Matthias & Maxime

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Don´t look back in anger

Pre-estrenada a finales del pasado mes de marzo por Filmin como promoción previa a su próximo estreno en salas tan pronto como la actual coyuntura lo permita, Matthias & Maxime es la nueva propuesta del interesante Xavier Dolan.


No había tenido la oportunidad de ver Perfect Sense (David Mackenzie, 2011), por lo que la cuarentena actual me pareció una gran oportunidad para saldar dicha deuda con un film que se escuda en una pandemia para trazar un mapa del papel de los sentidos en el amor y la memoria. Sin duda, con la inconmensurable ayuda de Richter en la banda sonora, Perfect Sense supone un asalto emocional indescriptible a través de todos esos highlights en fragmentos de video de varios lugares del mundo y, sobre todo, por cómo esas imágenes conforman lo que entendemos como nuestra biografía, a través de la memoria de los olores, las texturas, los sabores, las sonrisas, las caricias y los besos. De alguna manera, ese tipo de montajes musicales son capaces no solo de sublimar las repentinas emociones que sentimos al ver ciertas imágenes sino de, al ser condensadas en un tiempo que no les pertenece, resignificarse a través del nexo que supone un encadenado y su correspondientes elipsis, un tipo de recurso muy común, bien sea en el celebrado arranque de Up (Pete Docter, Bob Peterson, 2009), en la apuesta formal de Malick en El árbol de la vida (2011), o en la fundacional escena de Mommy musicada por Enaudi. De hecho uno de los rasgos formales del cine de Dolan, para disgusto de muchos, es el constante uso de canciones para narrar instantes, al punto en que él mismo reconoce que Mommy nace de una pieza de Ludivico Enaudi que le llevó a imaginar esta escena, de la que brota el resto del film:



MÁS CERCANO, MÁS REAL, MÁS HONESTO

Matthias & Maxime no es una excepción en la filmografía del director canadiense y, entre timelapses y montajes musicales varios, se cuela una escena (también musical) con un aspect ratio distinto al resto del film, la más importante de todas, a ritmo del “Song for Zula” de Phosphorescent, donde los dos protagonistas deciden finalmente explorar aquello que han estado acallando. Resulta, en cambio, la escena más esperada del film porque el guión nos lleva a ello, huyendo del supuesto efectismo del que pueden haber pecado sus montajes musicales anteriores (algo completamente coherente con el histrionismo de su cine y su figura), de ahí que no pocos tilden esta Matthias & Maxime como una obra de madurez de un director que apenas acaba de cumplir los 31 años y que, incluso dentro del film, ya habla de la generación que le sucede como algunos hablamos de la generación de Dolan: desde la distancia. Y si bien es cierto que Dolan ha “moderado” sus tics habituales, quizás no sea por esa presunta madurez (pese a reconocer él un cambio de actitud en su cine), sino quizás a que la visceralidad de su cine ha ido cerrando heridas con el paso del tiempo. De nuevo encontramos madres problemáticas y amores imposibles, música omnipresente y a varios de sus actores fetiche (incluyéndose él mismo como protagonista), pero esta vez ha optado por una suerte de sinceridad menos revanchista, donde sus amigos en el film lo son en la vida real y donde el relato no requiere de víctimas. Quizás porque ya no pide ser querido, porque acepta convivir con las críticas (abandonado, de paso, Twitter) y por eso este film se nos antoja como una invitación a convivir con él y sus amigos, donde no solo la música refleja parte de las filias del director sino que el propio grupo lanza referencias a films que Dolan adora como la saga de Harry Potter, El indomable Will Hunting (Gus Van Sant, 1997) y El caballero oscuro (Christopher Nolan, 2008) con la naturalidad de lo espontáneo. Por otro lado, las escenas corales usan un recurso de montaje absolutamente denostado por la falta de naturalidad, ya que cada frase pronunciada por un personaje es acompañada por un plano de ese personaje, resultando en una enorme cantidad de cortes y unos diálogos vertiginosos, pero también difuminando el punto de vista y con ello el peso de los protagonistas en la escena, creándonos a nosotros como personajes dentro de esa escena. Esa cercanía también se muestra en la enorme cantidad de anécdotas que se cuentan en el film y, sobre todo, muchas de las que se insinúan, que se intuyen tanto por la trama como por la propia filmografía de Dolan, y que aligeran un desarrollo mucho menos dramático de lo que nos tiene acostumbrados gracias precisamente a dicha naturalidad y subtexto en el desarrollo, pudiendo resultar un film mucho menos ambicioso que Lawrence Anyways (2012) o The Life & Death of John F. Donovan (2018) pero, afortunadamente, mucho más cercano, más real, más honesto.


