El Óscar y el estado de las cosas

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Una vez más, los premios Óscar de este año se han convertido, voluntariamente o no, de buen grado o a la fuerza, en una especie de reflejo del «estado de las cosas» dentro del mundo del cine norteamericano, o incluso, de la manera de entender el cine en los EE.UU.


ENTRE FINALES DE AÑO Y PRINCIPIOS del siguiente se sitúa lo que popularmente se conoce como «temporada de premios», momento en el que las academias oficiales de cine de numerosos países deciden agasajar a lo-mejor-del-año. A ello hay que sumar otra tradición, consistente en que diversas publicaciones, sobre todo en Internet, difundan sus no menos famosas «listas». Pero, dejando aparte el hecho de que los premios y las listas son solo acontecimientos coyunturales, y no hay que tomárselos más que como un reflejo directo o indirecto de un determinado estado de las cosas desde una perspectiva de presente («los premios pasan, las películas quedan», decía José Luis Guarner, y lo mismo vale para las listas), no es menos cierto que los premios cinematográficos suelen reflejar, a veces inintencionadamente, un determinado status quo. Y, si bien es verdad que las siguientes reflexiones pueden aplicarse a todos los premios cinematográficos (y culturales en general) del mundo, no lo es menos que, en el caso de los famosos Óscar de Hollywood, estos adquieren una especial significación gracias al gigantesco aparato promocional a nivel internacional que los envuelven, lo cual no significa que no puedan extraerse de los mismos algunas reflexiones.


«Green Book», un Oscar a la Mejor Película que parece pensado para conciliar posturas (arriba), y «Roma», o el triunfo de Netflix en los Óscar (abajo).

STREAMING Y BLACK POWER

Repasando las candidaturas o, como se dice ahora (la RAE hace tiempo que lo acepta), nominaciones al Óscar 2019, la gran «sorpresa», más bien relativa, habida cuenta que antes de su anuncio ya era un secreto a voces, la dieron las diez nominaciones de Roma (2018), sin duda alguna la película más comentada entre los críticos y cinéfilos españoles de estos últimos años, posicionándose a favor o en contra. Pero, más allá de los méritos intrínsecos del film (para el que suscribe, más bien pocos), de su aspiración a las-doradas- estatuillas y de los finalmente tan solo tres, si bien relevantes, galardones conseguidos el pasado 24 de febrero –Película de Habla No Inglesa, Director y Fotografía–, el éxito de Roma en la terna de este año tiene, al menos, una doble significación. Desde un punto de vista que podríamos considerar sociopolítico, la relevancia que la Academia de Hollywood le ha otorgado a la película del mexicano Alfonso Cuarón puede verse como una simbólica bofetada del sector más izquierdista de la llamada Meca del Cine contra la política reaccionaria y antimigratoria del actual presidente de los EE.UU. Donald Trump, todavía empeñado en estos momentos en construir un muro «de contención» entre su nación y México. De hecho, que la heroína de Roma sea una criada, Cleo (Yalitza Aparicio), puede interpretarse, bajo el prisma del Óscar y, por tanto, desde una perspectiva estrictamente norteamericana (no olvidemos que el Óscar siempre ha sido y es un premio local, y además, localista), como una especie de homenaje a todas las sirvientas (perdón: empleadas de hogar) de etnia hispana que tanto abundan en la Tierra de las Oportunidades. Por tanto, tras ese aparente gesto de generosidad podemos interpretar que existe una soterrada actitud paternalista, cuando no veladamente racista.

Desde otro punto de vista, digamos, más empresarial, más práctico, el éxito de Roma es, también, el de la plataforma de streaming Netflix, encargada de su distribución en los EE.UU. y en medio mundo, y que por primera vez en su historia ha conseguir situar como favorito al Óscar un film difundido bajo su paraguas. Y no es el único: otra película disponible en exclusiva en Netflix, la magnífica La balada de Buster Scruggs (The Ballad of Buster Scruggs, 2018, Joel y Ethan Coen), aspiró al Óscar al Mejor Guión Adaptado. Mal que pese en Cannes, y en particular a los mandamases de la distribución y exhibición cinematográfica en Francia, instigadores del boicot a Netflix en anteriores ediciones del certamen, el streaming ha venido para quedarse.

He mencionado el racismo. No será la primera vez, ni será la última, que Hollywood intenta fomentar la concordia entre blancos y negros mediante la inclusión de films de contenido específicamente antirracista y/ o conciliador, algo que viene haciendo desde los tiempos de En el calor de la noche (In the Heat of the Night, 1967, Norman Jewison) y que este año se refleja en las nominaciones y los premios concedidos a películas como Infiltrado en el KKKlan (BlacKkKansman, 2018, Spike Lee) –Óscar al Mejor Guión Adaptado–, Green Book (ídem, 2018, Peter Farrelly) –ganadora en las categorías de Mejor Película, Actor de Reparto (Mahershala Ali) y Guión Original–, Black Panther (ídem, 2018, Ryan Coogler) –premiada con tres estatuillas (Banda Sonora, Dirección Artística y Vestuario)– y, de manera más residual, El blues de Beale Street (If Beale Street Could Talk, 2018, Barry Jenkins) –Mejor Actriz de Reparto (Regina King)–.

