La Aventura ha publicado en formato doméstico una Edición Limitada y numerada de El joven Lincoln, que no solo nos permite disfrutar de esta extraordinaria película de John Ford, sino además la posibilidad de descubrir una extensa serie de contenidos adicionales no menos espléndidos.
LA EDICIÓN LIMITADA DE EL JOVEN LINCOLN (Young Mr. Lincoln, 1939) editada por La Aventura consta de una versión restaurada del film de John Ford en Blu-ray, y de otros dos discos en DVD llenos de valiosos contenidos adicionales. El primero aglutina una serie de excelentes entrevistas, documentales y video-ensayos: Becoming John Ford (2007), de Nick Redman; la entrevista que le realizó Philip Jenkinson en 1968; La violencia y la ley (John Ford et l’Amérique: La violence et la loi, 2005), reportaje de Noël Simsolo sobre El joven Lincoln donde se entrevista a Jean Collet; y los ensayos visuales Passage (Passage: John Ford’s Young Mr. Lincoln), de Tag Gallagher, y Lección de cine, de Jean Douchet. El segundo contiene tesoros como Straight Shooting (1917), western silente firmado como Jack Ford y su primer largometraje a efectos oficiales, a pesar de sus 59 minutos de duración; cuatro de sus célebres cortos rodados en 1942 para la marina norteamericana durante la Segunda Guerra Mundial, The Battle of Midway (que incluye, aparte, planos descartados del mismo), December 7th (del cual existe una versión de 82 minutos no incluida en esta Edición Limitada), Torpedo Squadron 8 y Sex Hygiene; y una impagable curiosidad: la versión, restaurada en 2008, de When Lincoln Paid (1913), otro film sobre el presidente norteamericano realizado y protagonizado por Francis Ford, el hoy olvidado hermano mayor de John. La edición se completa con un espléndido libreto ilustrado con textos de Quim Casas y Carlos Losilla, y el artículo «El señor Lincoln por el señor Ford» de Sergei M. Eisenstein.
UN HÉROE DEL AMERICANA
Un aspecto muy llamativo de El joven Lincoln reside en la audacia formal, dramática y narrativa de las dos grandes elipsis que contiene en su primer tercio de metraje. La primera de ellas, magistral, es la que se produce después de la secuencia en la que Abraham Lincoln (un magnífico Henry Fonda) le declara su amor a Ann Rutledge (Pauline Moore); la secuencia se cierra con una mirada de Lincoln a las aguas del río de Kentucky cerca de donde vive el protagonista durante su juventud; por encadenado, ese plácido río primaveral se transforma en el frío caudal por el cual bajan enormes trozos flotantes de hielo; ha pasado el tiempo, y también muchas cosas: ahora, Lincoln visita… la tumba de Ann, prematuramente fallecida (en una imagen que forma parte de la iconografía fordiana clásica, dicho sea sin intención peyorativa); y, ante esa lápida, decide entre permanecer en su pueblo o bien irse y estudiar leyes, algo que siempre le ha tentado, inclinándose por esta última opción: escenas atrás, le hemos visto aceptar con alegría un libro de legislación como pago a crédito de unos humildes colonos que repostan en su tienda de provisiones. La audacia de esa elipsis reside en su radical frustración de los aspectos más «agradecidos», ergo convencionales, de esta parte de la trama (la visualización del romance de Lincoln y Ann), y en que asimismo elude, poéticamente, los aspectos más amargos (la muerte de la muchacha). La segunda elipsis a la que me refiero no resulta menos contundente: tras decidir que seguirá su vocación como abogado, el relato se traslada automáticamente a Springfield, donde Lincoln ya está ejerciendo su profesión junto con un socio al cual, por cierto, nunca veremos.
Su adscripción al Americana es lo que justifica su retrato idealizado de Lincoln |
Dichas elipsis establecen sutiles vínculos entre el pasado y el presente del personaje, mostrando –y demostrando– que cada paso que da Lincoln, cada decisión que toma, tiene consecuencias inmediatas en su existencia. Sirva como ejemplo esa famosa escena, un prodigio de sensibilidad, en la que Lincoln sale al porche de la mansión a cuyo baile ha sido invitado en compañía de la que será su futura esposa, Mary Todd (Marjorie Weaver), y arroja una triste mirada hacia el río, el cual le hace recordar –sin decirlo, sin palabras– a la difunta Ann, enterrada a orillas de esas aguas. Si no fuera porque sabemos que nos hallamos ante un film de Ford, podríamos pensar que estamos en presencia de uno de los discursos fatalistas sobre el destino a lo Fritz Lang. La diferencia fundamental reside en el tono, más oscuro en Lang, más luminoso en Ford. Puede parecer, dicho así, que Lang es «más duro», y Ford, «más blando». Nada más lejos de la realidad, pues luminosidad no equivale a blandura. La supuesta «blandura» de Ford, y de otros realizadores norteamericanos de la época que en ocasiones recibieron esa misma acusación (Leo McCarey, Frank Capra, Frank Borzage, Henry King), en realidad consiste en una mirada poética donde naturalismo, sentimentalismo y humor devienen una amalgama característica del macrogénero del Americana, del cual Ford fue maestro consumado, y El joven Lincoln, una de sus más depuradas muestras, junto con Cuatro hijos, El juez Priest, Las uvas de la ira, La ruta del tabaco, El sol siempre brilla en Kentucky, Escrito bajo el sol y El último hurra.
