Quizá pocos pensaban durante su celebración que la Berlinale 2020 podría convertirse en el último gran festival en celebrarse en los siguientes meses. Pero la terrible pandemia del coronavirus lo ha convertido en una especie de recuerdo borroso cuyas (pocas) ideas ahora no parecen ser determinantes en la generación de unas tendencias que vendrán marcadas desde ahora por coordenadas extracinematográficas. Pese a ello, el cambio de dirección y rumbo del certamen dio paso a interesantes reflexiones, aunque la búsqueda de un modelo estable y fértil para el festival alemán parece algo urgente tras esta edición.
Aunque poco a poco el impacto creciente del coronavirus se apropió del ambiente, la Berlinale 2020 comenzó con las expectativas puestas en el nuevo equipo directivo liderado por Carlo Chatrian y Mariette Rissenbeek. Chatrian venía de una época de cierto éxito en el Festival de Locarno y ello se ha notado en la forma de percibir las necesidades de la Berlinale y la manera de programarlo, trasladando muchos de las fórmulas del festival suizo a Berlín. Pero el resultado final, aunque meritorio respecto a ciertas apuestas y detalles puntuales, no deja de tener un punto transitorio y de experimentación, sin que la política aplicada parezca devolver al certamen alemán el carácter, personalidad y, sobre todo, objetivos, que tuvo en un pasado ya algo lejano. La Berlinale se ha paseado sin marcar estilo, intentando contentar a una parte de la crítica que ya parecía tener a favor de entrada, pero sin marcar el rumbo que la categoría del certamen y su historia merecen, más allá de haber conseguido ciertos nombres de prestigio (Kelly Reichardt, Hong Sang-soo y Christian Petzold, entre otros).

La Berlinale nunca ha parecido superar ese carácter de espacio trampolín y de descubrimiento que desempeñó en los años noventa y principios del nuevo siglo respecto al cine norteamericano de calidad y de, por ejemplo, las aportaciones del más renovador cine asiático. Condicionamientos del mercado, como las fechas de estreno globales de los estudios (dejando fuera de la Berlinale el aterrizaje, a veces estelar, de películas nominadas a los Óscars), la política acaparadora de Cannes o el empuje de certámenes norteamericanos como Sundance y, más recientemente, South By Southwest o Tribeca, fueron despojando a la Berlinale de las señas de identidad que la convirtieron en tiempos en el escenario donde el mundo terminó descubriendo a Hayao Miyazaki (recordemos las apuestas por La Princesa Mononoke, 1997, o El viaje de Chihiro, 2001, ganando esta última el Oso de Oro) o Park Chan-wook (la presencia en sección oficial de Joint Security Area, 2000). Así, durante los últimos diez años la Berlinale ha regulado su mirada (obligatoriamente) hacia otro tipo de producto, subrayando ese concepto de autoría hiper-moderna exprimido hasta lo anodino y, en cierta manera, vendiendo humo de forma inteligente y siempre ordenada, conservando esas señas de identidad que hacen de la Berlinale, todavía, uno de los festivales de cine mejor organizados y cómodos del mundo. No ha dado la impresión de que, pese a una demostrada buena voluntad y esfuerzo, el nuevo equipo directivo pueda modelar una personalidad definida a la Berlinale del futuro, sino, quizá, depurar maleza acumulada en estos últimos diez años, afrontando esta tarea en un momento de profunda transformación del mercado y, por ende, de los festivales de cine y su papel en el mismo.

UNA SECCIÓN OFICIAL CON TRUCO
Posiblemente la mayor parte de la Sección Oficial de la Berlinale 2020 no se recuerde demasiado, o con demasiado entusiasmo, en poco tiempo, por ello hay que rescatar con urgencia algún título básico de la misma. El prófugo, de Natalia Metra, fue posiblemente la gran sorpresa de la edición, un turbador relato de posesión que coquetea con la ciencia ficción y el horror de forma inteligente y siempre sorprendente, sin provocar efectismo ni tampoco evitar traumatismos tras su visionado, todo un hallazgo. Y esa concepción híbrida de géneros y fronteras entre ellos fue quizá el subrayado más interesante de ciertos títulos presentados en esta Sección Oficial, como la estupenda Undine, de Christian Petzold, revisión del mito de la sirena despechada en clave de sutil cuento fantástico para adultos con uno de los mejores finales vistos en el certamen. En la misma línea híbrida encontramos Siberia, de un Abel Ferrara que sigue intentando recuperar ese prestigio festivalero de antaño con una propuesta al límite en lo conceptual y visual, apoyada de nuevo por un “solo” de Willem Dafoe dentro de un círculo pesadillesco que no sabemos a ciencia cierta si está contado desde el purgatorio o el mismísimo infierno. Influencias de Jodorowsky, Mojica Marins y el cine más extremo pasan por la pantalla en una película que parece intentar exorcizar los propios demonios del cineasta.

