Los días que vendrán

en Análisis/En Primer Plano por

La realidad es así

La realidad y la ficción son una sola cosa en Los días que vendrán, un film magnífico sobre la felicidad, el miedo y la erosión del embarazo en la vida de una pareja.


LOS PRIMEROS PLANOS DE Los días que vendrán (Els dies que vindran, 2019) le pertenecen a la protagonista del film, Maria Rodríguez Soto, aunque aún no sabemos que es ella. De hecho, no son imágenes rodadas por el director del film, Carlos Marques-Marcet, ya que forman parte de una cinta de vídeo filmada por el padre de Maria cuando esta era un bebé. A parte de un detalle precioso que conecta con otra de las más bellas escenas de la película, cuando Maria, Virginia en el relato, mira en su portátil esa cinta pasada ahora al formato digital y ve las imágenes del embarazo de su madre y las de su propio nacimiento en un parto natural, deja en suspense una vez más la relación entre ficción y representación, entre verdad y recreación, ya que lo que veremos a continuación, ese film sobre los días que vendrán después del inicio de un embarazo no buscado pero asumido, es un relato cinematográfico surgido de una verdad irrefutable: la película nace cuando Marques-Marcet tiene conocimiento de que su actor habitual, David Verdaguer, y su compañera, la actriz Maria Rodríguez Soto, van a tener un hijo, y entonces se dispone a rodar esta situación a partir del cuarto mes de gestación contando, obviamente, con la complicidad de la pareja. Sabemos que son Lluís y Virginia en la pantalla, pero no dudamos en que algunas de las cosas que «interpretan», pese a pertenecer a los dominios del guión escrito por Marques-Marcet, Coral Cruz y Clara Roquet, pueden formar parte de su propia experiencia mientras vivían el embarazo y eran filmados. De hecho, la primera película del director, 10.000 kilómetros (2014), surgió también de la experiencia y la necesidad de capturar en imágenes una vivencia personal.

Los planos del bebé, de Maria de pequeña, en aquel film familiar –una cinta doméstica y analógica de los ochenta o noventa evoca el pretérito mejor que cualquier otra cosa en el actual paisaje tiranizado de sensaciones digitales–, son el anuncio de lo que vendrá. En la primera secuencia tras tan delicado prólogo, Maria le dice a Lluís que lleva días de retraso en la regla, compran un predictor y no vemos el resultado del mismo –no hay aquí inserto que valga– sino la reacción de la pareja, que va de la risa al llanto. «¿Qué hacemos? », se preguntan. Sabemos pues que están embarazados. Y entendemos la risa y el llanto, dos reacciones que lo expresan todo sin mediar palabra. Pero las palabras son después necesarias. «No podemos tener un hijo ahora», dice Virginia. El ahora, en estas situaciones, es el engaño del momento, el enmascaramiento de la duda. «¿Pero lo quieres tener?», le pregunta a Lluís. «No, ahora no», asegura él. Pero no hay convicción plena en las palabras. Son los gestos los que han delatado mejor sus reacciones. Marques- Marcet vuelve a colocar el plano del bebé del principio –regreso a un pasado que aún no sabemos datado–, pero ahora vemos también a los padres de la criatura. La pareja protagonista ha decidido abortar, pero tiene sus dudas. Están juntos pero no se conocen, o no se conocen del todo: ella comenta que no han ido nunca de vacaciones. Sigue una escena con un peculiar juego de palabras, que es una forma como cualquier otra de encarar o acallar las dudas; el significado de querer y el de no no-querer.



La decisión está tomada. El embarazo no se detiene. A partir de este momento, a partir de un guión estructurado al que lógicamente fueron incorporándose elementos del propio proceso de gestación/relación de Verdaguer y Rodríguez Soto, el relato se adentra por la naturalidad (agradable o tensa) del curso de los acontecimientos: explicarlo a la familia, a los amigos y compañeros o jefes del trabajo. Gestos normales, corrientes. ¿Necesarios? Sí, aunque no quieran hacerse. Sobre ella queda focalizado el cambio físico, el hecho de notar vida dentro de su cuerpo, ponerle música al feto, dejar el trabajo, las relaciones sexuales que han cambiado –¡qué diálogo tan perfecto en la forma en que Virginia explica que ya no siente del mismo modo el movimiento de él dentro de su cuerpo que ya no es uno, sino dos, compartido!–, la dificultad para dormir… Sobre él: la búsqueda de un mejor trabajo, aunque vaya en contra de sus creencias y origine una seria disputa, o la manera de comunicárselo a sus amigos de infancia; después, en otra escena de enorme sentido, se cuelan de noche en su antigua escuela y juegan a la pelota en el patio. Sobre ambos: la discusión sobre escuela pública o concertada, el nombre de la niña, legalizar burocráticamente o no la relación, el parto natural… Más gestos normales, corrientes. Discusiones y cambios. Los días que van llegando. El encaje distinto del concepto de responsabilidad. La fricción pese al amor. Dudo mucho que un film perteneciente a lo que seguimos llamando documental exprese mejor las dificultades, miedos y cambios de la vida en común durante un embarazo que esta ficción nacida de la realidad, de la verdad, del actor y la actriz que siguen siendo eso, actores de una representación, pese a estar mostrándose a sí mismos con la complicidad de un cineasta que sabe mostrarlos mejor que nadie.

Quim Casas


España, 2019. Director: Carlos Marques-Marcet. Productores: Sergi Moreno, Toni Folguera y María Zamora. Guión: Carlos Marques-Marcet, Coral Cruz y Clara Roquet. Fotografía: Alex García, en color. Música: Maria Arnal. Intérpretes: Maria Rodríguez Soto, David Verdaguer, Albert Prat, Sergi Torrecilla, Laura Soto Socias.