Reescribirnos a nosotros mismos

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Cineastas anatemizados. Gestos ecuánimes, justos, meritorios, pero también gestos hipócritas y oportunistas. Abusos sexuales y caza de brujas. Actrices que reniegan de directores. Festivales que anuncian que no seleccionarán películas de gente que esté implicada, aunque aún no haya sido demostrado, en casos de agresión sexual. Hechos comprobados (Harvey Weinstein) y otros por comprobar. Hollywood como lógica caja de resonancia en las reivindicaciones de #Me Too y Time’s Up. Y a todo eso, la crítica, siempre necesitada de estímulos para tener consciencia de que importa o significa algo, se plantea si a la luz de las cosas que no sabíamos sobre determinados autores debemos reescribir ahora la historia del cine.


1 En la reedición de 1981 de su libro sobre Howard Hawks publicado originalmente en 1968, Robin Wood añadió un capítulo final, titulado «En retrospectiva», en el que apuntaba una serie de elementos que hoy, dada la situación de la crítica de cine en una nueva encrucijada, la de revisar la obra de algunos directores, productores y actores en función de la situación en la que se encuentran ahora debido a la posibilidad, no confirmada en algunos casos, de haber practicado abusos y agresiones sexuales, conviene, creo, tener en cuenta. La reflexión de Wood era muy acertada. En su caso no se trataba de evaluar a Hawks a la luz de aspectos sobre su vida y obra que debían reconsiderarse a partir de tal o cual acto cometido por el director. La cuestión era enfrentarse de nuevo a Hawks a partir de la situación personal del crítico, algo que me parece que está también en el meollo de la cuestión actual: no se trata tanto de valorar a Woody Allen, Roman Polanski, Kevin Spacey, Louis C. K. o James Franco por lo que sabemos de ellos, y hacer esa valoración en retrospectiva hasta el punto altamente peligroso de considerar Manhattan la película de un pedófilo, como se ha dicho y escrito por activa y por pasiva, sino por lo que somos nosotros, nuestros cambios y aprendizaje, lo que sabemos sobre nosotros mismos, antes que sobre los cineastas, y desconocíamos cuando vimos por primera vez aquella película que ahora es objeto de reescritura crítica. No sé si eso es exactamente una reescritura de la historia del cine. En todo caso, ombliguistas como somos, lo que deberíamos empezar a reescribir es la historia de la crítica empezando por lo más reciente de la misma.


Arriba: ¿ahora debemos considerar a «Manhattan» la película de un pedófilo? Abajo: Roman Polanski, otro gran cineasta en el punto de mira.

Vuelvo a Wood. «Estoy en contra, en principio, de revisar lo que uno haya escrito en el pasado». Así empieza este capítulo añadido a su visión del cine de Hawks y motivado, esencialmente, porque Wood había asumido en 1981 su condición de homosexual, oculta cuando escribía a mediados de los sesenta de determinados patrones de comportamiento de personajes principales o secundarios en títulos como Río Rojo (el diálogo sobre la longitud del cañón de los revólveres) o Los caballeros las prefieren rubias (la forma en que los musculados jóvenes que hacen pesas en un gimnasio pasan olímpicamente de Jane Russell y Marilyn Monroe). Sigue Wood, magnífico en su reflexión: «Uno avanza, inevitablemente; si hoy tuviera que escribir un libro sobre Hawks, no cambiaría tan solo alguna frase que otra o algunas opiniones, todo él estaría escrito de manera diferente». ¿Deberíamos los críticos de cine reescribir la historia del cine antes que reescribirnos a nosotros mismos, asumiendo nuestras limitaciones o desconocimientos en el momento de pergeñar unas peregrinas ideas sobre una película o un autor cuando teníamos 18 o 20 años? Esta bien, si se quiere, revisar el cine de Polanski después de la acusación de violación, pero revisemos antes lo que escribimos sobre esas películas (y de las anteriores, porqué no) cuando no sabíamos de esa violación. Yo, desde luego, no voy a tirar a la papelera todo lo que he escrito sobre Woody Allen, o al menos no lo haré con la misma facilidad con la que los hipócritas Rebecca Hall y Timothée Chalamet quieren devolver el dinero que han cobrado por participar en el último film de Allen. Teniendo en cuenta que el director de Blue Jasmine rueda más o menos cada diez meses, la actriz y el actor sabían perfectamente con quién trabajaban cuando aceptaron protagonizar A Rainy Day in New York. Quizá lo más coherente es que interpusieran una demanda y se borraran de la película como Ridley Scott ha borrado a Spacey de la suya. Eso también forma parte del asunto.

