LA INVASION DE LOS ULTRACUERPOS

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LA INVASION DE LOS ULTRACUERPOS Philip Kaufman

USA, 1978. T.O.: «INVASION OF THE BODY SNATCHERS». DIRECTOR: PHILIP KAUFMAN. INTÉRPRETES: DONALD SUTHERLAND, BROOKE ADAMS, JEFF GOLDBLUM, LEONARD NIMOY, VERONICA CARTWRIGHT, ART HINDLE. EDITADO POR DIVISA HOME VIDEO


El escritor Jack Finney, uno de los numerosos integrantes del movido bloque literario de ciencia ficción norteamericano de los años cincuenta, publica su obra más famosa, «The Body Snatchers», en la revista especializada «Colliers» en 1954. Dos años más tarde el relato, una escalofriante descripción de una invasión alienígena, inspira una paranoica traducción cinematográfica conducida por el realizador Don Siegel, La invasión de los ladrones de cuerpos, quizá el título más expresivo, y uno de los más perturbadores, de todos los presentados por la cinematografía estadounidense durante la Edad de Oro del género en los primeros tiempos de la Guerra Fría. El texto de Finney vuelve a interpretarse para la gran pantalla en 1978, 1993 y 2007 con un terceto de piezas firmadas por Philip Kaufman, Abel Ferrara y Olivier Hirschbiegel; y aunque en conjunto el terceto derivado de Finney/ Siegel es irregular sin duda logra captar casi inmejorablemente el particular temperamento de los ciclos socio-políticos-artísticos en que surge. Así, la pieza montada por Ferrara en la década de los noventa, según un guión desequilibrado y enloquecido redactado por entre otros Larry Cohen y Stuart Gordon, resulta una certera radiografía maniaca significativamente escenificada en una base militar en el tiempo de Bush padre. A su vez, la fracturada interpretación entregada por el alemán Hirschbiegel recoge y certifica, quizá a su pesar, parte de las severas mutaciones internas experimentadas por la gran industria. La versión ofrecida por Kaufman a finales de los años setenta, sin embargo, es la única capaz de dialogar verdaderamente con la de Siegel e incluso superarla. Mucho más allá de la condición de remake, o reescritura, del film previo, el largometraje ofrece con su personalización del original literario una fantasmagoría sobre la incomunicación, particularmente oportuna en el resacoso escenario USA de su tiempo. Kaufman emplea una escritura alterada y también conscientemente gélida, de algún modo nacida de la mirada de Friedkin y acentuada por la fotografía de tonalidades metalizadas, para crear esa desasosegante y dominante atmósfera con la que consigue transmitir al espectador una sensación de angustia que aumenta insoportablemente conforme avanza el relato hasta alcanzar el paroxismo en los cuadros últimos. El nervio desesperanzado y apocalíptico fijado acentúa asimismo el genio de una inolvidable mixtura entre el cine de invasiones extraterrestres y el de zombis, recorrida persistentemente por inquietantes imágenes, como la que cierra de manera inolvidable la obra, la creación del clon del personaje de Sutherland en el jardín de noche, rodeado de las misteriosas vainas gigantes, o el extraño cameo de un Robert Duvall vestido de sacerdote y balanceándose en un columpio colocado en el arranque. Pese a que La invasión de los ultracuerpos es un film ciertamente autosuficiente no desdeña la utilización de apuntes cinéfilos y busca en muchas ocasiones la conexión con la cinta de Siegel. Kaufman en realidad, bien mirado, no propone una segunda interpretación del texto de Finney, más bien organiza un extraordinario segundo bloque a partir de la película pasada, definitivamente revelado con el terrorífico cameo del intérprete Kevin McCarthy. Veinte años después de correr muerto de miedo por la autopista alertando al mundo de la amenaza de los visitantes, en la recordada secuencia, el doctor Miles Bennell reaparece pidiendo de nuevo, y sin éxito, ayuda.

Ramón Alfonso