XVII Muestra SyFy: Síntomas de fatiga

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La Muestra SyFy apuntó claros síntomas de fatiga en su decimoséptima edición, celebrada, un año más, en el Palacio de la Prensa de Madrid, entre los días 6 y 8 de marzo. Por ejemplo, la presencia de Leticia Dolera, su cansina maestra de ceremonias, se ha vuelto insostenible: no solo por sus chistes sin gracia, desfasados y referenciales hacia otros momentos muy remotos de la historia del festival, sino porque ya no aporta nada en escena, salvo retrasos graves en el horario de proyecciones diarias. Hubo un tiempo en que su desparpajo resultaba tonificante; hoy, sus intervenciones son imprecisas, vacías y hasta faltonas hacia el sector del público que accede al recinto con la intención de ver las películas programadas. Y eso que en esta edición no hubo grandes títulos.

Sí mucha expectación, por ejemplo, en las sesiones álgidas, de las 10 de la noche del viernes y el sábado, en las que se proyectaron la brasileña Bacurau (Juliano Dornelles y Kleber Mendoça Filho, 2019) y el regreso de Richard Stanley al largometraje tras un silencio de más de 25 años (su última película completa era de 1994) con El color que cayó del cielo, adaptación de Lovecraft. Ambas películas vinieron a demostrar que las expectativas jamás pueden ser un baremo para el buen cinéfilo: Bacurau prometía ser un western peculiar, en la línea extravagante de otros films de un país por el que los organizadores de la Muestra tienen perdilección, pero quedó relegado a un totum revolutum con moralina, que no ocultó una crítica especular a la situación actual del Brasil de Bolsonaro. El color que cayó del cielo, por su parte, es lo mejor de la filmografía de Stanley –el  director que empezó (y soñó) La isla del doctor Moreau con Marlo Brando–, un producto noventero en su factura y estructura, con el peor Nicolas Cage que se recuerda.



A destacar Synchronic, el nuevo delirio sobre viajes temporales de Benson y Moorhead (Endless),  una película que, como las anteriores del dúo, mantiene al espectador atento a la pantalla gracias a una narración bien hilvanada y rodada. Synchronic fue la protagonista involuntaria de una de las anécdotas de la Muestra, al pasarse subtitulada parcialmente: la película fue remontada tras Sitges, pero la organización del SyFy no se dio cuenta hasta la víspera de su emisión, dejando partes sin subtitular. Mejor suerte tuvo durante su proyección Le daim, la nueva ocurrencia del siempre gracioso Quentin Dupieux, sobre un tarado –pues no hay otra manera de definirlo– obsesionado con una chaqueta de piel de ciervo. Su desvarío dará lugar a situaciones disparatadas y a momentos francamente hilarantes, como los sucesivos monólogos/ diálogos que mantienen propietario y chaqueta. La película es sumamente original y muy recomendable por la manera en la que explora los límites entre cine y metacine. Por último, destacaríamos el remake de Rabia (1977) de las gemelas Soska, una revisión del tercer film de Cronenberg que, aunque carece de la pátina obsesiva del director canadiense, se deja ver con repugnancia (como pretende) y sin estridencias; es una digna película del montón.

Del resto, The Cleasing Hour (Damien LeVeck) es una parodia machista y se diría que católico-fundamentalista de las películas de exorcismos, a través de un reality que sale mal y que da nombre a la película. First Love es una de las cintas más contenidas de Takashi Miike; al japonés le da esta vez por emular, de manera entretenida y ágil, las películas de Kitano y Tarantino. The Pool (Ping Lumpraloeng) es un despropósito tailandés que desconoce la palabra guión sobre un cocodrilo ominipresente e incoherente que se cuela en una piscina de dimensiones olímpicas, y Blood Quantum (Jeff Barnaby) es la enésima película de zombis… pero protagonizada por indios cree. La película mantiene el tipo mientras narra el estallido de la epidemia zombi, pero pierde todo su crédito en cuanto da un giro y se sitúa en el mundo devastado posterior, porque centra su atención en un drama familiar de telefilm.

Joaquín Torán