La naranja mecánica (Stanley Kubrick,1971)

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Coincidiendo con nuestro nº 500, Filmoteca Española proyecta, el próximo 5 de junio, esta famosa película de Stanley Kubrick, la cual ocupó la portada de nuestro nº 1. Tomás Delclós abordó la película desde la perspectiva de la censura en el nº 28. Sin embargo, el primer análisis extenso de este film fue publicado en el nº 41 dentro de un estudio dedicado a Kubrick y escrito por Antonio Castro, que a continuación reproducimos.


TRAS 2001 KUBRICK QUIERE RODAR NAPOLEON –lo intentaría otra vez tras La naranja mecánica–, pero el presupuesto resultaba excesivo, y tuvo que renunciar. Entonces, atraído por la novela de Anthony Burgess «La naranja mecánica», la adapta –en solitario–, la produce y la dirige.

La naranja mecánica admite ser analizada desde diferentes –que no excluyentes– puntos de vista. Que Kubrick es un escéptico pesimista, que no tiene eexcesiva confianza en el porvenir del género humano, parece fuera de discusión. La pervivencia del individualismo, en una sociedad mecanizada, con la creciente intrusión del Todopoderoso Estado –auxiliado por la ciencia– en la vida particular, aparece seriamente amenazada.

¿Cuáles pueden ser los puntos de contacto entre el católico Burguess y el agnóstico –de origen judio– que es Kubrick? El punto de coincidencia radica en la necesidad del libre albedrío, aunque por razones diferentes. La moral católica precisa del libre albedrío para que un hombre pueda ser merecedor de premio o de castigo, mientras que Kubrick defiende el libre albedrío como consecuencia de su individualismo liberal, que pretende que el hombre no renuncie a ninguna de sus posibles capacidades y opciones. Alex, en la primera parte, lleva a cabo una serie de acciones consideradas perniciosas para la sociedad. La traición de sus compañeros tras el asesinato de la mujer de los gatos le deja en manos de la policía, y ahora será él quien sufra la violencia del Estado, a través del tratamiento Ludovico.

Resulta curioso que nadie haya concedido importancia a la forma en que se lleva a cabo la reeducación –lavado de cerebro o curación– de Alex por medio del tratamiento Ludovico. El tratamiento Ludovico no elimina los impulsos violentos de Ales, programándolo exclusivamente para hacer el bien, sino que las inclinaciones de Alex subsisten, y el tratamiento, lo que hace es crear una serie de reflejos de náuseas y dolores en su cuerpo que le impiden golpear y violar como era su primera intención –y la representación cara al público es suficientemente explícita–. El tratamiento Ludovico no elimina las causas, únicamente reprime los efectos. La trascendental importancia de este hecho se hará más evidente en el análisis de las diversas lecturas que el film permite.



Una primera lectura que vería el film como sátira social se centraría en la importancia del libre albedrío para la supervivencia del individuo. Haría hincapié sobre la mayor peligrosidad –o mayor maldad– del ejercicio colectivo de la violencia y de la coacción, sobre el ejercicio individual de la misma. Sería la sátira de un Estado que se arroga el monopolio de la violencia –Fraga dixit– no dudando en utilizar –en provecho propio– la de los peores elementos de la sociedad –Dim y Georgie formando parte de la policía, único lugar donde pueden ejercer legalmente la ultraviolencia–, y pactando finalmente (a través de su Ministro del Interior) con Alex, sancionando y bendiciendo su comportamiento, a cambio de que les ayude a ganar las próximas elecciones.

En un segundo nivel, el carácter marcadamente cíclico del film, el hecho de que Alex encuentre, en la segunda parte, a los mismos personajes que antes de que sufriera el tratamiento Ludovico configuran una estructura de fábula o cuento de hadas, a la que el film se ajusta perfectamente. Se trata de una fábula sobre la justicia y el castigo, y es necesariamente irónica. Alex cuando obra «mal» se ve recompensado, y cuando obra «bien», cuando está incapacitado para hacer el mal, será víctima de la violencia de los demás, del mendigo borracho, del escritor, de sus padres, y de sus antiguos camaradas. El rechazo explícito del cristianismo, del que Kubrick hace gala, con su ineficaz robot cristiano que pone inútilmente «la otra mejilla », funciona como un perverso e inteligente «boomerang» de Kubrick contra la conciencia católica del novelista. Una tercera lectura –y a mi juicio, la aproximación más profunda– permite contemplar el film como mito psicológico, siendo Alex la representación del inconsciente y el film una especie de aventuras del «id» (1). El tratamiento Ludovico vendría a ser el equivalente psicológico del proceso de civilización de la humanidad, y las náuseas que sufre Alex se corresponden con la neurosis que la civilización provoca en el hombre. La civilización actual no ha logrado que el hombre supere sus impulsos primarios, sino que le ha obligado a reprimirlos. En el hombre actual aún subsiste el mono primitivo y violento (2). La civilización al reprimirlos ha provocado una tensión que conduce a la neurosis, o dicho de otra forma, el hombre se ha desarrollado científica e intelectualmente, pero no lo ha hecho ni moral ni sentimentalmente, lo que provoca un desequilibrio que culmina en la neurosis.