La práctica totalidad de la filmografía de Dolan gira sobre ocasos,

sobre situaciones que no han de volver a la normalidad y

en cuyo camino y esperanzas acompañamos a los personajes



Matthias & Maxime nos cuenta la historia de una amistad condicionada por un beso que abre una puerta y siembra una duda, mientras una cuenta atrás amenaza con cerrarla para siempre. Dicha historia se centra en los protagonistas que dan nombre al film, mostrando su relación en el grupo de amigos y, a su vez, sus vidas privada que incluyen (cómo no) una relación problemática con una madre y, en cierta manera, retrata ese arranque de la vida adulta volcada en el trabajo, la pareja y la paulatina pérdida de amistades. Tanto es así que la secuencia que sucede al beso entre los protagonistas está compuesta por unos columpios vacíos, pero en movimiento, unas velas apagadas y unos mandos de consola abandonados sobre la mesa, justo tras presenciar cómo la cámara, dentro del encuadre, separa a los protagonistas antes de consumar dicho beso, como si de una separación y un fin de ciclo se tratara y cuyo desarrollo fuera el propio film: la preparación de un funeral. De hecho la práctica totalidad de la filmografía de Dolan gira sobre ocasos, sobre situaciones que no han de volver a la normalidad y en cuyo camino y esperanzas acompañamos a los personajes, tal y como refleja la escena de Mommy antes comentada, y donde pese a la aceptación en mayor o menor medida de los personajes de esa nueva normalidad siempre deja un poso trágico en el trayecto al saber que el arranque de sus films es algo que no volverá a repetirse, por eso el director canadiense retrata de manera tan cariñosa las escenas con sus amigos, robándonos risas y sonrisas para apreciar la pérdida que se avecina (memorable la escena del vídeo de Instagram), insistiendo en ese intento de hacernos partícipes y no meros testigos del parcial discurso en muchos de sus films, en gran parte el culpable del odio que genera su cine.



Esas ganas de levantar la voz para ser oído es algo que reconoce Dolan que viene en parte por su estatura, metafóricamente representada por la marca en su cara en Matthias & Maxime, usada también para representar el deseo mostrado hacia su amigo y retratado ya no meramente en las escenas donde se siente observado en la calle o el autobús (preocupado y ofendido, algo habitual en los que somos inseguros), sino en la escena donde el espejo le devuelve un rostro sin marca alguna, como si de alguna manera el peso de la culpa hubiera desaparecido por un instante, en un proceso mucho más introvertido que la histeria con la que habitualmente sus personajes dan voz a sus conflictos, por eso en el film vemos ciertas resoluciones satisfactorias sumadas no a huidas del presente sino a recuerdos, como la hermosa escena donde la madre de Maxime aparece bailando alegremente con su hermano, y el par de ocasiones donde este revisita fotos familiares y dibujos que realizó en su infancia junto a Matthias. Porque en esta película hay algo de vergüenza al mirar al pasado, representado por la aspirante a cineasta con ínfulas, reconociéndose Dolan como alguien que fue y ya no es, moldeado por los golpes, que sigue caricaturizando a las generaciones que le precedieron (esas madres gritando en paletas pastel) pero ubicándose en la posibilidad de ser anecdótico, de haber sido lo que de él criticaron (reconoce como bastante molesto el visionado de Yo maté a mi madre), recurriendo mucho más a los silencios y menos a las peripecias formales (el personaje de Anne Dorval apenas necesita frases ni contexto para conmover) para dotar al film de mucho más subtexto ante una historia aparentemente sencilla, que sorprende frente a los grandes melodramas que le dieron el reconocimiento mundial, quizás porque el director reconoce que Matthias & Maxime es un film para sus amigos y no una herida que grita al mundo lo injusto que ha sido con él, mucho más cercano a esa escena donde los protagonistas se miran y, sin mediar palabra, se entienden. Así, Matthias & Maxime resulta un punto de inflexión en la carrera de Dolan, quizás su madurez, quizás la confirmación de su intrascendencia, quizás el refinamiento de su estilo o la domesticación de su melodrama, pero, en cualquier caso, su octavo film está rodado  con una cámara que ya no grita y por un director que ya no llora.

Nicolás Ruiz


Canadá, 2019. T.O.: “Matthias & Maxime”. Director y guión: Xavier Dolan. Productores: Xavier Dolan, Nancy Grant, Elisha Karmitz, Nathanaël Karmitz. FOTOGRAFÍA: André Turpin, en color. MÚSICA: Jean-Michel Blais. INTÉRPRETES: Xavier Dolan, Gabriel D´Almeida Freitas, Anne Dorval, Pier-Luc Funk, Catherine Brunet, Antoine Pilon, Marilyn Castonguay. PREESTRENADA EN FILMIN A FINALES DEL PASADO MES DE MARZO Y PRÓXIMAMENTE EN CINES