Unas recientes declaraciones de Martin Scorsese y Francis Ford Coppola sobre el cine de superhéroes nos conducen a la cuestión en torno a la ausencia de estilo del mismo.
EL PASADO MES DE OCTUBRE saltaron a la palestra una serie de declaraciones de cineastas tan reputados como Martin Scorsese y Francis Ford Coppola, seguidas por otras de corte parecido de Ken Loach y Pedro Almodóvar, contra el así llamado cine de superhéroes en general y contra las películas de Marvel en particular. Scorsese afirmaba en declaraciones recogidas en «Empire Magazine» que, aunque intentó ver los 23 títulos del Marvel Cinematic Universe, no lo consiguió porque «Eso no es cine», añadiendo que «honestamente, lo más cerca que puedo pensar en ellas, tan bien hechas como están, con los actores haciendo lo mejor que pueden bajo esas circunstancias, es en los parques temáticos, no es el cine en el que seres humanos intentan transmitir sentimientos o experiencias psicológicas a otros seres humanos». Coppola echó leña al fuego pocos días después: «Cuando Martin Scorsese dice que las películas de Marvel no son cine, está en lo correcto porque esperamos aprender algo del cine, esperamos enriquecernos, algo de iluminación, algo de conocimiento, algo de inspiración… No sé si alguien obtiene algo de ver la misma película una y otra vez. Martin fue amable cuando dijo que no es cine. No dijo que fuese despreciable, lo cual yo digo que es».
Dejando aparte el respeto que se merecen estas declaraciones (aunque el chiste verde de Almodóvar sobre si los superhéroes follan o no es de juzgado de guardia), me parece perfectamente comprensible la actitud de Scorsese y Coppola, cineastas con un altísimo grado de estilización que han demostrado y siguen demostrando en infinidad de ocasiones, hacia un cine, el de superhéroes (dentro del cual englobo no solo las producciones Marvel), que si de algo cojea, en sus líneas generales y salvo contadas excepciones, es por su ausencia de estilo.

En busca del estilo perdido
Partiendo de la base de que el cine de superhéroes es un género cinematográfico tan respetable como cualquier otro –y dejemos para otro día cuestiones sobre si realmente es un género (diferenciable de las dos ramas del árbol del fantástico, el terror y la ciencia ficción, y al mismo nivel que la comedia, el western o el policíaco, pongamos por caso), un subgénero (una derivación de la ciencia ficción, entendida como digresión sobre la ciencia en un contexto mítico) o una variante genérica (una rama, de nuevo, de la ciencia ficción, pero con una existencia paralela y sin integrarse por completo en ella)–, no vamos a afirmar aquí, para llevarles la contraria a Scorsese y Coppola (Loach y Almodóvar no me infunden tanto respeto), que se equivocan en sus conclusiones, que el cine de superhéroes es maravilloso y que acaso no lo entienden porque hay una distancia generacional entre ellos y ese cine, etc., etc. Nada de eso: puedo comprender perfectamente que a Scorsese y a Coppola no les guste el cine de superhéroes porque echan de menos en él aquello de lo cual ellos han hecho gala en su cine a lo largo de décadas: estilo.
Quede claro de entrada que el hecho de que el cine de superhéroes carezca de estilo no quiere decir, en absoluto, que carezca de rasgos y características temáticas y, también, de determinados tropos o recursos de lenguaje fílmico, llámese como se quiera, que lo hacen perfectamente reconocible e identificable a simple vista. Por poner un pequeño ejemplo escogido prácticamente al azar, los primeros planos de Tony Stark (Robert Downey Jr.) cuando está dentro de la armadura de Iron Man en cualquiera de las películas protagonizadas por el Hombre de Hierro o por los Vengadores, y que aparecen sea quien sea el director del evento (Jon Favreau, Joss Whedon, Shane Black, Anthony y Joe Russo). Cuando hablo de estilo me refiero más bien, y en sentido general, a una cuestión de estética que hace perfectamente reconocibles a otros géneros de fuerte impronta visual como el western, el policíaco o el musical, pero que no se percibe en el cine de superhéroes, el cual siempre ha tenido que depender de otros modelos genéricos a la hora de expresarse.