Salvando las distancias, Infiltrado en el KKKlan vendría a desempeñar en estos Óscar el papel jugado en su momento por una película como Arde Mississippi (Mississippi Burning, 1988, Alan Parker), mientras que Green Book sería –como apuntaba Diego Salgado en su crítica de este film publicada en el número pasado– un equivalente de Paseando a Miss Daisy (Driving Miss Daisy, 1990, Bruce Beresford), todas ellas, virtudes fílmicas aparte, encargadas de cubrir una determinada «cuota» pro-afroamericana.

Un caso realmente especial y muy curioso es el de Black Panther, la cual no solo contribuye a reforzar esa «cuota» de reivindicación afroamericana, sino que también sirve para cubrir una exigencia de premiar a la Mejor Película Popular, o algo parecido, que a punto estuvo meses atrás de materializarse en la creación de un Óscar específico, lo cual es bastante absurdo, habida cuenta de que en estos últimos años la Academia ha satisfecho, esporádicamente, ese anhelo premiando films que también han sido grandes éxitos comerciales: recordemos Titanic (ídem, 1997, James Cameron) o El Señor de los Anillos: El retorno del rey (The Lord of the Rings: The Return of the King, 2003, Peter Jackson). Volviendo a Black Panther, ¿qué mejor que nominar y premiar un film popular que, además, tiene un «mensaje positivo» a favor de una minoría racial? De este modo, se matan dos pájaros de un tiro. Y si en la edición del año pasado, el empoderamiento femenino convirtió en punta de lanza a Lady Bird (ídem, 2017, Greta Gerwig), este año la «cuota» de reinvindicación feminista viene cubierta por una película que descarga el grueso de su eficacia en la labor de sus tres actrices protagonistas, todas nominadas en las categorías de interpretación –La favorita (The Favourite, 2018, Yorgos Lanthimos)–, por más que al final se haya traducido en un único galardón –Mejor Actriz (Olivia Colman)–.


Hollywood intenta fomentar la concordia entre blancos y negros

mediante la inclusión en el Óscar de films de contenido

específicamente antirracista y/o conciliador



De arriba abajo: «Black Panther», «Bohemian Rhapsody» e «Infiltrado en el KKKlan» (foto de rodaje).

ADAPTABILIDAD

Podríamos seguir hablando de los Óscar de este año añadiendo, por ejemplo, la cuestión de la debilidad demostrada siempre por la Academia de Hollywood hacia los films musicales/ con música: Bohemian Rhapsody (ídem, 2018, Bryan Singer), galardonada con cuatro premios –Actor (Rami Malek), Montaje, Sonido y Montaje de Sonido–, y Ha nacido una estrella (A Star is Born, 2018, Bradley Cooper) –Mejor Canción–. Pero creo que lo interesante aquí es destacar que, de un modo u otro, lo que ha sido y sigue siendo tendencia en el Óscar es su camaleónica capacidad para irse adaptando en cada momento a las inquietudes de la época. Si, en los años 30 del pasado siglo, el Óscar premió películas dedicadas a fomentar el escapismo entre un público que padecía las consecuencias de la Depresión –cf. La melodía de Broadway (The Broadway Melody, 1929, Harry Beaumont), Gran Hotel (Grand Hotel, 1932, Edmund Goulding)–, y, para no alargarnos, luego hizo especial hincapié en la Segunda Guerra Mundial y en la inmediata posguerra –cf. La señora Miniver (Mrs. Miniver, 1942), Los mejores años de nuestra vida (The Best Years of Our Lives, 1946), ambos de William Wyler–, en los últimos años esa tendencia a reflejar la coyuntura de actualidad continúa estando vigente.

Centrándonos tan solo en los films ganadores del Óscar a la Mejor Película, y sin ánimo de exhaustividad, temáticas como la revisión crítica de la guerra de Vietnam –El cazador (The Deer Hunter, 1978, Michael Cimino), Platoon (ídem, 1986, Oliver Stone)–, o ya entrando en el nuevo siglo, asuntos como la guerra de Iraq –En tierra hostil (The Hurt Locker, 2008, Kathryn Bigelow)–, la esclavitud –12 años de esclavitud (12 Years a Slave, 2013, Steve Mc- Queen)–, los casos de pederastia de la iglesia católica –Spotlight (ídem, 2015, Tom McCarthy)– o la homosexualidad –Moonlight (ídem, 2016, Barry Jenkins)– han aportado aparentes ramalazos de conexión con la realidad. Empero, no hay que tomarse todo ello como una labor de «concienciación » por parte de la Academia de Hollywood, sino más bien como una muestra de la astuta actitud de aquélla a la hora de nadar y guardar la ropa: su sempiterna habilidad para «vender », y de paso «venderse», con la excusa de las cargas críticas y el compromiso social.

Tomás Fernández Valentí