El cierre del barcelonés Aribau Club, que antes fue el Club Doré y ahora ya solo existirá en el recuerdo, obligó a desplazar unos metros el centro neurálgico del noveno D’A Film Festival, hacia el vecino cine Aribau. Ello no impidió que, de nuevo, la cinefilia de la ciudad acudiera a ponerse al día respecto a lo que ocurre en el cine contemporáneo, a través de una programación que destaca tanto por esa vocación de condensar en diez días la última temporada de festivales como por una saludable heterodoxia que permite que, por ejemplo, convivan en Direccions (que vendría a ser la sección oficial del festival) una comedia negra tan extravagante como In Fabric, de Peter Strickland, con la última propuesta de Tsai Ming-liang, que en la hermosa Your Face se limita a permitir que una serie de rostros respiren durante varios minutos en los límites de su encuadre para dejar constancia, hablando o sin hablar, de lo que es vivir y atravesar el tiempo, cuyos estragos se inscriben en la piel.
Pero si un film de Direccions rebosó aventura y búsqueda, cualidades que deberían ser intrínsecas al mejor cine de autor, este fue Carelia: internacional con monumento. Siguiendo un consejo de su amigo Oleg Karavaichuk, protagonista de su anterior película, el venezolano Andrés Duque se adentró en una remota región en la frontera entre Rusia y Finlandia para enhebrar, a medida que iba descubriendo y filmando, un cautivador retrato familiar en verso libre: mientras asistimos a los juegos y rituales de la familia con la que Duque convivió, de las imágenes emerge progresivamente, como un rumor, la memoria del lugar. Avanzada la película, esta muta para que oigamos el testimonio de la hija de un preso político ruso. Confinado, precisamente, por tratar de arrojar luz sobre ciertas ruindades de la Historia de su país.
Y aunque An Elephant Sitting Still, la demoledora presentación póstuma en sociedad del chino Hu Bo, fue la película-acontecimiento de esta edición, este cronista no se abstendrá de celebrar la osadía de Las hijas del fuego, en la que la argentina Albertina Carri se pregunta si otro porno (lésbico y feminista) es posible y, si es así, cómo sería. En otras palabras, nos invita a un viaje de placer junto a un desinhibido grupo de chicas, en el que los afectos circulan con libertad y suma generosidad. Tanta libertad como destilan los magnéticos fotogramas monocromo de Letters to Paul Morrissey, de Armand Rovira, inclasificable película de segmentos que reivindica el placer de fabular, de contar historias increíbles. El film de Rovira formaba parte de «Un impulso colectivo», la sección del festival que escruta el cine español que más se arriesga y menos se estrena. Entre los títulos de esta edición, el corto Tombent les heures de Blanca Camell quizá tenga el plano final más pertinente para despedir cualquier fiesta: tras una jornada incierta, de espera y dolor de barriga, dos amantes se reencuentran y, en la alegre confusión del baile, sus cuerpos entrelazados se van haciendo huidizos, hasta desaparecer.
Toni Junyent