NO HABRÁ PAZ PARA LOS MALVADOS (2011) Enrique Urbizu

en Cine Siglo XXI/SubDossiers por

NO PUEDE ENTENDERSE EL RETRATO CASI APOCALÍPTICO, al borde del colapso, que hace de Madrid No habrá paz para los malvados (Enrique Urbizu, 2011) –en las televisiones que aparecen a lo largo del metraje no se ven más que imágenes de disturbios antisistema–, sin el caldo de cultivo social y político que llevó a la eclosión del movimiento 15-M apenas medio año antes de su estreno. Ese descontento, esa congoja general provocada por las consecuencias de la crisis económico/política que se produjo en 2008, se filtra en una ficción que retrata, a través de la investigación que lleva a cabo (o intenta llevar a cabo) la jueza Chacón (Helena Miquel), la desasosegante ineficacia de las fuerzas del orden de nuestro país, abotargadas por los excesos burocrácticos, las rencillas personales y la inutilidad de sus altos cargos. Dice mucho sobre la podredumbre que anida cómodamente, a simple vista, tras la aparente normalidad de la vida cotidiana que retrata la película –no es casual que Urbizu filme una versión gris y deprimente de Madrid, llena de bares cutres y calles asfixiantes–, que tenga que ser alguien tan hundido en su propia miseria moral como Santos Trinidad (José Coronado) quien, intentando limpiar el rastro de un triple asesinato cometido a sangre fría por culpa de un cubata, acabe descubriendo el complot terrorista de un grupo de terroristas islámicos. Que un policía veterano, hundido hasta las trancas en sus propios demonios personales, y que pulula como un espíritu por los peores rincones de la ciudad –que al final Chacón descubra su cadáver, revólver en mano, convierte la película casi en una historia de fantasmas–, vaya siempre por delante de la investigación oficial no solamente permite a Urbizu y su coguionista habitual, Michel Gatzambide, lanzar una pulla contra el encadenamiento de factores (o de ineficacias) que provocó que nadie pudiera evitar los atentados del 11-M, sino también hacer una relectura casi tarantiniana de la Historia.

Puede decirse, a grandes rasgos, que la trama se desarrolla entre dos explosiones de violencia –una reactiva; la otra, intencionada, y ambas rodadas con la sequedad característica de su autor– que marcan el arco dramático de un personaje, el de Coronado, que no culmina tanto en redención personal como en suicidio asistido. De hecho, su proceso de investigación de las conexiones entre narcotraficantes colombianos y terroristas islámicos no busca justicia, ni evitar la muerte de inocentes, sino que responde a una especie de reflejo, a un resorte que salta mientras intenta evitar su caída definitiva en desgracia, y que le mueve a hacer lo único que, en realidad, sabe hacer bien en su vida: pisar la calle, trabajarse la información, saltarse las normas y, si surge la oportunidad, machacar criminales por el camino. Por eso mismo, Santos Trinidad, casi una versión decadente del personaje que Coronado interpretara en La vida mancha (2003), tiene algo de héroe existencialista, camusiano, sin referencias emocionales a su alrededor más allá de sí mismo –solamente se rodea de gente que tiene una función utilitaria para él–, lo que Urbizu contrasta de forma intencionada con la convencionalidad existencial de la jueza Chacón. Al fin y al cabo, es perfectamente consciente de haberse convertido en un despojo, apenas una sombra de aquél que fue. Algo que se nos insinúa en algunos diálogos, pero también a través de la eficacia y la profesionalidad con la que se mueve a pesar de su penoso estado… Y es que la película lo muestra siempre superado en lo físico, incluso en lo intelectual, por los villanos de la ficción: si logra llevárselos por delante es, a la hora de la verdad, por una mezcla de suerte y de cabezonería. El personaje reacciona como un animal herido que se niega a morir, se revuelve y utiliza sus últimas fuerzas para llevarse por delante a todo el que ha intentado herirle. No es casual, en ese sentido, que sea apuñalado dos veces distintas en un costado por los terroristas, como si fuera un toro de lidia. Una metáfora que el director subraya mostrando, después de la conversación con el hijo de un antiguo compañero de trabajo, la imagen televisiva de un morlaco siendo picado durante una corrida: la suerte de Santos Trinidad ya está, en realidad, decidida desde ese momento.

Tonio L. Alarcón


España, 2011. Director: Enrique Urbizu. Productores: Gonzalo Salazar-Simpson, Álvaro Augustín. Guión: Enrique Urbizu, Michel Gatzambide. Música: Mario de Benito. Fotografía: Unax Mendía, en color. Intérpretes: José Coronado, Rodolfo Sancho, Helena Miquel, Juanjo Artero, Pedro Mari Sánchez, Nadia Casado.