Un muñeco rejugable (y revisitable)
THE BOY: LA MALDICIÓN DE BRAHMS es más un desmentido que una secuela. Su director, William Brent Bell, que también lo es del film de 2016, le imprime un giro rompedor a la línea argumental establecida en la película original, internándose ahora por cauces más cercanos al terror tradicional (que no convencional). Si la primera contaba con el suspense de un giro final de guión, en este caso todo se mantiene dentro de los parametros del cine sobre marionetas diabólicas. No vamos a abundar más en ello, porque hacerlo sería caer en el spoiler de ambas tramas.
Hay un mérito que es necesario reconocerle a esta segunda parte: no tiene ninguna pretensión de ser película del montón, a pesar de que lo sea en varios de sus aspectos. Es oblidable en la medida en que ni lo que cuenta ni como lo cuenta admite sorpresas, intrigas o sobresaltos que no se hayan contemplado antes en otros largometrajes de género, pero a su vez se esfuerza por generar una atmósfera conseguida, por construir una trama sin flecos que resulte coherente con lo que enseña, por mimar las aristas de sus personajes. Cunde la impresión, según se contempla, que The Boy 2 no está tomándole el pelo al espectador, ni haciéndole pasar vergüenza.
Ese esfuerzo por no querer ser una más se percibe también en el manejo de los códigos del terror. Brent Bell no puede evitar caer a veces en algunas de las torpezas del terror actual, como el excesivo subrayado de lo que se está viendo en pantalla (con todo, lo hace de una manera más liviana de lo que suele ser habitual, por lo que tampoco rechina), pero las compensa con algunos aciertos muy destacables. Por ejemplo: la película cuenta la relación perversa que se establece entre un niño (Christopher Convery, el Billy niño de Stranger Things) y su muñeco. Esa relación tiene todos los mimbres, la evolución, la proyección social y las implicaciones traumáticas del “terror con amigo invisible”, aunque hay ligeros matices de fondo, más en lo que no se dice que en lo que sí.
En ayuda de la aceptable consideración final que deja la película acude un reparto bien dirigido, encabezado por Katie Holmes. Su rostro devastado por la preocupación y el desbordamiento es idóneo para representar la tensión in crescendo a la que someterá el muñeco Brahms a la familia residente de la mansión Heelshire, un idílico paraje solo para quien está muy desesperado. Brahms se recrea en las fragilidades del clan, y sobre todo de la madre. En un género en el que las madres son tanto redentoras (véase todo el cine de Mike Flanagan) como azotes (Carrie, por poner tan solo el ejemplo más preclaro), un personaje como Liza siempre supone un caso de empoderamiento, así como una catarsis personal. Holmes lo interpreta como si estuviese expurgando alguna culpa a cámara. Ligera e irregular en su ritmo, The Boy 2 nace como producto de consumo rápido. Y eso la convierte en una opción perfecta para pasar un buen rato en cuarentena. A ser posible en compañía.
Joaquín Torán
USA, 2020. T.O.: «Brahms: The Boy II». Director: William Brent Bell. Productores: Michael McKay, Jackie Sheeno, Robert Simonds. Guión: Stacey Menear. Fotografía: Karl Walter Lindenlaub, en color. Música: Brett Detar. Intérpretes: Katie Holmes, Christopher Convery, Owain Yeoman, Ralph Ineson. |