Richard Fleischer
A menudo resulta fascinante la sencillez con la que se concebía la primitiva ciencia ficción, cuando todavía no se había emancipado de la fantasía y los sueños alrededor de un futuro lejano. Eran los tiempos de Georges Méliès, del cine entendido como la búsqueda del asombro, cuando los esqueletos bailaban sobre una pantalla y el viaje de la tierra a la luna apenas abarcaba un encadenado de planos; la distancia entre una nave proyectada por un cañón hasta la superficie lunar. Disney nunca estuvo exenta de esa magia, más bien de ese encantamiento, que Méliès trasladaba de la barraca de feria a la sala de proyección; pero no se conformaba con mejorar el truco.
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