#ElCineEnLasRedesSociales

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El mundo parece sucumbir cada vez más a los designios inescrutables de las redes sociales. Nadie está a salvo y todo el mundo sabe de todo. Es un jolgorio para los influencers, esos misteriosos seres que actúan como líderes sectarios sin saber muy bien la razón de sus propósitos, más allá de la auto alimentación del ego. La premisa del «dime si utilizas Facebook, Twitter, Instagram o Linkedin, y te diré quién eres» aporta datos muy interesantes dentro de su vertiente cinematográfica.


«La pregunta no es ¿qué queremos saber de la gente?, sino ¿qué quieren saber las personas de ellas mismas?».

(Mark Zuckerberg) Puede que las redes sociales las cargue el diablo, no estoy muy seguro de ello, pero lo que sí es cierto es que una vez dentro uno debe centrarse para no caer en el espiral de maquiavélica arrogancia que domina buena parte de su contenido. La filosófica reflexión del creador de Facebook abre un debate muy interesante acerca del desconocimiento de uno mismo y sobre la necesidad de saber. Las redes sociales son un misterio en sí mismas, en ellas nos convertimos en seres rematadamente vulnerables donde nuestra privacidad queda altamente desprotegida. Sin embargo, resulta cada vez más improbable encontrar supervivientes de su abducción, y el hilo que separa la curiosidad de la obsesión es muy fino. El debate inicial sobre el sentido de las redes sociales queda lejos, y básicamente solo se mantiene la discusión por el reinado de la red social escogida, con sus feligreses incondicionales que representan y defienden su red desde una vertiente prácticamente sectaria. Facebook parece haberse convertido en el reducto del más veterano y el uso más familiar, ahí donde se asemeja más adecuado colgar temas más personales, fotos familiares y un uso del cine más amistoso, y a priori menos profesional o meticuloso, alejándose así de esa experiencia social universitaria como fundamento que postulaba Zuckerberg. Twitter, por su parte, se mantiene como la red en la que la cinefilia se siente más cómoda, su limitación de caracteres merece una mayor concentración analítica y de mayor impacto, su relación con el cine adquiere una dimensión inicialmente más pulcra y romántica. En Instagram baja la media de edad del consumidor y el cine pierde la profundidad de Twitter, en beneficio del impacto esencialmente de la imagen fotografiada o escogida. Linkedin, además del mercado de trabajo sectorial que supone, permite utilizar el cine de forma similar a Facebook, pero con una vocación bastante más austera. Cada uno es libre de escoger la que más le convenga, aquella con la que se siente más cómodo o mejor representado. Luego están los que hacen un uso indiscriminado de todas ellas, cuyo diagnóstico es considerablemente grave.


Arriba: «La red social», de David Fincher, en torno a Facebook. Abajo: «Un perro andaluz», un clásico que despertó polémica en redes sociales.

«No estoy de acuerdo con lo que dices, pero defenderé con mi vida tu derecho a expresarlo ». (Voltaire)

Es una verdadera lástima que esta reflexión del legendario escritor y filósofo francés no se vea representada por la dinámica social, y en consecuencia por las más que discutibles leyes de las redes sociales. Un derecho tan fundamental como el de la libertad de expresión es constantemente ninguneado por las estructuras sociales. La alarma de la censura ha llegado incluso, por ejemplo, a prohibir una escena de una película tan icónica como Un perro andaluz (Un chien andalou. Luis Buñuel, 1929), el embrión del surrealismo cinematográfico que noventa años más tarde sigue generando semejantes estragos, llegando a provocar la censura de un tuit cuyo principal propósito era el de ensalzar el gran valor artístico del film y compartir la pasión del usuario en cuestión. Precisamente, el hecho de compartir es a priori una de las características más interesantes de las redes sociales. Y ahí es donde la red debe –o debería- convertirse en gran herramienta para el uso cultural y pedagógico del cine, permitiendo la recomendación y participando en el afán de dar visibilidad a obras desconocidas u otras que merecen la reivindicación. Pero si todo tuit está sometido a las posibilidades de la censura, entonces el esfuerzo o interés para acercar películas concretas a la comunidad, termina por generar el desánimo del cinéfilo voluntario y el sinsentido se apodera de la sensatez.

Cuando empezaron a proliferar los blogs de cine –posteriormente modernizados mediante los podcasts-, la figura del crítico o analista de cine sufrió una crisis importante, pues a partir de entonces todo el mundo podía escribir y opinar de cine con la libertad que, por supuesto, todos deberíamos de disponer. El problema fue la forma en la que se desvalorizaba el trabajo del crítico, ese tipo que se diferencia del resto de mortales que escriben o piensan sobre cine sin suficiente conocimiento ni bagaje, por el hecho de haber visto muchísimo cine desde sus orígenes y disponer de una base referencial muy sólida. En las redes sociales, de nuevo muchos de los que publican posts o tuits sobre cine parecen ejercer cátedra de una forma insanamente petulante. La opinión siempre debería estar por encima de la sentencia, el respeto por encima del odio, aspectos que se entremezclan con demasía facilidad, lo que termina por provocar un discurso de aversión, cuya peor consecuencia es su forma de normalizarse.

