LOS ROTHSCHILD

en Cine alemán bajo el Nazismo (1)/SubDossiers por

Erich Waschneck (1940)

Poco después de la Noche de los Cristales Rotos (9 de noviembre de 1938), el Ministro de Propaganda nazi Joseph Goebbels comenzó a acariciar el plan de encargar a la UFA tres películas de carácter antisemita que permitiesen justificar ante la población germana la persecución sistemática de la población judía. Los Rothschild, basada en una idea del biógrafo histórico Mirko Jelusic, una de las figuras clave de la política cultural nazi, forma parte de una trilogía completada por El judío eterno (Der Ewige Jude, Fritz Hippler, 1940) y El judío Süss (Jud Süß, Veit Harlan, 1940). Sin embargo, a diferencia de las otras dos películas, hay una particularidad que hace que sea un tanto más sutil en el retrato de la supuesta avaricia del pueblo israelí: en Los Rothschild, que como ocurría con otras películas de propaganda, aspiraba a reescribir de forma negativa el favorecedor retrato de la familia en la hollywoodiense La casa de los Rothschild (The House of Rothschild, Alfred L. Werker, Sidney Lanfield, 1934), no es solo la dinastía de banqueros la que aparece ridiculizada, sino también la aristocracia británica del mundo de los negocios, los principales enemigos de los Rothschild durante los primeros años del siglo XIX. Esta ambigüedad en un momento en el que el devenir de la guerra había convertido al Reino Unido en el principal enemigo probablemente causó cierto desconcierto entre el público alemán en su estreno en el verano de 1940, lo que condujo a la retirada de la distribución de la película, su remontaje y posterior reestreno.



Los Rothschild se basa en un popular libelo que circuló durante el verano de 1846, 30 años después de la batalla de Waterloo, y que aseguraba que la mayor familia de banqueros del momento se había enriquecido gracias a la especulación durante las guerras napoleónicas. Su autor era un tal Satán; en realidad, Georges Dairnvaell, que al parecer recogía aquello que el propio Duque de Wellington había contado en sus círculos íntimos. Una versión tan célebre que figura incluso en las biografías laudatorias como una inteligente manera de sobreponerse al antisemitismo. Según el libelo, y como recoge en detalle la película, Nathan Rothschild (Carl Kuhlmann) contaba con una red de informadores por toda Europa que le permitieron conocer antes que nadie que Napoleón había sido derrotado, lo que le permitió difundir el bulo de la caída inglesa y enriquecerse a costa de ello. Los Rothschild es, en resumidas cuentas, una película de despachos, que narra de forma relativamente desapasionada –para los cánones del cine de propaganda– y cierto afán detallista el enfrentamiento entre los ingleses y esa familia de advenedizos judíos. Apenas hay personajes positivos con los que el espectador de la época pudiese sentirse identificado, más allá del soldado británico George Crayton (Helbert Wilk), que ha de enfrentarse tanto a la manipulación de la familia Rothschild como a la incomprensión del padre de su amada, el clasista banquero Bearing (Albert Florath). En un mundo de especulación económica y arribismo, tan solo el que está dispuesto a sacrificarse por su país –aunque sea Reino Unido– merece el perdón. Crayton será, de hecho, el único que reivindique el papel de Prusia en la victoria ante Napoleón.

Pelicula histórica sin épica, drama romántico con poco amor y largometraje propagandístico con un didactismo muy cerebral, Los Rothschild es un buen ejemplo de las paradojas artísticas a las que conduce la excepcionalidad política. Por supuesto, la película recoge algunos de los lugares comunes del antisemitismo, como esa visión recurrente del mapa de una Europa infiltrada por los judíos, pero quizá de forma menos evidente que aquellas otras películas, como El judío eterno, que el propio Hitler prefería: el plano de las manos de los banqueros israelitas contando billetes o los bonos se repite una y otra vez, hasta que, en una secuencia de montaje, muestra cómo esta obsesión por el dinero traspasa fronteras y etnias hasta alcanzar a una Europa corroída por la ambición por el dinero. Resulta en apariencia paradójico que el guión de Jelusic, Gerhard T. Buchholz, y C.M. Köhn retrate a Nathan Rothschild como un traidor que ni siquiera es capaz de respetar los símbolos judíos como el Sabbat, un hombre que pregunta «¿puedo sentarme?» cuando ya está sentado, pero eso recoge bien la obsesión histórica que se repite una y otra vez en la película: Europa y las islas británicas han sido un nido de corrupción desde hace siglos, y ya es hora de que eso cambie.

Héctor G. Barnés


Alemania, 1940. T.O.: «Die Rothschilds». Director: Erich Waschneck. Guión: Gerhard T. Buchholz, Mirko Jelusic, C.M. Köhn. Productores: C.M. Köhn. Fotografía: Robert Baberske, en blanco y negro. Música: Johannes Müller. Intérpretes: Carl Kuhlmann, Herbert Hübner, Albert Florath, Hans Stiebner, Walter Franck, Gisela Uhlen.