Esto es algo que el cine de superhéroes arrastra desde sus inicios y ha acabado convirtiéndose en una de sus señas de identidad: su ausencia de estilo. Algo que padecen incluso las mejores aportaciones a este cine. Los seriales dedicados a Superman, Batman y Shazam en los años 40 no hacían sino seguir el estilo visual del resto de seriales de aventuras o de ciencia ficción de la época. El Superman (ídem, 1978) de Richard Donner es una magnífica película, cierto, pero lo es con independencia o sin perjuicio de sus conexiones con el cine de catástrofes que estaba de moda en el momento de su realización (véase, sin ir más lejos, su tercio final). Cuando Sam Raimi dirigió sus tres films sobre Spiderman, lo hizo tomando como referencia el Superman de Donner y, un poco, el cine de terror que había practicado con anterioridad.
El principal problema que creo que tienen muchos cineastas a la hora de afrontar una película de superhéroes es la cuestión del estilo. En algunos casos, de los mejores (y, por cierto, fuera del paraguas financiero de Marvel), lo que han hecho realizadores con una personalidad fuerte y diferenciada como Tim Burton y Bryan Singer (que gusten o no ya es otra cosa) es adaptar al personaje o personajes de los cómics superheroicos en cuestión a su propia manera personal e intransferible de ver y entender el cine: de ahí surgieron films tan personales y sí, también estilizados, como Batman (ídem, 1989), Batman vuelve (Batman Returns, 1992), X-Men (ídem, 2000), X-Men 2 (X2: X-Men United, 2003), X-Men: Días del futuro pasado (X-Men: Days of Future Past, 2014) y X-Men: Apocalipsis (X-Men: Apocalypse, 2016). Pero el estilo de estas películas no es «estilo cine de superhéroes», sino «estilo Burton» y «estilo Singer». Como tampoco lo son films de «superhéroes» tan atípicos como Darkman (ídem, 1990) y El protegido (Unbreakable, 2000) y sus secuelas, «estilo Raimi» y «estilo Shyamalan » respectivamente.
Ang Lee y Zack Snyder beben de la propia iconografía visual del cómic para imprimir «estilo » a Hulk (ídem, 2003) y Watchmen (ídem, 2009), respectivamente. Otros realizadores lo que hacen es utilizar recursos propios de otros géneros, o incluso otras referencias estéticas, para intentar suplir esa carencia de estilo propio inherente al cine de superhéroes. Christopher Nolan lo intentó en Batman Begins (ídem, 2005) mezclando el «estilo Burton» con la ciencia ficción distópica a lo Metrópolis (Metropolis, 1927, Fritz Lang); lo logró plenamente recurriendo al violento policíaco norteamericano de los 70 en su espléndida El caballero oscuro (The Dark Knight, 2008); y lo consiguió a medias en El caballero oscuro: La leyenda renace (The Dark Knight Rises, 2012) recuperando de nuevo el «modelo Metrópolis». David Ayer hizo algo parecido al mezclar a John Carpenter y Walter Hill para su subvalorada Escuadrón suicida (Suicide Squad, 2016). Otro ejemplo flagrante, y evidentísimo a más no poder, es el de la reciente y celebrada Joker (ídem, 2019), que para empezar ni tan siquiera es cine de superhéroes y que, lejos de la originalidad que se le pregona, lo que hace su realizador, el muy impersonal Todd Phillips, es mezclar –de una forma hábil e interesante, eso sí– una gran performance de Joaquin Phoenix con un poco del cine de Scorsese (las referencias, mínimas, a Taxi Driver y El rey de la comedia, una película que ahora le gusta mucho a todo el mundo después de años de olvido), y sobre todo, un mucho de la estética del cine estadounidense de los años 70 practicado por William Friedkin o el olvidado –este sí– Hal Ashby.
Si de algo cojea el cine de superhéroes, en sus líneas generales
y salvo excepciones, es por su ausencia de estilo

En cambio, lo que hacen Marvel y el productor Kevin Feige en la mayoría de las ocasiones (y aquí sí que hay razones para el cabreo de Scorsese y Coppola) es echar mano o bien de realizadores impersonales –Favreau, los Russo–, o bien de cineastas con los que se pueda «negociar » y llegar a una entente –Whedon–, para llevar a cabo sus producciones superheroicas. Pero, como en todo, a veces hay errores de cálculo, y de vez en cuando, salta la liebre: el «toque Spielberg» del menospreciado Joe Johnston para Capitán América: El primer Vengador (Captain America: The First Avenger, 2011); el tono de comedia que imprime Peyton Reed a Ant-Man (ídem,2015) y a Ant-Man y la Avispa (Ant-Man and the Wasp, 2018); la subrepticia tonalidad terrorífica que inyecta Scott Derrickson a Doctor Strange (Doctor Extraño) (Doctor Strange, 2016); el toque extravagante de James Gunn a las no obstante sobrevaloradas Guardianes de la Galaxia Vol. 1 & 2 (Guardians of the Galaxy, 2014-2017). Excepciones que no hacen sino confirmar la regla, insistimos, de que el cine de superhéroes es un cine sin estilo, o por lo menos, un cine que todavía no ha hallado su propia y reconocible estética.
Tomás Fernández Valentí