Apostando pues por Twitter como la red social con más afinidad por el cine, centrémonos en sus posibilidades, pero también en sus peligros. La parodia y el sarcasmo son altamente corrosivos y no siempre se entienden como tales. El 28 de enero de 2011, el cineasta español Nacho Vigalondo publicó un tuit con este texto: «Ahora que tengo más de cincuenta mil “followers” y me he tomado cuatro vinos podré decir mi mensaje: ¡El holocausto fue un montaje! Y tengo algo más que contaros. La bala mágica que mató a Kennedy, ¡todavía no ha aterrizado!». Vigalondo encendió las alarmas de las redes sociales y fue despedido de «El País», diario en el que colaboraba hasta entonces. Por otra parte, el 23 de octubre de 2017, desde la cuenta oficial de la Seminci, reprodujeron la frase pronunciada por otro cineasta español. José Luis García Sánchez, quien tras recibir la Espiga de Honor del festival vallisoletano, sentenció: «¡Vayan más al cine y menos a las procesiones!». Un consejo personal que unos cuantos consideraron una provocación y no tardaron en publicarse todo tipo de despropósitos hacia el cineasta y su legítima recomendación, hasta el punto que la Asociación Española de Abogados Cristianos anunciara que solicitaría la retirada de la Espiga honorífica otorgada al cineasta. Dentro de un contexto internacional, el 23 de julio de 2018, el actor Michael Rooker publicó: «Estamos muy cansados y molestos por las continuas estupideces. Ni yo ni mi representante usaremos ¡Twitter de nuevo. Twitter apesta y no quiero tener nada que ver con eso!». Un tuit cuya consecuencia supuso el despido del realizador James Gunn por parte de la Disney porque en el pasado había publicado tuits que se posicionaban en contra del Presidente de los Estados Unidos, Donald Trump. Todo ello generó un encendido debate en la red, entre acérrimos defensores e intransigentes detractores del cineasta.


Muchos de los que publican posts o tuits sobre cine

parecen ejercer cátedra de una forma insanamente petulan


Arriba: Anna Karina, una figura del cine cuyo fallecimiento tuvo mucha resonancia. Abajo: Nacho Vigalondo y José Luis García Sánchez, linchados públicamente en las redes.


«Nuestra pasión es rozar el borde vertiginoso de las cosas. Sigue siendo lo que ha sido siempre: el límite estricto entre lealtad y deslealtad, fidelidad e infidelidad, las contradicciones del alma». (Graham Greene)

Esta interesante reflexión sobre la contradicción, perpetrada por el autor de «El tercer hombre» y «El americano impasible, es perfectamente atribuible a la idiosincrasia del usuario de Twitter y el éxito tan particular del cine. Veamos cómo, aunque muchos tuiteros se obsesionan con ser originales y hacer un uso personal del sarcasmo, lo cierto es que hay algunos temas que funcionan por sí solos, no importa su reiteración y no es necesaria una creatividad excesiva; es el caso de las felicitaciones de cumpleaños de actores famosos, rendir homenaje póstumo y, cómo no, las referencias a las nominaciones y premios de cada temporada. La esperanza de la sensibilidad de Twitter para con el cine, se demuestra en el éxito de tuits sobre cineastas tan «poco comerciales» como Andrei Tarkovsky, Ingmar Bergman, John Cassavetes o Jean-Luc Godard, el cine mudo en casi toda su extensión, y actores/actrices como Toshirô Mifune, Harry Dean Stanton, Gena Rowlands, Liv Ullmann y Anna Karina. Precisamente el caso de quien fuera musa de Jean-Luc Godard y verdadero emblema de la Nouvelle Vague, es particularmente interesante, pues a pesar de que nunca fue una estrella conocida por el gran público, sí fue todo un icono y verdadera diosa del cinéfilo; su reciente fallecimiento llegó a convertirse en trendig topic. Estoy convencido que muchos descubrieron a Anna Karina gracias al impacto de su muerte en la red del pajarito azul. Ahí es donde una red social como Twitter y su relación con el cine debería encontrar su verdadero valor artístico y pedagógico, la posibilidad de descubrir, despertar interés, incluso enamorar. Lástima que en la tendencia generalizada por la contradicción del alma que citaba Greene, la ilusión por una red social mejor, se desvanezca por culpa de la irracionalidad, la envidia y el desprecio. Una pena.

Albert Galera