionarnos algunas pistas. En este episodio inaugural proyectan Un verano con Mónica, y la madre pérdida de la pequeña Loretta se llama Alma, un nombre habitual en los personajes femeninos bergmanianos de los sesenta. Puede ser herencia de Stalenhag, pero también otra forma de determinar la atemporalidad de esta extraña ciudad que es un pequeño mundo en sí misma incluso más allá de la presencia del Bucle. En el séptimo episodio, el realizado por Ti West, la película que ven los adolescentes en una época ahora sí marcadamente anterior –los años sesenta– es La máscara del demonio, y más allá de que el film de Mario Bava sea apreciado por West, la escena que vemos proyectada en el cine, y que después, cuando el relato regresa al tiempo presente, se vuelve a ver por el televisor del hogar familiar, guarda magnífica relación con lo que descubren/ descubrimos en la isla abandonada.
El creador y guionista único de la serie, Nathaniel Halpern, cose sutilmente los relatos individuales en aras de una experiencia de conjunto. El protagonismo del segundo se desplaza hacia el introvertido Jakob, quien entra en una esfera situada en pleno bosque y transfiere su personalidad con la de su amigo Danny (Tyler Barnhardt), siempre más resuelto que él. Deciden probar el experimento e intercambiarse en sus respectivas casas. El conflicto genera una situación terrible: Danny quiere seguir atrapado en el cuerpo de Jakob, ya que prefiere tanto la situación de su amigo como el futuro más interesante que le puede brindar estar en su familia. No es exactamente lo mismo que Cara a cara (Face Off), el excelente film de John Woo, pero genera conflictos similares. Este intercambio dramático se prolonga en el siguiente episodio, cuyo protagonismo recae en May, la novia de Jakob. Por supuesto no sabe que ahora es Danny a quien besa, pero poco importa porque acaba iniciando otra relación con un chico de origen asiático como ella. En esa relación teen hay vagos ecos del primer Twin Peaks, pero lo interesante es cómo perfila otro experimento con el tiempo, en este caso la suspensión del mismo: gracias a un artilugio encontrado en el lago, detienen el tiempo más de un mes y así son los únicos seres que se mueven, ríen, comen, aman y pasean por las calles de un Mercer donde el resto de ciudadanos han quedado estáticos, incluida la madre de May, atrapada en éxtasis sexual en la cama con su amante, en agrio descubrimiento por parte de la muchacha. Tras una serie de problemas que agrietan su estima, vuelven a la realidad. El momento, incluso en una fantasía, siempre pasa. “Las cosas a veces son especiales porque no duran”, le dice su padre cuando, recuperada la normalidad, May ha roto con el muchacho.
Al inicio de este tercer episodio, el chico comenta que el tiempo pasa más despacio en el bosque. Es una idea, un concepto, que queda en estado de hibernación y volverá al final de la serie, en el episodio dirigido por Jodie Foster. Antes, Historias del bucle nos muestra los últimos días en la vida del viejo Russ (episodio 4), un relato sobre la mortalidad con un final muy hermoso en otra esfera, la del eco, que le descubrió a su nieto Cole y en la que ahora este, tras la muerte de Russ, grita y cada eco repetido de su voz se corresponde con una edad suya hasta la vejez. Después, el difícil día a día del padre de Danny (episodio 5), cuyo cuerpo ya deshabitado por Jakob permanece en coma, y la relación con un robot-vigilante que compra para proteger la seguridad de los suyos; en este episodio tiene vital importancia la hermana sordomuda de Danny, una niña que es capaz de advertir que su hermano está vivo y dentro del cuerpo de Jakob, algo que Cole no puede ni imaginar: percepciones distintas desde la niñez.
El sexto capítulo sale de los dos núcleos familiares, el de los jóvenes transferidos, para contar la experiencia del joven guardia de seguridad del Bucle encontrándose consigo mismo y el joven que desea en una realidad paralela; otra forma de plegar el tiempo. En el séptimo, un joven George es abandonado por sus dos amigos en la isla, sufre la mordedura de una serpiente y lucha con una extraña criatura también abandonada en la isla, y que vive en un primitivo campamento adornado con cabezas de pez en estacas, trampas de púas y latas colgantes; sabremos así porqué George tiene un brazo mecánico –la mordedura derivó en gangrena y esta en amputación cuando fue rescatado–, utensilio que juega un papel especial en el bello desenlace de esta historia.
El capítulo final debería cerrarlo todo, pero queda concentrado en otro gran lapso temporal, el que experimenta el pequeño Cole en el bosque, ese lugar donde el tiempo pasa más despacio, o más rápido, quizá. Cuando vuelve, la ciudad ha cambiado, el cabello de su madre ha plateado, su abuela y su padre han muerto, Jakob con el alma de Danny se ha casado y tiene un hijo… Su madre Loretta se enfrentaba consigo misma de niña en el primer episodio y ahora es Cole quien, en un relato melancólico a la vez que gélido como el arroyo que se hiela y deshiela marcando el presente y el futuro, cierra uno de los muchos y posibles círculos del bucle regresando como niño al tiempo que le pertenecería como adulto. Seguimos sin saber qué tipo de experimentos se realizan en el Bucle, pero no así los efectos que han tenido en una población acostumbrada a convivir con las anomalías y sorpresas como forma natural de existencia.
Quim Casas
(1) Juan Manuel Freire, “Tales from the Loop. Ciencia ficción en clave poética”, “El Periódico de Catalunya”, 29 de marzo de 2020.
USA, 2020. T.O.: “Tales from the Loop”. Creador y guionista: Nathaniel Halpern. Intérpretes: Rebecca Hall, Jonathan Pryce, Daniel Zolghadri, Paul Schneider, Jane Alexander. DISPONIBLE EN AMAZON PRIME VIDEO.