Pedro Costa: Perdedores, crónica negra y denuncia social

en Directores/In memoriam por

Pedro Costa Musté (Barcelona, 1941- Torrelodones, Madrid, 2016), antes de convertirse en cineasta frecuentó la prensa escrita, fundamentalmente investigando escándalos socialmente relevantes, aspecto que retomará durante su etapa en el mundo audiovisual. Su obra cinematográfica no se comprende sin confrontarla a su fecundo trabajo televisivo.


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INTERRUMPE LA CARRERA DE Ciencias Económicas iniciada en la Universidad de Barcelona, trasladándose a Madrid para ingresar en 1962 en la EOC en la especialidad de Dirección. En 1967 asistió en calidad de delegado de esta institución a las Jornadas de Escuelas de Cine celebradas en Sitges, cuya propuesta de manifiesto alternativo a la política del cine español provocó la irrupción de la policía cortocircuitando el evento. Fue uno de los fundadores del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Madrid (SDEUM). En la EOC realizó el cortometraje Romance de Lucio (1966), su práctica de fin de estudios. Dos años después filma otro cortometraje, El príncipe y la huerfanita (1968). Asi mismo, a raíz de la visita a España de The Beatles rueda en 16 mm diversas imágenes de la misma, mano a mano con Francesc Betriu, que originarán un cortometraje documental inacabado, fechado en 1966, titulado Los Beatles en Madrid. La conjunción de gusto personal, rifirrafes con la censura (prohibición del cortometraje Esta es la película, 1968, un montaje de fragmentos procedentes de Los diez mandamientos, The Ten Commandments, Cecil B. DeMille, 1956 –más una cola denunciadora de la represión padecida por el film–, y del guión de «Apreciada señora Blanca de Orlándiz», datado en 1970, nunca llevado a término), dificultades para acceder a la profesión y las ofertas del mercado le orientan hacia el mundo del periodismo, específicamente la crónica de sucesos y la investigación/ denuncia social y política, a través de sus reportajes en «El Caso», desde 1970, actividad continuada en otras publicaciones como «Cambio 16», «Posible » o «Interviú». Entre 1980 y 1982 se instala en EE.UU. como delegado del Grupo Z.


«El caso Almería», primer largometraje de ficción de Pedro Costa.

Llegado a un determinado punto de saturación y cansancio profesional, abandona la prensa escrita. Con todo, tanto su debut en El caso Almería (1983), centrado en la indagación acerca del asesinato de tres muchachos confundidos con miembros de ETA por agentes de la Guardia Civil, cuanto Redondela (1987), urgente reflexión sobre el caso REACE –cuyo juicio Costa cubrió como reportero–, 4.000 toneladas de aceite desaparecidas sin dejar rastro por arte de birlibirloque en el cual chapotearon distintos altos cargos de la administración franquista y hasta de la familia del dictador (caso de Nicolás Franco Bahamonde), que se intentó convertir en un proceso político a la dictadura, beben de esa instantaneidad y contundencia del fait divers, haciendo óptimo uso de los modos y mimbres del género policiaco, adaptando a nuestra industria su aventajado conocimiento de los mecanismos narrativos del thriller norteamericano. Orquesta una narración directa, sin arabescos, de estilo no necesariamente aseado, pero provista de una convicción y capacidad crítica notables, fintando la tentación de la demagogia y de la obviedad. Su afición por el género criminal, su inclinación por la vivisección del entorno social y político, su firme requisitoria de los chanchullos, su certeza de que la realidad supera siempre la ficción, alientan y alimentan su démarche. Sus espolones de periodista permanecían incólumes. Su aspereza e incomodidad, empero, no le granjearon una gratificante recepción. Asimismo, lo ganado en claridad informativa, a veces se pierde en credibilidad cinematográfica al someter el lenguaje fílmico a las ideas a transmitir; amén de que la funcionalidad narrativa ahoga (en ocasiones) toda reivindicación de estilo.

Sin embargo, se abre un prolongado silencio cinematográfico. Así lo explica el propio Pedro Costa: «Yo tuve un parón muy importante después del estreno de “Redondela”, que coincidió con la etapa de Pilar Miró al frente de la Dirección General de Cinematografía. Imagino que por cuestiones de enemistad profesional se “cargó” la segunda tanda de episodios de la serie “La huella del crimen” y posteriormente vi cómo era rechazada la participación de televisión, en sus diversas formas, en la elaboración de mis propuestas. Fueron unos años tan terribles que estuve a punto de abandonar el cine y volver al periodismo. Afortunadamente, se produjo el “affaire” Loewe que se llevó por delante a Pilar Miró y a raíz de ello se desbloqueó inmediatamente “La huella del crimen”. A partir de ese instante produje “Amantes”, preparamos “Intruso”… » (1). Con Una casa en las afueras (1994) regresa al cine tras una larga estancia en televisión, y lo hace con un thriller intelectualizado y gélido, a la sombra de Alfred Hitchcock, carente de la trascendencia política de sus títulos previos. Basado en un caso real –eso sí–, de límpida ejecución, exento de hemoglobina, se atiene a la reglamentación genérica, atento al dibujo de los personajes (castigados por la vida) y ahondando en sus motivaciones. Un film más duro por la mirada propuesta que por los actos presentados. El crimen del cine Oriente (1996), crónica social de la España de posguerra con asesinato interpuesto, mosaico habitado por la dictadura de las apariencias y la hipocresía, las humanas marcadas por el miedo y el autoritarismo, conjuga la historia de amor de dos personajes heridos, fracasados, loable ajuste entre pretensiones y logros que contempla la realidad con ojo crítico y vuelve a poner un nuevo punto y aparte en su filmografía… rellenada por su ocupación televisiva y su laboriosidad como productor.



