EL BESO DE LA PANTERA

en Home Cinema/Más información por

Divisa recupera en formato doméstico El beso de la pantera, el film de Paul Schrader montado en 1982 a partir del clásico de Tourneur La mujer pantera. El cineasta rechaza el nervioso pulso naturalista de sus dos primeros trabajos y sublimando alguno de los hallazgos estéticos de American Gigolo compone una alucinada pesadilla, en la que además define parte de las coordenadas de alguno de sus trabajos futuros.


A comienzos de los años ochenta, en el escenario organizado tras la definitiva caída del New Hollywood, muchos estudios y cineastas se aproximan a los géneros tradicionales, a esas avejentadas categorías arrinconadas o, mejor dicho, apuñaladas en buena parte del mapa internacional de la Modernidad, con el propósito de reanimarlos y utilizarlos y así definir un temperamento actual que en buena medida parece surgir como clara prolongación, más o menos, autosuficiente y subjetiva, siempre respetuosa, de determinados bloques del Hollywood dorado. Así, por ejemplo, Steven Spielberg, acaso el cineasta que seguramente mejor personifica las diferentes buscas y preocupaciones artísticas del periodo, acompañado de George Lucas, Robert Zemeckis o Joe Dante, construye varias de sus películas de entonces, sobre todo, claro, las dos primeras entregas de la serie Indiana Jones, según la personalización nostálgica y entusiasta de numerosas láminas pretéritas. Al igual que los delfines de la vieja guardia, muchos de los supervivientes, más o menos lastimados, del ciclo inmediatamente anterior deben, en pos de la conservación y la permanencia en el tablero de la gran industria, acatar las modernas consignas e incluso traicionar pasados convencimientos. Los films montados para la renovada fábrica norteamericana por los derrotados presentan, eso sí, unas configuraciones y latidos muy singulares. Estas obras se asemejan a desgarrados alaridos, a violentas actuaciones suicidas. De algún modo, son piezas rotas desde dentro, saboteadas, conscientemente o no, por su principal artífice. Se trata de extraños artefactos enloquecidos y descolocados en el tiempo. Para entender la especial personalidad de estas películas, basta recordar, verbigracia, la fracturada comedia de William Friedkin El contrato del siglo (1983), en la que el otrora respetado y celebrado autor de El exorcista (1973) debe lidiar con el estomagante Chevy Chase y Gregory Hines.

En 1982, mientras los espectadores aplauden en las salas de cine las nuevas aventuras espaciales de Flash Gordon, rescatado por De Laurentiis de los viejos seriales en blanco y negro, las hazañas del intrépido arqueólogo creado por la dupla Lucas & Spielberg, o quizá la fantasía oriental preparada por Clive Donner o Kevin Connor, John Carpenter y Paul Schrader, dos de los artistas más particulares y, a su modo, rabiosamente individualistas del tiempo previo, arrancan las vísceras de El enigma… de otro mundo (Christian Nyby, Howard Hawks, 1951) y La mujer pantera (Jacques Tourneur, 1942) y proponen una suerte de trastornadas individualizaciones de los dos relatos: La cosa y El beso de la mujer pantera. El largometraje de Carpenter, producido por Universal Pictures, es posiblemente una de las pesadillas cinematográficas más admirables y angustiosas de su filmografía. En cuanto al film del conflictivo guionista de Taxi Driver (Martin Scorsese, 1976), se trata del último realizado para un estudio en muchos años.




EL MAL SUEÑO DE LOS HERMANOS GALLIER

Financiada también por Universal, El beso de la pantera, como la película de Carpenter, parece utilizar, casi en exclusiva, la pieza original de la RKO como sugestivo punto de partida, pese a ciertas similitudes argumentales y de organización. En realidad, y en no pocos momentos, puede llegar a entenderse casi como una fascinante prolongación de la historia de la maldición detallada por Tourneur para el productor Val Lewton a principios de la década de los cuarenta, según el texto redactado por DeWitt Bodeen, un capítulo siguiente que diríase obvia el film firmado en 1944 por Robert Wise y Gunther V. Fritsch La venganza de la mujer pantera y es situado varias décadas más tarde. Así, en efecto, la misteriosa muchacha interpretada por Nastassja Kinski frente a las cámaras de Schrader se asemeja a una especie de secreta heredera de la maldita encarnada por Simone Simon, y, en definitiva, la narración ilustrada al particular desarrollo de una inesperada crónica familiar. Descendiente de un clan descompuesto de artistas de circo (¿una alusión más o menos velada y un tanto romántica al cine del pasado y sus figuras, a un cine primigenio y puro armado con sombras e ingenios fantasiosos? Es posible, ¿acaso en varios de los fotogramas del film de Schrader, sobre todo en los recogidos en la dimensión tenebrosa, no se presentan, de algún modo, algunos de los pioneros exploradores de los espacios reservados, como Méliès?), la chica, Irena Gallier, viaja a Nueva Orleans para reunirse con su hermano mayor, Paul, tras pasar la infancia y adolescencia en hogares de acogida. El encuentro de los hermanos, una suerte de cifrada representación de una ceremonia de iniciación,   provoca una paulatina retirada de máscara protectora y el descubrimiento de la verdadera identidad.



