Un cineasta justo
Barbet Schroeder estuvo unos días en Barcelona a principios del pasado mes de febrero para presentar la retrospectiva organizada por Filmoteca de Catalunya bajo el justo título de «Mostrar sin juzgar». Así lo ha hecho en la ficción y en el documental. Pero Schroeder ha sido, además de director, uno de los productores más importantes en el cine francés. Sus inicios se remontan a un deseo loco de trabajar con los cineastas que admiraba: «Cuando volví de una estancia en la India quise ser asistente de Fritz Lang, pero el proyecto en el que estaba trabajando fue cancelado a causa de sus problemas de la vista. Volví a París y me propuse trabajar con Godard. Cogí el coche de mi madre, fue a hablar con él y le dije que podía ser útil con el coche y que no me importaba no cobrar. Godard me dio el trabajo, fue en “Los carabineros” ».

Schroeder, algo así como un compañero de viaje de la Nouvelle Vague, produjo dos años después París visto por… (1965), una especie de manifiesto tardío de aquel movimiento con episodios dirigidos por Godard, Rohmer, Rouch, Chabrol, Douchet y Pollet. Supuso, ante todo, un intento de hacer cine en 16 mm dentro de los canales de distribución normalizada: «La idea era rodar y proyectar en 16 mm, pero acepté que se hinchara a 35 mm y la cosa no funcionó. Quería producir un largo de cada uno de los que participaron en el film, pero no pudo ser. Hoy se puede rodar como lo intentamos nosotros sin problemas, con pequeñas cámara digitales se obtiene la definición del 35 mm. El sueño de “París visto por…” es una realidad ahora. La producción no es tanto una cuestión de dinero como de impulsar en una dirección concreta». Sin Schroeder, sin Les Films du Losange, habría sido muy difícil que proyectos de Rohmer, Rivette, Eustache o Daniel Schmidt llegarán a buen puerto.
De su larga colaboración con Rohmer recuerda sobre todo La boulangère de Monceau y La Carrière de Suzanne: «Hicimos los dos primeros cuentos morales. Después de muchos años para conseguir acabar la sonorización, fueron rechazados por un festival. Después fui con “Mi noche con Maud” a la televisión, pero no la quisieron, dijeron que no era cine, que era teatro filmado. Se debe luchar, se debe creer. Inventamos un sistema, la participación de muchos productores que invierten pequeñas cantidades de dinero en el film. Así pudimos hacer aquellas películas. Rohmer fue un maestro con el que podía hablar todos los días».

Schroeder ha dirigido ficciones en medio mundo: More y Amnesia en Ibiza; El valle en Papúa Nueva Guinea; Maîtresse en Francia; Tricheurs enPortugal; El borracho (proyecto que le costó siete años poder realizar y que le permitió establecer una buena relación con Charles Bukowski), El misterio Von Bulow, Mujer blanca soltera busca…, Antes y después, El sabor de la muerte, Mentiras arriesgadas y Asesinato… 1-2-3 en Estados Unidos; La virgen de los sicarios en Colombia e Inju, la bête dans l’ombre en Japón. Pero una de las parcelas más destacadas de su obra como director sigue siendo el documental.
El cineasta presentó el último de ellos, Le Vénérable W., centrado en un grupo de monjes islamófobos que han contribuido al genocidio en Birmania. «Lo más brutal ha sido como han utilizado internet, Facebook, para propugnar el odio racial a través de falsas noticias y manipulaciones». Schroeder lo completó antes de que empezarán las matanzas, tuvo que salir deprisa del país porque la policía les buscaba y no puede volver a Birmania. La película concluye la denominada trilogía del mal. El segundo jalón fue El abogado el terror, retrato documental de Jacques Vergès, abogado megalómano de origen tailandés que ha defendido desde criminales nazis como Klaus Barbie hasta miembros del Frente de Liberación Nacional de Argelia, jemeres rojos y terroristas internacionales como Carlos el Chacal. Y el primero se centró en el dictador ugandés General Idi Amin Dada. El film homónimo, rodado en 1974, demuestra la habilidad del director para ganarse la confianza de estos personajes. Schroeder puede considerarse un maestro para los documentalistas de reciente cuño como Joshua Oppenheimer, el autor de The Act of Killing.

Pero, ¿cómo se consigue que hablen impunemente ante una cámara de las atrocidades que han cometido? «La vanidad que tienen es el elemento básico para poder hacer estos films», explicó Schroeder. «Yo no quiero denunciar lo que hacen. Pretendo acercarme y que me expliquen cómo se ven ellos mismos. Con Idi Amin Dada empezamos la improvisación de un autorretrato. Intenté también hacer una película con los jemeres rojos. Les dije que no nos centraríamos en la etapa en que estuvieron en el poder en Camboya, sino que hablaríamos del anti-colonialismo. Pensé que era una buena forma de acercarse y tenía el acuerdo con ellos, pero solo reuní el cincuenta por ciento del presupuesto».
Quim Casas