Para muchos, una de las grandes películas de la Berlinale fue First Cow, la nueva propuesta de Kelly Reichardt, aunque no comparta en absoluto esa opinión. Tengo que decir que Reichardt me interesa más bien poco (ese poco lo centro en Meek’s Cutoff, 2010, su anterior aproximación al western) cuando no me provoca cierto rechazo (Old Joy, 2006, en especial), siendo First Cow un nuevo intento de definir el espíritu de frontera y abordar desde una óptica deconstructiva los géneros que no solo me funciona a años luz de Meek’s Cutoff, sino que, literalmente, no me funciona en absoluto. Tampoco me sembró el entusiasmo, más bien lo contrario, otra de las propuestas norteamericanas de la Sección Oficial: Never Rarely Sometimes Always, de Eliza Hittman, relato generacional adolescente que se pierde en sus planteamientos para no llegar a casi ninguna parte, algo que no ocurre, sin embargo, con The Roads No Taken, una lúcida reflexión de Sally Potter sobre la enfermedad mental con un reparto (Javier Bardem, Ellen Fanning, Salma Hayek) que cumple más allá de su aportación mediática al propio argumento. El cine brasileño aportó su interesante evolución en los últimos años con Todos os mortos, de Caetano Gotardo y Marco Dutra, relato de la post-esclavitud en Brasil que no renuncia a una pincelada fantastique, quizá por la presencia de Dutra como codirector, uno de los más destacados defensores del género en su pais.
No ha dado la impresión de que, pese a una demostrada buenavoluntady esfuerzo, el nuevo equipo directivo pueda modelaruna personalidad definida a la Berlinale del futuro |
No es de extrañar que los responsables de la Berlinale hayan intentado devolver ese potencial del certamen de cara a Asia y su producción, con la aportación de dos talentos que siempre dan buenas sensaciones a cualquier festival que los programe. El primero, el ya habitual Hong Sang-soo con The Woman Who Run, nueva aproximación del cineasta al ambiente cotidiano de su país y desde un punto de vista femenino en unos casi perfectos 77 minutos, lo cual es de agradecer. Como también se agradece el retorno de Tsai Ming-liang con Rizi, nuevo estudio de la comunicación desde la peculiar narrativa del director taiwanés alejado de su peculiar punto de provocación y abrazando una cierta consolidación dramática. Destacar también, fuera de competición, la coreana Time to Hunt, de Yoon Sung-hyun, un intento de dar voz al nuevo talento del país, en este caso a través de un thriller distópico poderoso y violento, muy por encima del algo clónico cine comercial que ha ofrecido la industria surcoreana en los últimos años. Y, desde Europa, celebrar la visión de Mateo Garrone a la hora de adaptar Pinocho, con su peculiar concepción del cuento (cuyo dominio ya demostró en la menospreciada El cuento de los cuentos, 2015) y una puesta en escena que responde a la propia austeridad de Collodi y que hace viable, por primera vez en años, una interpretación de Roberto Begnini, estupendo esta vez como Gepetto, inversamente proporcional a su aportación en la versión dirigida por él mismo en 2002 de la que nadie, afortunadamente, se acuerda. Como colofón de lo visto en la Sección Especial, ese monumento a los sentidos que es el testamento sonoro y visual de Johann Jóhannnsson en Last and First Men, posiblemente candidata ya a ser una de las mejores películas de ciencia ficción del año. Añadir, eso sí, que, aunque un festival se debe medir también por sus intenciones políticas, no se entiende que un Oso de Oro se lo lleve un film tan poco interesante como el iraní There is No Evil, de Mohammad Rasoulof, mucho más válido como testimonio de lalucha contra el régimen de Teherán que como película en sí, y más cuando la Berlinale ya hizo algo similar con Taxi Teherán, de Jafar Panahi, por cierto, mucho mejor película.