El beso de la pantera puede interpretarse como una inmersión en el subconsciente, en la identidad y los fantasmas internos del personaje protagonista, planificada fundamentalmente según la observación y comentario de las necesidades y represiones sexuales, tal y como sucede en efecto en la cinta de 1942. De igual forma, parece adjuntar una interesante reflexión acerca de la escenificación en el cine del subjetivo orbe de los malos sueños. A partir de determinadas invenciones formales de Tourneur, en particular la hipnótica utilización de las sombras, o mejor dicho a partir tal vez de precisamente la negación de los hallazgos pasados, Schrader, recogiendo y fagocitando además láminas de distintas etapas y espacios de la historia del cine, organiza un totum revolutum en apariencia caótico más en realidad lo suficientemente cohesionado, aceptando, desde luego, la sorprendente paranoia del conjunto. Y es que, al contrario que la coetánea La cosa carpenteriana, El beso de la pantera es una obra profunda y necesariamente desequilibrada y exaltada. Es un perfecto ejemplo de ese tipo de film bastardo y chiflado, siempre imprudente, construido para la industria por uno de los desheredados de los años setenta. Es una extraordinaria metáfora del propio cineasta. Poco importa que se trate de un encargo, ofrecido antes a, entre otros, el inefable Roger Vadim, Schrader, adicto al polvo blanco y los fármacos, y encadenado a un feroz proceso de autodestrucción, pese al éxito de su película anterior, American Gigolo (1980), logra aprisa personalizar el proyecto, conduciéndolo hacia sus conocidas obsesiones e inquietudes. De esta manera, el planificado remake Universal de la película RKO se quiebra y muta en una nueva indagación de un doloroso descenso a los infiernos. La singladura de Irena va en paralelo a la de Travis en Taxi Driver o a la del angustiado padre de Hardcore: Un mundo oculto (1979). La joven, sin embargo, pese a ser el motor del relato, por lo menos en apariencia, no encarna, como antes De Niro o George C. Scott, al realizador en imagen. La tarea de dar vida a un clon de Schrader recae en Malcolm McDowell. El martirizado y agresivo hombre pantera del actor inglés define el característico genio del largometraje. Así, McDowell se convierte en una de las piezas fundamentales del conglomerado. Su mirada ida y el histrionismo idiosincrásico, quizá estimable y necesario empero también algo gratuito, otorgan imperfecto carisma y cuerpo. Pese a que la cinta parece permanentemente subyugada por la rotunda presencia de Kinski, es su hermano de ficción quien domina por completo e indica los caminos a tomar. Recordemos la entrada de Irena en el sueño, cuando huye en tren a Richmond, y Paul le revela todos los secretos del clan. Incluso cuando desaparece de imagen, en varios tramos del relato, de un modo u otro está presente, observando desde las sombras. La suya es ciertamente la mirada de un cineasta. La mirada de Schrader.


El beso de la pantera puede interpretarse como

una inmersión en el subconsciente, en la identidad y

los fantasmas internos del personaje protagonista,



La mujer pantera se desarrolla en el instante del duermevela. Sus sutilezas expositivas y las emocionantes ambigüedades repartidas parecen surfear entre planos diferentes hasta concretar un singular y confuso espacio de realidad. Por su parte, el largometraje de 1982 niega con violencia el influjo de nuestra dimensión, hasta en las estampas que en apariencia están más próximas a cierta idea de realismo. Toda la propuesta se desarrolla en un territorio alternativo, en un universo hermético y enigmático.

Alucinado con las imágenes del film de Dario Argento Suspiria (1977), Schrader contacta durante la preproducción con el cineasta a fin de informarse del tratamiento fotográfico utilizado, deseoso de emularlo en la realización. Aunque, el romano, con gusto, informa al colega estadounidense de los ingredientes de la fórmula mágica concretada en la primera entrega de la trilogía de las Madres, la Universal no acepta el reto de ampliar las investigaciones de la película de horror de la escuela de baile de Friburgo en su producto, por lo que el autor de Blue Collar (1978), debe sacrificar parte de sus ambiciones vanguardistas. No obstante, parte del planeado y malogrado dialogo entre películas permanece, aunque puede que superficialmente, en algunos tramos de El beso de la pantera. Como Suzy Bannion, o antes el felliniano Toby Dammit, Irena Gallier entra, en el comienzo de la película, en el mal sueño para enfrentarse a su destino, después de completar un viaje enigmático. La conversación fracturada se suma a un inestable compuesto fílmico particularizado asimismo por las especiales atmósferas de la ciudad de Nueva Orleans, en la que se desarrolla la novela, y la banda sonora compuesta por David Bowie y Giorgio Moroder. El beso de la pantera es una de las películas más perturbadas y reveladoras del kamikaze Paul Schrader.

Ramón Alfonso

USA, 1982. T.O.: “CAT PEOPLE”. DIRECTOR: PAUL SCHRADER. INTÉRPRETES: NASTASSJA KINSKI, MALCOLM McDOWELL, JOHN HEARD, ANNETTE O’TOOLE, RUBY DEE, ED BEGLEY JR. EDITADO POR DIVISA HOME VIDEO