Sidney Gilliat (1946)
Pocos planos definen con tal humor y autoconsciencia la esencia canónica del whodunit como aquel que, desde la camilla de un quirófano, prácticamente desde el punto de vista de la persona que está a punto de ser operada, recoge los rostros de los sospechosos de dos asesinatos que pronto se producirán: son los médicos y enfermeras de un hospital de un pequeño pueblo isabelino llamado Heron’s Hill.
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