La adscripción del film al contexto del Americana es lo que «justifica» el retrato parcial e idealizado que se hace de Lincoln, de cual se nos alaba su buen juicio y su prudencia, su serenidad y su sabiduría. Pero a ratos también se nos lo presenta como un hombre extraño, ligeramente «marciano» –cf. la magnífica y extravagante expresividad corporal que le confiere Fonda en una secuencia tan característica en Ford, la del baile, que define los roles sociales de sus personajes–, e incluso intimidatorio: su forma de zanjar una discusión entre dos granjeros en su despacho de abogado es tan irónica como soterradamente amenazadora; o su manera de plantar cara ante la oficina del sheriff a la multitud que pretende linchar a los hermanos Clay. No olvidemos que, asimismo, se recalca el hecho de que, además de un orador convincente, Lincoln era un hombre físicamente muy fuerte: cf. su participación en un concurso de corte de troncos, que gana, o en uno de tirar de la cuerda, en el que también vence…, haciendo trampa. Lo más brillante de El joven Lincoln reside en la manera como Ford combina esos rasgos humanos del personaje con el trasfondo mítico inherente a una figura tan idealizada como la de Lincoln: cf. la simbólica secuencia final, con el protagonista avanzando hacia una colina –la presidencia de la nación– y encontrándose, en lo alto de ella, con una tormenta: la futura guerra civil; e indirectamente, el anuncio de su propia muerte, por más que sea para entrar por la puerta grande en la Historia: Ford encadena la imagen de Lincoln bajo la lluvia con planos del monumento que se alza en Washington, DC.
LOS EXTRAS
When Lincoln Paid viene a ser un curioso precedente de El joven Lincoln, en cuanto también aborda en parte la juventud del futuro presidente de los Estados Unidos, e incluso, si me apuran, de El nacimiento de una nación (The Birth of a Nation, 1915), de Griffith, habida cuenta su incidencia en el conflicto bélico entre el Norte y el Sur, y la presencia –típica de la época– de intérpretes caucásicos interpretando, maquillados, a afroamericanos. Straight Shooting es un pequeño western de la Universal, «primitivo» –como se suele denominar al cine de los pioneros del silente–, en cuanto configura, en bruto, las convenciones originales del género. Narra la evolución de un forajido-pícaro-pero-de-buen-corazón, Cheyenne Harry (Harry Carey), que forma parte de la banda de Thunder Flint (Duke R. Lee) en una guerra de granjeros, hasta que decide cambiar de bando y ponerse de parte de la familia Sims tras el asesinato de uno de ellos, el joven Ted (Ted Brooks), cuando tan solo iba a por agua, y enamorarse de la hija de los Sims, Joan (Molly Malone). Nada del otro mundo, pero sus excelentes secuencias de acción –el duelo entre Harry y Flint; el tiroteo alrededor de la cabaña de los Sims– permiten que se vea con agrado. Sus escenas finales, con Harry aceptando el amor de Joan y vivir como granjero, pueden verse como la antítesis del clímax de Centauros del desierto. En cuanto a los cortos de propaganda bélica de Ford, y más allá de su –previsible– tono patriótico y panfletario, patente sobre todo en el más breve y sencillo de todos ellos, Torpedo Squadron 8 (una serie de imágenes de los miembros de un escuadrón fallecidos en su mayoría en acto de servicio), llaman la atención, según los casos, por su espléndido ritmo narrativo (caso del famoso The Battle of Midway) y su perfecta dosificación de la «acción» (December 7th, reportaje sobre el ataque a Pearl Harbor que certifica que Richard Fleischer y Michael Bay tomaron buena nota del mismo). Mención especial merece Sex Hygiene, cuya visceralidad convierte a David Cronenberg y Rob Zombie en hermanitas de la caridad.
Tomás Fernández Valentí
USA, 1939. T.O.: «Young Mr. Lincoln». Director: John Ford. Productores: Kenneth MacGowan y Darryl F. Zanuck. Producción: Cosmopolitan Productions para 20th Century Fox. Guión: Lamar Trotti. Fotografía: Bert Glennon y Arthur C. Miller. Dirección artística: Richard Day y Mark-Lee Kirk. Música: Alfred Newman. Montaje: Walter Thompson. Duración: 101 minutos. Intérpretes: Henry Fonda (Abraham Lincoln), Alice Brady (Abigail Clay), Arleen Whelan (Sarah Clay), Marjorie Weaver (Mary Todd), Eddie Collins (Efe Turner), Richard Cromwell (Matt Clay), Pauline Moore (Ann Rutledge), Ward Bond (John Palmer Cass), Donald Meek (John Felder), Spencer Charters (Juez Herbert Bell)