UNIVERSO CATÓDICO

Retrocedamos en el tiempo. En paralelo a la gestación de El caso Almería, su única película no financiada por él mismo, producida por Multivídeo S.A., la firma de los catalanes Josep Mª Cunillés e Isabel Mulá, urde y desarrolla –interviniendo a menudo como coguionista de los diversos episodios– una serie acerca de diferentes casos de la crónica negra española, cuyo origen e interés se remontan a su especialización periodística, sufragados a través de su productora Pedro Costa P.C., creada en 1983, emitida por TVE con el título de La huella del crimen (1984), programada con gran aceptación mediática y de crítica en 1985. Se vertebra sobre seis capítulos firmados por reputados realizadores (Juan Antonio Bardem, Vicente Aranda, Pedro Olea, Ricardo Franco y Angelino Fons), asumiendo él uno, El caso del procurador enamorado. El éxito de la empresa auguraba una segunda entrega. Tras un engorroso tira y afloja acabó cofinanciada por TVE en 1989, guardándose un episodio para su satisfacción personal, el sugestivo El caso de Carmen Broto. Debía constar igualmente de seis entregas (responsabilidad de Antonio Drove, Ricardo Franco, Imanol Uribe y Rafael Moleón), pero se redujeron a cinco, pues Vicente Aranda, encargado de El crimen de Tetuán, le plantea la posibilidad de desgajarla de la terna y reconvertirla en un largometraje (2). Pedro Costa acepta el envite. De este modo, nace Amantes (Vicente Aranda, 1991) y gana cuerpo su línea productora, proseguida con Intruso (Vicente Aranda, 1993), entente –más o menos cordial– finiquitada abruptamente por las desavenencias surgidas entre ambos, lo cual no impedirá su reencuentro futuro en Juana la Loca (Vicente Aranda, 2001), donde Costa ejerce como productor ejecutivo.


Pedro Costa, a la der., durante el rodaje de «Una casa en las afueras».

La relación pendular amor/odio con el periodismo, facción crónica de sucesos, reaparece en su dirección de la serie (de trece capítulos) Al filo de la ley (1993) para Antena 3. En el año 2000 se hace cargo de la dirección de otra serie también de trece episodios, Robles, investigador, para TVE. Y siempre, eso sí, reteniendo la producción (o coproducción). En el siglo XXI su dedicación a la televisión es (casi) total. En 2001 realiza y cofinancia (con la FORTA) dos telefilms, Mi hijo Arturo y Lazos de sangre. Y en 2005, Mis estimadas víctimas, otra tv-movie. En los últimos tiempos se volcó en la producción –en la medida de sus posibilidades–, con cautela y mitigando riesgos financieros, asociado casi en exclusiva a Enrique Cerezo (recordemos que ya en Intruso, uno de los socios capitalistas es Atrium Productions, marca de Cerezo, asimismo coproductor de Una casa en las afueras y El crimen del cine Oriente), como demuestran en el ámbito cinematográfico La buena estrella (Ricardo Franco, 1997), ¡Pídele cuentas al Rey! (José Antonio Quirós, 1999), La vida de nadie (Eduard Cortés, 2002) o El vientre de Juliette/ Le ventre de Juliette (Martin Prevost, 2003). No abandona, empero, la realización, pero siempre coaligado con otro profesional, afincado ahora en el territorio del documental, proporcionando títulos para el programa Documentos TV, o al alimón con José Ramón Da Cruz, Los que quisieron matar a Franco (2006) o Tetas. Un valor en alza (2011). Y Pedro Costa P.C. siguió activa, como corroboran Atraco (Eduard Cortés 2012), la serie para TVE Plutón BRB Nero (2008), capitaneada por Álex de la Iglesia, mientras Pedro Costa continuó laborando como productor ejecutivo para diferentes películas de Enrique Cerezo hasta que la muerte siega su vida.

Ramon Freixas & Joan Bassa

(1). Entrevista con Pedro Costa por Ramon Freixas, «Dirigido Por…» nº 238, setiembre de 1995, Barcelona, pág. 28.

(2). Entre 2009-2010, con producción propia y emisión por TVE, ultima una tercera temporada de La huella del crimen, compuesta por tres episodios, todos codirigidos por él, dos de ellos con el emergente Fernando Cámara (uno de los mismos aborda un asunto largamente acariciado por Pedro Costa: El crimen de los marqueses de Urquijo, 2009)… también cofirmante de la miniserie en dos episodios El caso Wanninkhof (2008).