Desde este punto de vista el final es de un cinismo absoluto, Alex solo puede volver a tener capacidad de elección tras un acuerdo con el poder y sus representantes, y una vez desembarazado del tratamiento Ludovico, es decir, tras la muerte de la civilización. Entonces, sus actos pueden ser violento e ir en contra de sus semejantes, pero quedarán impunes como parte de acuerdo con el Poder, al que él ayudará a ganar las elecciones.

El monstruoso egocentrismo de Kubrick –presente en su vida, su obrra, su sistema de trabajo–, y los planteamientos absolutistas de su obra, quedan de algún modo matizados por la realidad cotidiana, y la lucidez vivencial de Kubrick le lleva a adoptar –en su vida– la postura del liberal, que cómodamente asentado desde el poder del dinero propugna un difícil equilibrio entre una autoridad suficiente que le proteja de sus semejantes, impidiendo que sea agredido por ellos (esta posibilidad, y el carácter utópico de una sociedad sin organización, impiden que Kubrick pueda ser anarquista, tendencia muy marcada en su obra) y una permisividad adecuada que no le cierre ninguna posibilidad, por monstruosa que pueda parecer en un principio.

Parte de los equívocos con el film derivan de la extendida creencia roussoniana en la bondad natural del hombre, mentira romántica que sustituía la tiranía de lo Sobrenatural por la religión de la bondad natural humana.



Para Kubrick, más bien, el hombre es un salvaje innoble, irracional, brutal, necio e incapaz de ser objetivo en nada que afecte a sus propios intereses.

«Aunque existe un cierto grado de hipocresía a este respecto, todos estamos fascinados por la violencia. La atracción que la violencia ejerce sobre nosotros, revela en parte, que en nuestro subconsciente, somos muy poco diferentes de nuestros antepasados», afirma Kubrick. Una película puede ser entonces la forma de exorcizar esa violencia, porque según el realizador «asistir a la proyección de un film es de alguna manera soñar despiertos. Podéis explorar sin peligro terrenos que racionalmente os prohibís en la existencia cotidiana. Hay sueños en el curso de los cuales os entregáis a todas las cosas horribles que conscientemente os prohibís hacer». Personalmente, opino que la teoría catárquica de los sueños y los films es equívoca, simplista y ligeramente sofista, más propia de una justificación que de un análisis serio. La propia fascinación de Kubrick –judío– por Hitler y la época nazi (3) bastaría para ponerla en entredicho. Puede que un film le sirva a Kubrick para superar ciertos temores, pero también le proporciona la coartada, para hacer aquellas cosas que en la vida cotidiana no se permite hacer.

Igualmente es detectable en el film una reflexión sobre el arte. Primeramente para Kubrick el arte –en este caso la música– no tiene coloración moral. La música de Beethoven igual sirve para excitar las fantasías de Alex como para empujarle a tirarse por la ventana. Es su utilización lo que determina su coloración moral. Por otro lado, el arte debe cumplir como misión primordial, la de excitar, sorprender, estimular. Tiene que formar de alguna manera parte de la vida, integrarse en ella. Para Alex, Ludwid Van cumple esa función de estímulo, mientras que para la señora de los gatos –con una habitación repleta de cuadros eróticos de la escuela de Klimt–, el arte es un fósil, ha llegado a fosilizar hasta uno de los terrenos más estimulantes del ser humano, el sexo (grita a Alex: «No lo toques; es una obra de arte», cuando este se acerca a la inmensa escultura fálica). Por eso Kubrick cambia las armas con las que luchan ambos contendientes. En la novela de Burgess, la señora de los gatos tiene un bastón y Alex lucha con una estatua de plata. Kubrick hace que Alex luche con la escultura fálica, símbolo de arte y sexo, vivo y excitante, y la señora de los gatos con un busto de Beethoven –en ella símbolo de arte fosilizado–. Ni que decir tiene que Alex acabará introduciendo el enorme falo en la seca boca de la vieja dama, aunque Kubrick omita la imagen directa y la sustituya por zooms rápidos a cuadros de bocas. No es extraño que. tras estos films. Barry Lyndon –aun carente de ciertos efectismos que lastraban La naranja mecánica– resulte levemente decepcionante. Con su sistema de trabajo, sus obsesiones y su incapacidad para inventar historias, no le es fácil encontrar temas que filmar y Kubrick es consciente de ello: «de igual manera que los actores tienen pesadillas de que no van a conseguir otro papel, yo tengo un miedo constante de no volver nunca más a encontar otro argumento que me guste lo suficiente como para filmarlo».

Antonio Castro

(1) Id. = en psicoanálisis; impulsos instintivos del individuo.

(2) Y Kubrick lo recuerda explícitamente en imágenes en que Alex se asemeja al hombre-mono de 2001 utilizando el hueso.

(3) Sería muy interesante un ensayo sobre el tema. Kubrick se hace proyectar frecuentemente en su casa documentales de y sobre los nazis y pienso que esto responde a algo más profundo que a «la fascinación del mal».