Hogar

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De la publicidad como modelo de existencia

Puede que nos hallemos ante la película más misántropa producida por el cine español desde Mientras dormías (2011), epopeya de sordidez doméstica cuya realización sería impensable a fecha de hoy. Lo nuevo de Àlex y David Pastor está lejos de llegar a los extremos de perversidad que alcanzaron Jaume Balagueró y Alberto Marini en aquel film; pero su relato de cómo un hombre emplea todo tipo de artimañas maquiavélicas para usurpar la existencia de otro hace gala de una mirada sin duda desapacible sobre la naturaleza humana que, por otro lado, ya había estado presente en los anteriores largometrajes de los hermanos Pastor, Infectados (2009) y Los últimos días (2013).

La perspectiva malsana que legitima el tono de Hogar, de gran importancia en los últimos planos de la película, pertenece a Javier (Javier Gutiérrez), un ejecutivo publicitario que pierde pie en el mercado laboral en un momento crítico: está a punto de cumplir cincuenta años y se había confiado en lo que respecta a su estabilidad económica y sentimental. Forzado por la coyuntura a mudarse con su esposa y su hijo a un piso modesto, Javier se obsesiona con los nuevos poseedores de la que fuese su anterior y lujosa vivienda, y maquina un plan para desestabilizar al padre de familia, Tomás (Mario Casas), y ganarse la confianza de su mujer y su hija.



«Hogar» es una crítica tan poco sutil como efectiva a modelos sociales que siguen

cifrando nuestra realización personal en la consecución de riquezas materiales


Siguiendo la estrategia de los personajes de Alfred Hitchcock o Patricia Highsmith, es decir, que acabemos por identificarnos con personajes de moral dudosa al empatizar con su lucha por la supervivencia y sus vericuetos psicológicos, los Pastor logran que contemplemos sin pestañear las argucias cada vez más arriesgadas de Javier para reconquistar su vida mediante su proyección vampírica y especular en alguien más joven y exitoso que él, al menos en apariencia. Hogar es una crítica tan poco sutil como efectiva a modelos sociales que siguen cifrando nuestra realización personal en la consecución de riquezas materiales, después incluso de la supuesta sabiduría que nos había procurado la Gran Recesión de 2008; una persistencia en el error que requiere la complicidad del aparato publicitario y mediático que consumimos a diario.

En este sentido, Hogar brinda a su protagonista un carácter complejo, lo que redunda en la calidad de la intriga. Javier es incapaz de apreciar que a Tomás también le aquejan problemas y flaquezas, que ni su él ni sus seres queridos habitan tampoco el mejor de los mundos posibles. Claro que eso no le importa dado que, lejos de ser un publicista cínico, Javier ha creído siempre en los estilos de vida utópicos que promovían sus campañas, por lo que la cotidianidad le sobra. De ahí que el desenlace de la ficción, esa gota incesante de agua que amenaza con romper los diques de su mente alienada, permite abrir la película a lecturas lindantes con la fábula metafísica. Los imaginarios de Infectados y Los últimos días apelaban de manera explícita a catástrofes colectivas. El de Hogar lo hace de modo implícito, a través de su retrato de un individuo que ha perdido el sentido de la realidad, algo en lo que no tenemos más remedio que sentirnos identificados (casi) todos.

Es una pena que a los hermanos Pastor les perjudique su falta de pretensiones, su confianza plena en los usos y costumbres del cine comercial. Como Infectados y Los últimos días, Hogar no extiende su duración más allá de lo estrictamente necesario, a pesar de que la historia pedía más metraje para profundizar en algunos aspectos y desarrollarse con verosimilitud. Y, en la misma línea, lo funcional de la puesta en escena surte efectos mientras se despliega la narración, pero no tanto cuando se complica y suscita mayores expectativas.



Tampoco se aprecia un trabajo exhaustivo con los actores, por lo que quedan librados a su suerte. En el caso de Mario Casas ello se salda con una interpretación mediocre. En el de Javier Gutiérrez, con un abuso de ciertos tics, lo que no es del todo negativo. A estas alturas Gutiérrez ya representa el último eslabón de una larga estirpe de actores españoles cuya grandeza ha residido menos en dar vida a personalidades ajenas a ellos que en reinterpretar frente a la cámara sus propias luces y sombras, de lo que se ha deducido algo parecido a una idiosincrasia masculina colectiva. Javier y sus fantasmas no constituyen así sino una variación sobre los personajes encarnados por Gutiérrez en Águila Roja (2009-2016), La isla mínima (2014), El autor (2017) o Campeones: el eterno humillado y ofendido por sus limitaciones y las injusticias auténticas o percibidas como tales que tienen lugar a su alrededor, desbordado una y otra vez por la vida, que, cuando trata de revolverse contra las circunstancias, no da la talla como pícaro y se queda en psicópata cejijunto de extrarradio.

Diego Salgado

 


España, 2020. Directores: Àlex y David Pastor. Intérpretes: Javier Gutiérrez, Mario Casas, Bruna Cusí, Ruth Díaz, David Ramírez, David Selvas, Vicky Luengo. DISPONIBLE EN NETFLIX