Arriba derecha Oso de Plata al mejor guión: Favolacce, de D’Innocencio Brothers
Arriba izquierda: Premio a la mejor ópera prima: Los conductos, de Camilo Restrepo
SECCIONES PARALELAS Y OTRAS OPCIONES
Encounters es la nueva aportación del equipo de dirección de la Berlinale, una sección que poco aporta más que confusión y restar protagonismo, sentido y calidad a otra de las grandes notas de distinción del festival como es Panorama. Quizá la razón de ser es programar productos que han quedado fuera por poco de la Oficial (y quizá hubieran tenido más sentido en ella), como Los conductos, de Camilo Restrepo, distopía semi-apocalíptica que viene de Colombia con momentos e imágenes impactantes y un desarrollo algo discursivo. Interesante es la meditación de Cristi Puiu en Malmkrog, en clave filosófica, sobre temas que van desde la muerte al Anticristo, aunque deje exhausto tras 200 minutos de proyección, siendo los más destacado de Encounters dos películas totalmente en las antípodas como Shirley y The Problem with Being Born. La primera, de Josephine Decker, es un brillante biopic de la escritora Shirley Jackson (autora de la mítica “La maldición de Hill House”) que regala (otra) soberbia interpretación de Elisabeth Moss. The Trouble With Being Born, de Sandra Wollner es un ensayo en clave de cuento de ciencia ficción sobre la pedofilia, a través de la terrible experiencia de un androide utilizado para esos fines, aunque crea realmente que está conviviendo con su padre. La película de Wollner, de haber estado en Sección Oficial, se hubiera convertido en la polémica de la edición, pese a que la directora expone su tesis con amplio espíritu crítico, distancia, elegancia e incluso poesía, en una de las mejores películas que se pudieron ver en la Berlinale.
Panorama perdió bajo el peso de Encounters algo de fuerza, aunque se pudieron descubrir joyas en su amplia programación como Un crimen común, de Francisco Márquez, un aterrador cuento de fantasmas en clave de parábola social que impulsa el cine argentino de género desde una concepción muy personal, o Surge, de Aneil Karia, una de las triunfadoras de Sundance, un viaje a los infiernos que permite a Ben Whishaw una de las mejores interpretaciones de los últimos años. Forum siguió su camino en solitario como si nada hubiera pasado en la Berlinale y descubrió en una de sus muchas esquinas una joya olvidada y reencontrada de Raúl Ruiz de 1967, El tango del viudo y su espejo deformante, una definición en 64 minutos del cine de su autor y de la razón de que algunos lo adoremos.

Generación dio sorpresas agradables, quizá perdiendo algo su esencia, pero con cierta uniformidad. De lo mejor, Las niñas, de Celia Palomero, apasionante estudio de las claves educacionales de la España de los noventa en forma de relato adolescente ácido y perturbador. Y no olvidemos la apasionante Jumbo, de Zoé Wittock, una historia de amor entre una joven y una atracción de feria, puro espíritu Spike Jonze/ Quentin Dupieux pero dotado de una poesía personal y una imaginería asombrosa, en uno de los títulos a seguir en este 2020.
Con todo ello, quizá no quedaba fuera de onda reciclarse algo en la estupenda retrospectiva de King Vidor, un autor siempre poco reconocido y del que son obligadas hoy las revisiones de obras maestras como …Y el mundo marcha (1928), la magistral El manantial (1949) o las pasionales Duelo al sol (1947) o Pasión bajo la niebla (1952), sin olvidar ese maravilloso y quizá improcedente cuasi péplum culterano que siempre ha sido Guerra y paz (1956), o cómo la adaptación de un clásico de la literatura se convierte en un choque de trenes entre artes y narrativas, aflorando un híbrido imposible, un tipo de película que nunca más será y que, personalmente, añoro. Como a autores como Vidor.
Ángel Sala
PALMARÉS BERLINALE 2020Oso de Oro Mejor Película: There is No Evil, de Mohammad Rasoulof Oso de Plata Gran Premio del Jurado: Never Rarely Sometimes Always, de Eliza Hittman. Oso de Plata a la Mejor Dirección: Hong Sang-soo por The Woman Who Run. Oso de Plata al mejor actor: Elio Germano por Volevo nascondermi, de Giorgio Diritti. Oso de Plata a la mejor actriz: Paula Beer por Undine, de Christian Petzold. Oso de Plata al mejor guión: Favolacce, de D’Innocencio Brothers. Mejor película sección Encounters: The Works and Days, de C.W. Winter y Anders Edstrom. Premio Especial del Jurado: The Trouble with Being Born, de Sandra Wollner. Premio a la mejor ópera prima: Los conductos, de Camilo Restrepo. |