2 Wood asegura que «ahora veo las películas de Hawks desde una perspectiva diferente, en la que el movimiento de liberación homosexual y el feminismo ocupan un importante lugar; según esta perspectiva, los films cambian, revelan nuevos aspectos, nuevas implicaciones, nuevas formas en que pueden ser utilizados. No creo que esto sea tergiversar los films o forzarlos para que coincidan con un interés particular. En cierto modo, “toda” interpretación tergiversa, pues ninguna lectura puede evitar un cierto énfasis personal/cultural”. No hay significado único y finito susceptible de ser fijado para siempre, concluye Wood. Esto lo podemos aplicar a cualquier disciplina artística por supuesto, pero hasta lo que yo sé, no se ha impuesto una revisión de la obra de Picasso (o de la pintura en general) por los malos tratos que infringió a alguna mujer o, más recientemente y en un contexto tan misógino como acostumbra a ser el rock, no hemos cuestionado si el grupo The Fall no fue uno de los más determinantes de la escena post-punk porque su líder, el fallecido Mark E. Smith, fuera acusado de malos tratos por todos los integrantes de su banda (lo que no quiere decir, por supuesto, que debamos justificar su comportamiento, ni mucho menos, o que acabemos alabando que su música naciera de esa beligerancia del mismo modo que elogiamos la obra de algunos artistas cuya creatividad la alimentaba el alcohol, el opio o la heroína, y lo segundo y lo tercero no representan hoy otra cosa que la industria del narcotráfico).


¿Debemos sacrificar entonces una de las verdaderas metas de la crítica,

revelar formas expresivas y sus adecuaciones en el discurso total de una película,

y anteponer cuestiones socialmente coyunturales?


Discriminación salarial: Michelle Williams y Mark Wahlberg, en «Todo el dinero del mundo».

Pero hay una cosa que me parece más interesante en el texto de Wood: «nuevas formas en que pueden ser utilizados». ¿Aceptamos que las películas pueden ser empleadas para distintos fines según nuestros intereses cuando escribimos de ellas? Una cosa es que revelen nuevos matices al verlas veinte años después o sabiendo que su director o su guionista eran unos agresores sexuales. Otra es que utilicemos nuestra percepción sesgada –como toda visión subjetiva lo es– de las mismas para convertirlas en armas arrojadizas. Las películas son lo que son, poliédricas en sí mismas, abiertas a muchas interpretaciones en el caso de determinados directores. ¿Debemos sacrificar entonces una de las verdaderas metas de la crítica, rebelar formas expresivas y sus adecuaciones en el discurso total de una película, y anteponer cuestiones socialmente coyunturales? O dicho de modo más bruto, ¿interesa más hablar de la situación personal de Allen que de la transformación de sus personajes femeninos de los últimos films, teniendo en cuenta que una cosa va muy ligada con la otra pero prevalece lo primero antes que una exploración en profundidad de lo segundo? ¿Vamos a contemplar solamente desde una perspectiva feminista títulos recientes y tan dispares como Wonder Woman, María Magdalena o Gorrión rojo? ¿No deberíamos hacer el esfuerzo de rasgar en la superficie que la coyuntura nos proporciona (o condiciona) y explicar, si es que tenemos capacidad para entenderlo, si ese discurso feminista es interesado, forzado, natural, creíble o lógico en función de elementos como, ay, composición del plano o estructura narrativa? Al hablar de Custodia compartida de Xavier Legrand, y la cito porque se estrena este mes y he tenido la suerte de poder escribir de ella en este mismo número de la revista, no creo que deba renunciarse a tratar el TEMA, por supuesto, pero ya que soy o me considero crítico de cine, soy yo el que no renunciaré a escribir precisamente sobre la composición del plano en la secuencia final y el significado de esa composición en los primeros minutos del film. Y si me parece bien que otras y otros prefieran escribir solo sobre el tema, quiero igualmente que me respeten a mí si pongo el tema en un segundo plano en determinadas ocasiones. No somos educadores, sociólogos o asistentes sociales. Vuelvo a Manhattan. ¿Quién vio en 1977 en este film el relato de un pedófilo? Recomiendo la lectura del último número de «Cahiers du cinéma ». La revista que lanzó la política de los autores, una tendencia que ya nació con la voluntad de ser revisada, nunca reescrita, ha puesto en letras gigantes en su portada del número de marzo la pregunta «Pourquoi le cinéma?» En la editorial se dice que la urgencia de este dossier no es debido a las mutaciones de la imagen (cine, televisión, videojuegos, videoclip, Internet, realidad virtual) sino a las mutaciones del pensamiento de las imágenes, del pensamiento en general. Conviene tenerlo en cuenta, no sea que más pronto que tarde tengamos que volver a reescribir sobre lo que tan recientemente hemos reescrito con tanta mutación.


«Wonder Woman»: ¿una buena película solo por su discurso feminista?

3 La reciente María Magdalena, ¿es un film feminista porque en un momento se nos dice que las mujeres deben seguir a Dios aunque eso las obligue a desobedecer a sus padres y esposos? ¿Wonder Womanes un alegato a favor del poliamor? Y si es así, ¿la hace mejor película o, más importante aún, una película digna de estudio cuando los estudios culturales llevan años olvidados? ¿Alguien se cree realmente que posee una mirada femenina por el hecho de que esté dirigida por una mujer, cuando la escritura del guión (el TEMA) es masculina, y no precisamente de un tipo sensible a los desajustes e injusticias sociales y de género como es Zack Snyder, y todos los críticos sabemos, solo que utilizamos cuando nos interesa, que en una producción de estas características la persona acreditada como director no es responsable ni del 50% del metraje final? ¿Habría devuelto Mark Wahlberg parte del dinero cobrado por los retakes de Todo el dinero del mundo sin la pujanza de los movimientos #Me too y Time’s Up, porque lo más lógico es pensar que ya conocía la desigualdad de su salario en relación al de Michelle Williams? Parece que El hilo invisible, quizá la mejor película de los últimos doce meses (es una opinión, claro, tan lícita como la contraria), debe definirse solo en función de si tiene un discurso misógino o es todo lo contrario. Ya pocos hablan de Ophüls, o de la suspensión del tiempo en Paul Thomas Anderson. Un alumno dijo que le había gustado pero que no le parecía de Anderson al ser un relato más individual que coral. Quise abrazarlo: alguien que hablaba de una película en términos cinematográficos. En una novela de John Bainville escrita en 1973 pero traducida ahora al castellano, «Regreso a Birchwood», el autor irlandés argumenta que unos personajes quieren recuperar unas propiedades por el único medio del que disponen, «la tiranía del coño y su corolario: el seno materno». ¿Lo volvemos a traducir?

Pese a lo que escribió el lúcido Oscar Wilde en «El crítico como artista», la historia la deben reescribir los artistas, nunca los críticos. Pero la historia del cine se está reescribiendo sola: una escena de Woody Allen que hace un par de años resultaba divertida ahora la ríen dos como mucho. Y no es (solo) una cuestión generacional.

Quim Casas